viernes, 20 de abril de 2012

Relato 3 - Carlos Castro Rincón


UNA COSA SIN IMPORTANCIA

A Eliecer Aché

Inexorablemente, en la sala de interrogatorios de la Comisaría de Chacao, el silencio, que había florecido como un tumor en el aire de una tarde calurosa, se quebró.
–Nombre y apellido, ciudadano –dijo, intimidante, el inspector Perdomo.
–Ernesto Cazal –dijo Ernesto, y se aclaró la garganta.
–Aquí tengo una denuncia en su contra. Explíqueme: ¿cómo fue a parar ese libro a sus manos sin pasar por la caja de la librería? ¿Por telequinesia?
A Ernesto se le escapó una carcajada nerviosa.
–¡Ciudadano!
–No sé, no sé. Aquí el policía eres tú, ¿no?
–¿Se la tira de cómico, eh?
–Pues, sí. A veces.
–¿Cree que porque era un librito de poesía no es una falta grave? ¿Pero en qué coño estaba pensando?
–Bien bueno. Ahora un policía me va a venir a hablar de moral a mí.
–No estoy hablando de moral, ciudadano. Estoy hablando de ley. El robo es delito.
–¿Ley? ¿Qué ley? Ay, sí. ¿Tú nunca has robado nada?
–Aquí el delincuente es usted. Y las preguntas las hago yo.
Sin saber muy bien por dónde, un gato entró en la sala. Ambos lo miraron como una cosa sin importancia.
–Ustedes sí que son hipócritas, de verdad –dijo Ernesto.
–Eso que acaba de hacer, ciudadano, se llama ánimo de ofensa a la autoridad. Empeora las cosas.
–Carajo, “telequinesia”, “ánimo de ofensa”. ¿Pero es que ustedes estudian de verdad?
–Sí, nosotros estudiamos. Tanto así, que ahorita mismo usted me recuerda al pobre Lazarillo de Tormes.
–¿Cómo es la vaina? No me jodas. ¿Un policía que es amante de la literatura?
Y así, una cosa llevó a la otra. Sin darse cuenta, hablaron de gran parte del Siglo de Oro, de la fuerte crítica social en El Quijote (y su innegable vigencia), de lo caritativa que fue Viridiana y lo mierda que fueron esos vagabundos con ella; hasta se entretuvieron un rato en mencionar el mayor número de sinónimos de ladrón que supieran, a ver quién ganaba (los atracador, bandido, caco, cuatrero, y expoliador del inspector vencieron por un pelo a los mangante, manilargo, ratero y saqueador de Ernesto, vilipendiado licenciado en Letras por un policía).
Llegados a cierto punto, el muchacho llegó a hacer énfasis en que el verdadero atraco era leer esas porquerías que hacía Dan Brown, acaso para redimir un poquito su falta. Y citó otros autores, otros títulos de “inmundicias” que se venden como pan caliente o cocaína en Las Mercedes. A propósito, el inspector señaló: “Hay títulos de libros que son una tortura de lo estupendos que son, títulos más crueles que la propia tortura policial: Primavera con una esquina rota, Blanco nocturno, Mr. Vértigo, De qué hablamos cuando hablamos de amor, El largo adiós”.
–¿Y qué me dices de El jardín de senderos que se bifurcan, Amanecí de bala, Si una noche de invierno un viajero, Me alquilo para soñar, La insoportable levedad del ser? –replicó Ernesto. 
Esta recíproca cavilación les arrancó una sonrisa a los dos.
–Parecías un chamo cualquiera, Ernesto. Jamás hubiera pensado que detrás de ese ladroncito de libros se escondiera un ferviente admirador de Dostoievski.
–¿No me vas a decir que tus colegas también saben quién es Dostoievski?
–No, no. Si escuchan esa palabra seguramente pensarán que se trata de alguna marca de moto, o de un burdel nuevo.
Inesperadamente, el gato se subió en la mesa, se acostó, levantó una pata y empezó a lamerse la entrepierna. Lo único que se oyó durante unos segundos fue el frotar y el frotar de su áspera lengua, limpiándose laboriosamente los genitales. Cuando por fin terminó, miró a ambos con indiferencia y se marchó.
–Ernesto –dijo el inspector Perdomo.
–Dime.
–Roba tranquilo. Quisiera verte más seguido por aquí. No es fácil encontrar, ni en el entorno policial ni en el del hampa, como verás, a gente para conversar sobre estas cosas.
–Dale.
–Ernesto, otra cosa antes de que te vayas, disculpa.
–Qué.
–Yo nunca he robado nada.
–No te creo, Perdomo. Pero tranquilo, igual no importa.

1 comentario: