Piojos
En la puerta de
una parroquia hay varios grupos de mujeres. En algunos grupos se
pueden ver hombres y también niños. Uno de los grupos está formado
por tres mujeres. Una
de ellas, Vicky, lleva un niño que ronda el año en un carrito. El
pequeño, Adrián, tiene un chupete en la boca, pero al bostezar se
le cae el suelo.
—¿Cómo les estará
yendo el ensayo? —la madre del niño se agacha por el chupete y
saca del bolso una botellita de agua con el que enjuaga el chupete.
El niño empieza a quejarse, pero lo deja cuando consigue el chupete.
—A mí me tiene la cabeza como un bombo. Está
todo el día con las oraciones y las canciones. Y la otra intentando
imitarlo. Tendríais que verla, que graciosa —con la mirada Loli
parece tantear el parque que está al lado de la parroquia—.
¡Laurita, ven! —La niña se acerca corriendo—. ¿Cómo hace el
hermano aquí en la iglesia? —la pequeña da un paso hacia atrás—.
Venga, díselo a ellas —agacha la cabeza y abre la boca. Se le
puede ver cómo mueve la lengua.
—Vamos Laurita, que te queremos oír —la
más joven, Marga, se agacha a la altura de Laurita—. Seguro que lo
haces muy bien —la niña empieza con la oración pero apenas se la
consigue escuchar porque le susurra al suelo—. ¿Cómo, cómo? Más
alto, bonita —la niña se llena los pulmones de aire.
—¡Santo, santo, santo, santo...! —tras el
primer grito va bajando el tono hasta que deja de hacerse oír.
—¡Bieeeen! —Vicky y Marga hacen la ovación
al unísono y se ríen.
—Muy graciosa, ¿verdad? Me la como. Y al
niño también. Está muy nervioso y cuando se entusiasma cuando le
hablamos del convite es muy divertido.
Una cuadrilla de niños sale por la puerta de
la parroquia. Atraviesan la reja que está al final del jardín y se
van reuniendo con sus padres. Algunos de ellos se olvidan de dar un
beso y salen disparados al parque. Otros se alejan junto a sus padres
y no pasan por el parque. Los hijos del grupo de mujeres son de los
que se han olvidado del beso, menos la hija de Marga, Luci, que le da
la mano a su madre.
—¿Cómo tienes tantos enredos? —Marga
arregla el pelo de su hija—. Anda, vete a jugar con los demás.
—Mirad, allí aún queda un banco al solito
—Vicky le da la vuelta al carrito y lo dirige al parque. Las tres
mujeres hacen el recorrido en silencio y al llegar se sientan todas
menos Vicky que antes suelta la correa del carrito y baja a Adrián—.
¡Santi, llévate a tu hermano! —Santi viene con los hombros
agachados.
—Mamá... yo quería jugar al fútbol.
—Hazme el favor, anda. Sólo un ratito, luego
lo traes.
—Vaaale —coge al pequeño de la mano y se
lo lleva a los columpios.
—Ten cuidado, ¿vale? —se sienta en el
banco.
—Pues eso —Loli rompe el silencio— que
Daniel ya está nervioso con la celebración.
—Yo ya lo tengo todo listo —Marga saca de
su bolso un paquete de tabaco—. Lo celebraremos en la venta de los
Monos.
—Anda, que lujo. Yo aún estoy mirando
sitios. Pero seguramente también será en un salón.
—Es verdad, no recordaba que vuestros hijos
no hacían la comunión, sino que se casaban —se burla Vicky.
—Más o menos es lo mismo, ¿no? Sólo la
hacen una vez en la vida. Un momento así de feliz lo merece —Marga
saca un cigarrillo y se lo enciende.
—Claro mujer. Si te lo puedes permitir con tu
sueldo, adelante —le alenta Loli.
Marga se queda mirando al frente y después de
echar humo de su cigarrillo da tres caladas muy seguidas. En la
dirección a la que mira está Laurita corriendo. La pequeña se cae
de frente y se cubre la boca y la nariz con la mano que acaba llena
de sangre. Justo después Laurita emite un llanto a cuatro tiempos
que prosiguiendo con un grito agudo termina en apnea.
* * *
—Tendrías que haberlas visto, mamá —Marga
enreda sus dedos en el cable del teléfono—. Estaban muertas de
envidia. ¡Lucía! ¿Otra vez despeinada?
—Me pica mucho mamá.
—Intenta no rascarte, ¿quieres cariño? —le
quita la mano de la cabeza—. La niña, que dice que le pica. ¡Me
trae unos pelos! ¿Piojos? ¡No puede ser! —sujeta el auricular con
el hombro y la cabeza y tira de su hija para arrimársela—. No, no
son piojos. Sólo veo motitas blancas. Menos mal. Debe ser porque
nunca se enjuaga bien la cabeza.
—¿Ya me puedo ir mamá? —Luci cierra los
ojos con cada tirón y meneo de la madre.
—Entonces lo miraré con más detenimiento.
Te llamo más tarde, ¿vale?
Marga cuelga el teléfono y lleva a Luci de la
mano hasta el cuarto de baño. Enciende la luz antes de entrar y una
vez dentro enciende la luz del lavabo.
—No veo bien. Siéntate en el wáter. —Luci
se sienta en la taza y Marga comienza a explorar la cabeza de la
niña. Sus dedos hacen rallas en el pelo. Un bichito alargado pasa
por el lado de sus dedos—. ¡Qué asco, por dios!— el grito
retumba en el cuarto de baño. Pablo abre la puerta rápidamente.
—¿Qué pasa aquí?
—Tu hija, que tiene piojos —con una
expresión de asco se acerca al lavabo a lavarse las manos.
—¿Y por eso tanto escándalo? Es normal. Es
cosa de niños.
—Pues yo fui niña y yo no los tuve. No sé
qué hacer.
—Seguro que algo sí que tuviste. Aunque sean
liendres. Pero no pasa nada, yo voy a la farmacia y compro una
loción.
—¿A las diez de la noche? La farmacia ya
está cerrada. Además no quiero que vayas a Maria Jesús. No debe
enterarse nadie.
—No tiene que enterarse nadie. Mañana por la
mañana bajo.
—¡No! Luci, cariño, ya te puedes ir —la
niña sale del cuarto de baño rascándose la cabeza. Marga prosigue
con un tono más bajo—. Los piojos son de pobres y no podemos
demostrar que lo somos.
—¡Anda ya! Hasta en las mejores familias hay
piojos.
—Tú de todas formas ve a comprar bien lejos.
—Total, si no tengo nada que hacer.
—Necesito un cigarro —Marga sale del cuarto
de baño y se va al salón. Abre su cajetilla y descubre que no le
queda ninguno—. ¿Tú tienes tabaco? —aprieta la cajetilla vacía
y coge un cigarro de la cajetilla de Pablo—. ¿Y ahora qué?
—Pues no lo sé. Me acuerdo que cuando yo
tuve. Recuerdo la peste a vinagre —Pablo coge otro cigarro.
—¿Pretendes que le eche vinagre en la cabeza
a la niña? —se sienta en el sofá y se enciende el cigarrillo. Con
el mechero aún encendido le pasa fuego a Pablo—. ¿Qué finalidad
tiene eso?
—Sirve para que los bichos resbalen —del
mueble del televisor coge un cenicero y lo coloca sobre la mesa.
Después se sienta.
—¿Así, sin más?
—Digo yo que también tendrás que quitar
alguno.
—¡Qué asco! Pero no me queda más remedio—
se levanta y deja el cigarro aún por consumir sobre el cenicero—.
¡Luci! —entra en la cocina y sale con la botella de vinagre.—
¡Luci!
—¿Qué pasa mamá?
—Trae una toalla, te voy a quitar algunos
pipis —Luci vuelve con una toalla del pelo. Marga se sienta en el
sofá. Con los pies retira la mesa y se pone la toalla sobre las
piernas—. Siéntate en el suelo y pon la cabeza aquí.
—¿Qué vas a hacer?
—Nada. Sólo un poco de vinagre en el pelo.
—¿Eso es bueno?
—¿Eso es bueno? —le pregunta a Pablo.
—No pasa nada.
Luci pone la cabeza sobre la toalla. Marga le
da una calada al cigarro que ha dejado en el cenicero, pero ve que
está apagado. Lo enciende y lo vuelve a dejar sobre el cenicero.
* * *
Marga y su madre están en un autobús sentadas
una enfrente de la otra. El autobús está casi vacío y apenas para
en las paradas. Lleva una velocidad considerable y los semáforos
están todos en verdes al pasar. Sólo un semáforo se pone en rojo y
del frenazo por la velocidad que lleva Marga se incorpora hasta casi
chocarse con su madre.
—Qué coraje me dan los autobuses —gruñe
Marga.
—Si quieres cogemos un taxi a la vuelta.
—¡Ni hablar! Es un gasto absurdo —se
coloca bien en el asiento—. No es por eso. Lo que de verdad me
irrita es que hayamos tenido que vender el coche. Pablo tenía ese
coche desde que empezamos a salir juntos. Es una pena.
—Bueno, tampoco se está tan mal yendo en
autobús. Por lo menos no te tienes que preocupar por donde aparcar.
—Ojalá hubiéramos tenido la oportunidad de
estudiar. Así por lo menos tendríamos más posibilidades de
encontrar trabajo.
—La crisis afecta a todos, tengas o no tengas
estudios —pone su mano sobre la rodilla de Marga—. Tú no tienes
culpa de haberte quedado tan joven embarazada, o al menos no debes
dejar que te culpen. ¿Acaso Luci no es un regalo?
—Por supuesto. Pero no me gusta que tenga que
vivir en esta situación. Y tampoco me gusta que tengas que estar
siempre cuidando de nosotros —dobla un dedo y se lo pasa por el
rabillo del ojo—. Me duele muchísimo que te hayas gastado
tantísimo dinero en el convite. Y también me duele que en cuanto
recojamos el vestido tengas que soltar lo que queda de la paga extra
de papá.
—Te he repetido muchas veces que no es ningún
sacrificio. Lo que sea por mi nieta.
—Espero tener suficiente con lo que le den a
la niña en la comunión para devolvértelo.
—No quiero que me des nada. Eso te lo guardas
tú para vivir mientras que Pablo encuentra trabajo —Paqui acerca
su mano al pelo de Marga.
—¿Qué pasa?
—Quédate quieta.
—Pero, ¿qué pasa? ¿No tendré...?
—Ay, no lo sé, déjame ver —después de
coger algo, pasa las uñas por un mechón de pelo, pero se le queda
atascado a mitad de camino.
—¿Ya? ¿Qué es? ¿Qué es?
—Espérate, que aún lo tienes ahí —vuelve
a pasar las uñas. Cuando termina el mechón abre las uñas para ver
lo que ha cogido—. No pasa nada, sólo es una pelusa.
—Uf, menos mal. Lo que faltaba ahora que la
niña tiene la cabeza limpia es que los coja yo. ¿Cuántas paradas
faltan? Necesito un cigarro.
—Ya queda poco —por un momento se para la
conversación. Paqui espera un momento para hablar.— Hija, ¿tú
eres feliz?
—Sí, mamá. Soy feliz —Marga mira por la
ventanilla. Un coche va a la misma velocidad que el autobús. En el
interior se puede ver a una joven en el asiento del copiloto riendo.
* * *
Marga entra por la puerta de su casa. Pablo y
Luci están terminando de poner la mesa. Pablo sale de la cocina con
una bandeja plateada llena de salchichas, patatas fritas y huevos
fritos.
—Vaya, vaya. Esto no me lo esperaba. Voy a
tener que hacerle a Conchi la limpieza de los armarios más a menudo.
—Como llegabas tarde, supuse que llegarías
cansada. Menos mal que llamaste antes de cerrar el supermercado. Sólo
había dos huevos —se sienta a la mesa en una silla.
—Qué bien. Estoy muerta de hambre —cuelga
el bolso en el perchero de la entrada, apaga el cigarro que está a
la mitad y se sienta en el sofá.
—Pruébalo, pruébalo. Yo le he ayudado.
—Muy bien cariño —le da un beso en la
cabeza a su hija. Las raíces de su pelo tienen unas motas blancas—.
¡Me cago en la leche!
—¿Qué pasa? —Pablo tiene el tenedor a
medio recorrido de la boca con dos patatas y un trozo de salchicha.
—Dime que no es verdad. ¡Pero si ya no
tenías nada! —Marga se acerca la cabeza de Luci.
—¡Ay!
—Marga, ¿podrías dejar eso ahora? Estamos
comiendo.
—Vale, vale.
Marga corta el huevo y las salchichas y lo
revuelve todo junto con las patatas. Cuando termina se inclina un
poco y mira por encima de la cabeza de Luci. Pincha un poco y se lo
lleva a la boca. Acerca la otra mano a la cabeza de su hija. Coge un
mechón y lo suelta. Luci mientras come en silencio, mirando a su
madre de reojo. Marga sigue comiendo y buscando en el pelo de la
niña.
—¡Miralo, ahí hay uno! ¡Ay, que asco!
—¿Podrías no hablar de esas cosas mientras
comemos?
—No puedo evitarlo. Los veo ahí y me entra
de tó. Ven Luci, que te pase el peinecillo —Luci deja el
tenedor sobre el plato y se inclina para levantarse.
—Luci no va a ningún lado ahora. Primero va
a comer.
—Pero... la comunión es dentro de una
semana. No puedo dejar que la vean con piojos.
—Justo lo que tarda la loción en matarlos a
todos. Van a morir igualmente si lo haces dentro de unos minutos.
Venga, no te preocupes que para la comunión la niña tiene la cabeza
limpia. Ahora a comer.
* * *
Marga está esperando su turno en la
peluquería. Está sentada en uno de los dos sofás de espera. Tan
sólo hay una peluquera que está ocupada con otra clienta en el
último asiento, pegado a la pared del fondo. Marga tiene entre sus
manos una revista Cosmopolitan
de enero. Está señalando con el dedo una página. La abre por el
artículo 20 consejos para ser feliz.
La señora que está en el otro sillón gira la cabeza y lee por
encima de Marga.
—¿No eres muy joven para leer esas cosas,
niña? Espero que todo te vaya mejor.
—¿Esto? —Marga cierra la revista y la deja
sobre la mesilla que hay entre los dos sillones—. No, no me hace
falta. Solo lo leía por entretenerme con algo. Estoy muy feliz,
¿sabe? Mi hija hace hoy la comunión. Es un día muy especial para
ella y estoy feliz por ello.
—Yo no hablaba de estar feliz, sino de ser
feliz —una chica entra por la puerta del local—. Buenos días
Almudena.
—Buenos días Eugenia, buenos días, eh...
—chasquea los dedos señalando a Marga.
—Marga.
—¿Quién es la próxima? —la peluquera
descuelga la bata del perchero y se la coloca. Marga vuelve a coger
la revista.
—Aquí chica.
La señora intenta levantarse del asiento, pero
al incorporarse vuelve hacia atrás. Apoya las dos manos sobre el
brazo del sillón y se levanta lentamente. La peluquera la sujeta y
la lleva al asiento del medio. Marga está mirando el perchero con
los ojos muy abiertos. Empieza a pasar las páginas de una sin
mirarlas. Con una mano se rasca detrás de la oreja. Sigue mirando
el perchero. Las páginas se pasan cada vez más deprisa. Con la
mirada todavía en el perchero Marga suelta la revista y se rasca
desde la sien hasta la nuca.
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