lunes, 11 de junio de 2012

Relato 4. Rosa Estrada

EL ÚLTIMO ENCUENTRO
 
 Hace ya mucho tiempo, y sin embargo, aquellos recuerdos siguen aún vivos en mí, mientras que el resto, durante años, quedaron guardados en un recodo de mi memoria.
   Mi pueblo _ Formado en principio por dos aldeas construidas ambas alrededor de una iglesia, con el tiempo se fue edificando desde cada una de ellas, en hilera y en sentidos opuestos como si quisieran abrazarse, dejando libre una amplia zona central solo salpicada de un lado por la escuela y la comisaría, y un extenso campo de fútbol, del otro _Era, y sigue siendo, un pueblo perdido en la sierra camino de ninguna parte y solo destino de los que lo añoran.
    Lo veo ahora como un documental de la época _Hay colores dentro de su perímetro. Veo el color del barro, con el cual elaboraban los adobes para construir las paredes , el amarillo de la paja con el cual hacían sus techos, los vestidos multicolores de sus pobladores sobretodo el viernes , día  del mercadillo del pueblo_ Mujeres reunidas alrededor de la radio con la cabeza gacha, zurciendo, cosiendo, viendo el mundo pasar a través de los visillos del cierro de la estancia, una estancia cerrada en una sociedad aislada, donde todo el mundo es vigía y se siente vigilado.
    Un estado de abandono, de ignorancia y de retraso en el que abundaban supersticiones e historias truculentas de ahogados en el pantano, cuyos cuerpos salían a flote al tercer día invariablemente, de reyertas con navaja a la puerta del restaurante y a la luz de la única farola de la plaza, de traiciones, de odios, de venganzas que contaminaban el aire haciéndolo espeso. Historias contadas por mi abuelo _ El cabello canoso y ondulado, además de su carita dulce habían hecho que fuera una de las personas más queridas del pueblo_  y  en las noches de verano, en el zaguán, con la familia en torno a él. Historias también de fantasmas. Mi abuelo creía en ellos, porque tuvo una hermana vidente _ Mi tía Clara, de quien se decía había tenido contacto con  espíritus  de sus antepasados_ cuya gracia  “como él la denominaba”, no había heredado nadie de la familia. Contaba la historia de un espíritu que se apareció a unos vecinos, que regresaban de la fiesta patronal de un  pueblo cercano y habían sufrido un accidente y otra que me gustó mucho: La del fantasma que se aparecía a los vecinos del pueblo, momentos antes de morir, para ayudarles a soportar el último trance. El abuelo decía que los que van a morir hablan con alguien que los demás no ven, que guardan las pausas como escuchando a su interlocutor. En principio se creía que el enfermo deliraba, pero cuando se comprobó que la situación se repetía, no tuvieron dudas. Desde entonces la visita al enfermo muy grave, seguía siendo un acto de caridad para algunos, pero también una búsqueda de espectáculo “para otros”. La aparición en principio, asustaba al enfermo, pero mientras hablaba se iba serenando y confrotando y al final tenía una muerte dulce.
    Podría ser la muerte, pero no lo creo, decía. La muerte no va a socorrer a nadie en un accidente, debe tratarse del mismo fantasma. No pretenderemos que un pueblo tan pequeño, tenga dos, comentaba jocoso. _ ¡No! Ya lo tengo- ! Como somos dos aldeas tenemos cada una  el nuestro.
Tú si que eres un fantasma, abuelo. Es una historia irreal pero tan hermosa que merecería se cierta, como son ciertas todas las verdades descabelladas. Ojalá pudiese corroborarla pero aquí no se muere nadie.
Ten paciencia, igual tienes suerte y nos azota una nueva peste como la de hace más de 200 años y disipas tus dudas.
¡ Eres icorregible abuelo!
Mejor aún, yo estoy muy viejo, ¿entiendes?... Te reservé un sitio de privilegio al borde d emi cama desde podrás presenciarlo todo y hasta podrás tomar apuntes.
Conociéndote, abuelo, eres capaz en tu lecho de muerte, de fingir una conversación con el fantasma con tal de burlarte de mí.
¡Diablo de criatura esta!, dijo entre risas.
    Olvidé el tema durante cierto tiempo, pero un día ocurrió un hecho que iba a ser determinante en mi vida. Mi amiga Olga _ Ella era mi amiga de toda la vida y nunca me negaba nada _ y yo, regresábamos en bicicleta de tomar un baño en la poza. Yo más pequeña, iba de “paquete” en el asiento posterior de la bicicleta. La carretera se hacía cuesta abajo y circulábamos a demasiada velocidad , por lo que Olga iba frenando poco a poco, introduciendo su pie por el espacio libre que había ocupado el guardabarros delantero de su vieja bicicleta. Había minorado la velocidad, pero no lo suficiente ante la proximidad de una curva. Supe entonces que íbamos a sufrir un accidente horrible _ Tal vez se agudizó mi intuición en aquel momento y el hecho de pensar que iba a ser fatal me aterró. Me oriné encima_Olga, también lo supo e instintivamente hundió el pie en la rueda delantera, frenando de golpe y haciéndonos saltar hasta la ladera por la que rodamos varios metros pendiente abajo hasta una zona de ramas y matorrales.Teníamos arañazos y magulladuras por todo el cuerpo y yo, además un tobillo hinchado. Olga me ayudó a incorporarme hasta dejarme al pie de un eucalipto cercano mientras iba al pueblo a pedir ayuda _ Me dijo que regresaría antes del anochecer a sabiendas de que, por mucha prisa que se diese llegaría siendo noche cerrada_ Lo esperé sentada con la espalda recta apoyada en el eucalipto. Entonces fui entrando en un sopor mezcla de cansancio y de sueño. De pronto siento como que alguien me observa y giro brúscamente mi cabeza a la izquierda y veo una figura ensombrecida de pie, al frente. No consigo ver su rostro que esconde bajo un sombrero grande. Lleva una especie de túnica muy holgada que le cubre el cuerpo, desde el cuello a los pies. Se va acercando pero no parece caminar_ Diría que venía como flotando al ras del suelo y extrañamente percibo un extraño olor a moras y no sentí miedo ni llegué a sentirlo incluso_ Cuando instantes después tuve la certeza de saber quién era y que podía estar viviendo mis últimos instantes, pareció leerme el pensamiento.
No temas, no te va a ocurrir nada. He visto el accidente y he venido a socorrerte. Estabas inmóvil y rompiendo una norma, me he dejado ver para prestarte ayuda.
¿ No voy a morirme entonces?
¡Cómo se te ha ocurrido!. Claro que no.
    Me inspeccionó el tobillo y presionó con sus dedos distintas zonas de la pierna magullada como suelen hacerlo los médicos y enfermeros.
No te preocupes, no tienes nada serio. Con un antiinflamatorio y algún analgésico que te recete Don Julio te curarás enseguida.
Ya veo que conoces a Don Julio, el médico, pero ¿Quién eres tú? ¿De dónde vienes? ¿Por qué estás ahora aquí?.
Odas las preguntas tienen su respuesta, pero a su debido tiempo. Prepárate, tu padre y el médico están a punto de llegar y yo estoy a punto de marcharme. Y se marchó.
    Cuando mi padre llegó con cara de preocupación, yo no paraba de gritarle.
¡ Le he visto padre! ¡Le he visto!
¿ A quién has visto?
¡Al fantasma! ¡ Al fantasma!
    Mi padre me miraba incrédulo_ Pensaba que deliraba.
Bueno descansa, hija mío, está muy débil, mañana hablamos.
    A la mañana siguiente esperé ansioso la llegada del abuelo. No tardó en llegar.
¿Cómo te encuentras?
¡ Le he visto abuelo! ¡Le he visto!
Sí, ya me ha contado tu padre.
Te noto un tanto incrédulo ¿Acaso no crees lo que te dice tu nieta?
Claro que sí, lo que ocurre es que estabas aturdida, querías que apareciese y tu subconsciente ha hecho el resto.
¡Caramba! Ahora te doy una prueba de veracidad, ¿No lo crees?
Bueno, la verdad, es que tu cara de moribunda, lo que se dice moribunda no tienes.
No sigas por ahí que te conozco, además también se le apareció a los del accidente.
