viernes, 8 de junio de 2012

-Relato 4 de Enrique Morales Fernández, "No sé nada"

 
No sé nada

Los últimos compases de “La Traviata” sonaron grandiosos. Los altavoces estaban casi a la máxima potencia. Luego, un letal silencio. Miró la hora en su reloj, marcaba las doce y doce minutos, morosamente se levantó de su sillón de cuero beige, apagó el equipo de música, avanzó los pies, buscando sin mirar sus zapatillas de felpa marrón. Subió lentamente al dormitorio. La puerta se encontraba entreabierta, la empujó suavemente, entró, cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra de la habitación, dejó la mirada clavada sobre la cama.

Sobre la cama de matrimonio yacía su esposa, boca abajo con un cuchillo de cocina de esos largos, muy largos, y estrechos, algo estrechos, clavado en la espalda, con un ángulo tal, que seguramente le había perforado el pulmón izquierdo y cuya punta posiblemente le partía el corazón en dos. Como un halo misterioso, casi de santidad, rodeaba al cuerpo inerte una gran mancha de sangre. Llevaba un batín de seda violeta, lo que daba como resultado un espectáculo cromático ciertamente interesante: ella: rosada pálida, el batín: violeta, y enmarcándolos: una aureola roja oscura. La composición cromática era ciertamente interesante, porque además las sábanas eran de satén amarillo, lo que lograba compensar, la intensidad de color de los elementos anteriores. Perdón por la frivolidad. Ha sido una simple observación estética, me temo que poco pertinente, lo sé.

Miró fijamente durante unos segundos el cuerpo sin vida de su esposa. Inspiró una bocanada de aire. Gritó, sí, creo que gritó fuertemente: “Amor mío, ¿qué te ha ocurrido?”. Lo cual era una pregunta estúpida, estaba claro lo que le había ocurrido a su esposa. Se fue hacia ella, se empapó en su sangre aún fresca cuando la abrazó, y continuó vociferando como una rata. Luego de algunos instantes, llamó a la policía, entre balbuceos le contó que había encontrado a su esposa en la cama, con un puñal afilado clavado en la espalda, y que yacía muerta, sobre su cama. La policía no tardó en llegar a la casa. Y al poco tiempo estaba toda la casa invadida por policías y detectives, tomando huellas y fotografías de las más variadas cosas: de las puertas, de las cerraduras, del cuchillo, del suelo de la habitación, etc., etc. Luego llegó el forense, que no paraba de asentir y decir entre dientes: “ummm”. El caso es que lo acosaron con preguntas sobre la finada (creo que se dice así), preguntas a decenas, bueno que digo a decenas, a cientos. Él contestó titubeante a casi todas, y otras no las contestó, solamente calló. Y le dijeron algo así como que no podía salir del Estado (o sea, todo como muy peliculero).

Después de varios días vino otra vez la policía y lo detuvo.

El juicio levantó cierta expectación en las Cadenas de televisión del Estado, que por aquellos días estaban un poco escasas de noticias. El juicio fue breve, por una parte él dijo que no sabía nada, absolutamente nada de la muerte de su esposa, que él la amaba con locura, que hacía poco que se había divorciado y casado con ella. Dijo también que la noche del asesinato, estaba escuchando “La Traviata”, y que no oyó nada, y que cuando llegó a la habitación encontró el cadáver de su esposa. Creo que al jurado de todas maneras, que no sabía si era el autor o no del asesinato, no le hizo mucha gracia en todo caso, que mientras estaban asesinando a su esposa, él se dedicara a escuchar “La Traviata”. Que debe de ser una cosa como muy decadente, de europeos, de homosexuales, o de locos.

El fiscal habló mucho (ese sí que habló). Dijo algo sobre un seguro de vida. Dijo algo sobre la ausencia de señales de violencia en la habitación de los hechos, dijo algo de subir el nivel de la música para que los vecinos no escucharan los gritos de la pobre esposa mientras era asesinada, y dijo algo de las huellas del acusado en el arma homicida, y en el cuerpo de la finada (¡toma ya! Era correcto eso de finada).

En fin, que en menos de tres días, la sentencia estaba dictada. El veredicto fue de culpabilidad y la sentencia era de condena a muerte.

Así que llevaba algunos años esperando la ejecución de la sentencia. Él siempre ha proclamado su inocencia, bueno hasta ayer por la tarde que fue ejecutado en la Prisión Estatal de Florida.

Al final, mi pobre papi ha aceptado la inyección letal con resignación, y eso que a la zorra esa la maté yo.

FIN



Autor: Enrique Morales Fernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario