No sé
nada
Los
últimos compases de “La Traviata” sonaron grandiosos. Los
altavoces estaban casi a la máxima potencia. Luego, un letal
silencio. Miró la hora en su reloj, marcaba las doce y doce minutos,
morosamente se levantó de su sillón de cuero beige, apagó el
equipo de música, avanzó los pies, buscando sin mirar sus
zapatillas de felpa marrón. Subió lentamente al dormitorio. La
puerta se encontraba entreabierta, la empujó suavemente, entró,
cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra de la habitación, dejó
la mirada clavada sobre la cama.
Sobre
la cama de matrimonio yacía su esposa, boca abajo con un cuchillo de
cocina de esos largos, muy largos, y estrechos, algo estrechos,
clavado en la espalda, con un ángulo tal, que seguramente le había
perforado el pulmón izquierdo y cuya punta posiblemente le partía
el corazón en dos. Como un halo misterioso, casi de santidad,
rodeaba al cuerpo inerte una gran mancha de sangre. Llevaba un batín
de seda violeta, lo que daba como resultado un espectáculo cromático
ciertamente interesante: ella: rosada pálida, el batín: violeta, y
enmarcándolos: una aureola roja oscura. La composición cromática
era ciertamente interesante, porque además las sábanas eran de
satén amarillo, lo que lograba compensar, la intensidad de color de
los elementos anteriores. Perdón por la frivolidad. Ha sido una
simple observación estética, me temo que poco pertinente, lo sé.
Miró
fijamente durante unos segundos el cuerpo sin vida de su esposa.
Inspiró una bocanada de aire. Gritó, sí, creo que gritó
fuertemente: “Amor mío, ¿qué te ha ocurrido?”. Lo cual era una
pregunta estúpida, estaba claro lo que le había ocurrido a su
esposa. Se fue hacia ella, se empapó en su sangre aún fresca cuando
la abrazó, y continuó vociferando como una rata. Luego de algunos
instantes, llamó a la policía, entre balbuceos le contó que había
encontrado a su esposa en la cama, con un puñal afilado clavado en
la espalda, y que yacía muerta, sobre su cama. La policía no tardó
en llegar a la casa. Y al poco tiempo estaba toda la casa invadida
por policías y detectives, tomando huellas y fotografías de las más
variadas cosas: de las puertas, de las cerraduras, del cuchillo, del
suelo de la habitación, etc., etc. Luego llegó el forense, que no
paraba de asentir y decir entre dientes: “ummm”. El caso es que
lo acosaron con preguntas sobre la finada (creo que se dice así),
preguntas a decenas, bueno que digo a decenas, a cientos. Él
contestó titubeante a casi todas, y otras no las contestó,
solamente calló. Y le dijeron algo así como que no podía salir del
Estado (o sea, todo como muy peliculero).
Después
de varios días vino otra vez la policía y lo detuvo.
El
juicio levantó cierta expectación en las Cadenas de televisión del
Estado, que por aquellos días estaban un poco escasas de noticias.
El juicio fue breve, por una parte él dijo que no sabía nada,
absolutamente nada de la muerte de su esposa, que él la amaba con
locura, que hacía poco que se había divorciado y casado con ella.
Dijo también que la noche del asesinato, estaba escuchando “La
Traviata”, y que no oyó nada, y que cuando llegó a la habitación
encontró el cadáver de su esposa. Creo que al jurado de todas
maneras, que no sabía si era el autor o no del asesinato, no le hizo
mucha gracia en todo caso, que mientras estaban asesinando a su
esposa, él se dedicara a escuchar “La Traviata”. Que debe de
ser una cosa como muy decadente, de europeos, de homosexuales, o de
locos.
El
fiscal habló mucho (ese sí que habló). Dijo algo sobre un seguro
de vida. Dijo algo sobre la ausencia de señales de violencia en la
habitación de los hechos, dijo algo de subir el nivel de la música
para que los vecinos no escucharan los gritos de la pobre esposa
mientras era asesinada, y dijo algo de las huellas del acusado en el
arma homicida, y en el cuerpo de la finada (¡toma ya! Era correcto
eso de finada).
En
fin, que en menos de tres días, la sentencia estaba dictada. El
veredicto fue de culpabilidad y la sentencia era de condena a muerte.
Así
que llevaba algunos años esperando la ejecución de la sentencia. Él
siempre ha proclamado su inocencia, bueno hasta ayer por la tarde que
fue ejecutado en la Prisión Estatal de Florida.
Al
final, mi pobre papi ha aceptado la inyección letal con resignación,
y eso que a la zorra esa la maté yo.
FIN
Autor:
Enrique Morales Fernández.
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