Sí, en aquel accidente murieron dos personas y otras dos estuvieron muy cerca. Uno de ellos heridos dio detalle de su presencia. Solo aparece en situaciones extremas y esta del accidente, fue “solo” muy grave. Lo tuyo es otra excepción.
Él mismo lo dijo: “rompiendo una norma”.
Sí, una norma que, al parecer, ha roto ya dos veces que nosotros sepamos. Lo que creo es que como somos un pueblo tan pequeño, alguien considera que no tenemos la categoría suficiente y por eso nos envían un fantasma de segunda clase.
Abuelo, eres imposible. Contigo no se puede.
    Al día siguiente, el médico vino a casa para inspeccionarme y aproveché la ocasión para contarle lo sucedido y preguntarle si conocía a ese personaje misterioso que posiblemente fuese médico y que me había hablado de él_Se sorprendió y me contó que el único médico que había en el pueblo fue su antecesor  y ya había fallecido_ Se burló de mí por hacer caso de las habladurías y supersticiones que durante muchos años, gente ociosa del pueblo se había dedicado a propagar. De pronto frunció el ceño, atusó pensativo su perilla como intentando recordar algo que había olvidado y dijo:
- Aunque, ahora que lo mencionas, mi antecesor me contó que hubo un médico en el pueblo que no tenía más medicina que la de ayudar a buen morir a todos sus enfermos en el fatídico año de la peste y que la enfermedad también acabó con su vida. Fue enterrado como el resto en una fosa común, detrás del cementerio actual donde hoy se encuentra el campo de moras. El campo con las mejores moras de la zona-
¡Ya lo tenía! No conocía su identidad, pero sabía quién era. ¡Era él!.
    Desde entonces me preguntaba: ¿Quién ? ¿Por qué a mí? ¿Había heredado la “gracia” de la que hablaba el abuelo? “Todas las preguntas tienen sus respuestas, pero a su debido tiempo”recordé_Estaba convencido que tendría mi última cita con él_ Y procuré llevar una vida lo más acorde posible con los dictados de mi conciencia, debía aprovechar el tiempo que me quedaba porque no quería presentarme sin nada que ofrecer, seguro  que tendría que rendir cuentas. Tenía que hacerme merecedor del favor que se me iba a conceder.
    Al poco tiempo dejé el pueblo para estudiar la secundaria en un internado de la ciudad – un internado de las Madres Dominicas al que habían ido también mis primas por considerarse que sería bueno para nuestra formación _   y regresaba en vacaciones para pasarlas en familia. Aquel verano, el abuelo había caído enfermo y cuando me despedí para regresar a la ciudad, presentí que era la última vez que nos veíamos y fingí una despedida convencional.
Hasta pronto, abuelo, cuídate y ve preparando alguna historia interesante para cuando regrese.
Me temo que no habrá más historias y la mía se está terminando.
    Dijo el final de la frase forzando una sonrisa para estarle importancia y para escrutar mi reacción. Yo sabía que solo temía su muerte por el dolor que iba a causarnos y sacando fuerzas de flaqueza, le esperé.
Abuelo, no te pongas trágico, no te pega nada.
    El abuelo y yo congeniábamos. Era el mejor contador de cuentos del mundo. A pensar de tener un sentido del humor tan acusado que le llevaba a hacer chistes incluso en los momentos adversos, aprendí de él a tomarme la vida en serio aunque parezca un contrasentido, y sobretodo aprendía  no dramatizarla.
    Al poco tiempo, mis padres me avisaron que el abuelo se moría. Partí enseguida y cuando llegué, parecía que todo el pueblo estaba congregado en su habitación  pero yo tenía mi lugar al borde de su cama. “Te reservaré un sitio de privilegio” había dicho premonitorio.
    Me senté, cogí su mano y se giró hacia mí con los ojos entornados pero su rostro ya no tenía expresión, después los abrió desorbitados y yo me recliné hasta el lecho y rodeé mi cabeza con el brazo a la altura de los míos, no quería ve ni oír nada porque  ese momento le pertenecía exclusivamente y yo sentía un enorme respeto. Entonces apretó mi mano hasta producirme daño al tiempo que yo percibía, cada vez con más fuerza, un intenso olor a moras.

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