lunes, 28 de mayo de 2012

Relato 4 Consuelo Alcayde


PALOMAS





Conducía apurando los últimos segundos de cada semáforo como un alcohólico la copa que se promete será la última, en cada escapada  ganaba a un  desafío perenne  e inconsciente, semáforos rojos quedaban atrás. A sus cuarenta y dos años por fin tenía un coche  elegido por capricho, una de las ventajas de su nueva soltería, Blanca y él se habían divorciado el año pasado y a Raúl, el hijo de ambos que  estaba a punto de cumplir los dieciocho, la posibilidad de conducir el nuevo deportivo  de su padre había sido más que suficiente para que lo apoyara en  tal decisión.






Serían las nueve de la mañana, la llamada de su padre lo había sorprendido. “No he dormido en toda la noche, ven a recogerme, no me encuentro bien, esto es como la otra vez.” Que su padre lo llamara lo dejó completamente descolocado. Le pidió disculpas a un alumno que en ese momento  llamaba a la puerta y salió precipitadamente de la universidad.

Trataba inútilmente  de recordar cuándo fue la última vez que hablaron por teléfono, tal vez la semana pasada pensó, o la anterior. Nunca lo había hecho al despacho,  ni al despacho ni a cualquier otro sitio, su padre era de los que aún se  resistían a las ventajas de la telefonía móvil o de cualquier otro artefacto moderno, como les contestó  la última vez que   le rogaron que   por favor lo   utilizara, aunque solo fuera para cosas importantes. Germán había observado la caja donde el teléfono permanecía sin estrenar y cambió  de conversación como si sintonizase otro canal.

Llamó a la puerta, no tenía llaves de la casa. Escuchó un andar tan detenido que le hizo pegar la oreja contra la puerta, no quiso llamar de nuevo, lo alteraría y después  tendría  que disculparse, disculparse por alterarlo y  disculparse  por  disculparse, sería  la misma cantinela de siempre. Aún recordaba el día que dejó las llaves en el aparador de la entrada.






-¿Es eso lo que piensas hacer? ¿Filosofía? ¿Y de qué vas a comer cuando termines, me lo puedes decir? Supongo que esa amiguita tuya,  cómo se llama, Clara, te habrá animado a hacerlo.

-Blanca papá, Blanca. Y no es una amiga, sabes de sobra que es mi novia, llevamos un año saliendo juntos.

-¡Un año, un año! ¡Y en un año todo lo que has vivido en esta casa se te ha olvidado! Esa chica te ha lavado el cerebro.

-No se me ha olvidado nada, padre, precisamente por eso.

-¿Precisamente por eso? ¿Qué quieres decir? Habla.

-Contigo es imposible hablar padre, no llegaremos a nada, será un monólogo como siempre, prefiero callarme.

-Pues habla, te he hecho una pregunta.- Eloy permanecía callado apretando los labios intentando mantener  la presión fermentada  de   las palabras que se le agolpaban en la  boca. -¡Habla, joder!

-Estudiaré filosofía.

-¡Tienes una obligación conmigo! Las empresas no se dirigen solas, sabes? ¿Crees que porque ahora seas mayor de edad  estás preparado para pensar en lo que te conviene?

-La empresa no es mi obligación, es la tuya, no te equivoques.- Consiguió decir a la vez que aspiró para tomar aire.

-¿Qué no me equivoque? Pues es la empresa la que te da de comer y la que te pagará los estudios, siempre que no sea esa mariconada.

- Nunca  me haré cargo de la empresa.

-¿Pero quién te has creído que eres para hablarme así?

-Tu hijo, desgraciadamente.- Escuchó de su boca. El vómito había empezado, sabía que ya no podría  contenerlo.-El problema es que jamás me has visto como tal, para ti soy una manera más de conseguir tus propósitos, como  tus empleados pero con nombre, al menos del mío si  te acuerdas, ni eso dejaste que lo eligiera mamá, claro que mamá  también fue otro medio.

-¡A tu madre no la metas en esto! No quiero que hables de ella.

-Nunca has querido que hablemos de ella. ¿Por qué no puedo ni  nombrarla? ¿Sigues odiándola porque no cumplió tus expectativas? ¿Es eso lo que me pasará a mi o es  porque me parezco demasiado a ella?

-¡No sabes nada! ¡No entiendes nada!

-¿Y cómo quieres que lo entienda? Das por hecho cosas que son hipótesis, vives en la suposición padre y no sé cuándo me verás a mí, no soy tu proyecto, ni tu  continuación, ni ella.  

 -Vete, no quiero hablar más. No será mi empresa  la que te mantenga mientras estudias. ¿De qué vas a…








Germán abrió  la puerta sorprendiéndole con la última palabra de aquella conversación en su cabeza. “Vivir”, escuchó   de su padre  antes de dejar las llaves sobre el aparador de la entrada y marcharse con Blanca.Todavía permanecían allí.

-¿Qué pasa padre? No he entendido nada por teléfono. Estaba trabajando, no he avisado  que me iba.

-Te he dicho que me encontraba mal. Queríais que os llamara, ¿no?, pues eso he hecho.

-Sí, claro-. Eloy, se acercó dificultosamente para darle un beso, notaba que desde su espalda, como  un imán, algo lo arrastraba hacia el lado opuesto donde se encontraba su padre, le rozó la frente con los labios,  lo notó destemplado.- ¿Desde cuándo tienes fiebre?

-No lo sé. No me he dado cuenta, pero llevo unos días más cansado de lo normal, ¿qué día es hoy, domingo? ¿Has llamado a Raúl? ¿Vas a almorzar con nosotros?

-Padre-dijo con una voz de ventrílocuo que él mismo no reconoció. -Voy a llamar a tu médico, seguro que Felipe nos atenderá.







La consulta estaba llena, les habían dado cita inmediatamente  por ser un paciente de hacía muchos años y ahora les tocaba tener paciencia.  Eloy  ayudó a su padre a sentarse  y cuando la luz de la sala de espera les  durmió los ojos a ambos sintió la mano de su padre que se agarraba a su pierna como una  vieja raíz de un robusto árbol. Germán quiso decirle algo, abrió la boca durante unos segundos y la cerró al tiempo que aflojaba la mano, no dijo nada.






Felipe llevaba tratando a Germán algo después de que el doctor Valatela le   encontrara  “algo raro pero inapreciable” hacía ya siete años. La tranquilidad con que aquel doctor le había  dado el diagnóstico  a Germán  hizo que éste no le diera mayor importancia   y no dijera  nada hasta un día que almorzaba con su nieto, que  empezó a sentirse mareado. Raúl llamó a su padre y entre los dos lo llevaron a urgencias, allí le detectaron un tumor en la próstata y desde entonces el doctor Martínez, Felipe para sus pacientes, lo había estado llevando hasta que se recuperó totalmente.

-¿Y Blanca, cómo está?  Hace tiempo que Raúl no me cuenta nada de ella.

-Está bien papá.

-Quiero que venga, ¿por qué no ha venido?

-Papá, sabes que Blanca y yo ya no estamos juntos.

-¿Y por qué no estáis juntos? Eres idiota.- Esa si era la típica respuesta de su padre, ahora se podría quedar algo más tranquilo. Eloy pensó para sus adentros cómo podría explicar por qué se había separado de Blanca si realmente si ni siquiera él lo sabía. Por aburrimiento tal vez. Se acordó que tenía que llamar Raúl, habían quedado para comer y en ese mismo momento su móvil lo expulsó de sus pensamientos.    






Raúl fue la posibilidad de reconciliación entre padre e hijo, un modo de negociar  la biografía que escribían juntos pero con palabras en diferentes idiomas que los confundían   a cada  intento de aproximación. La inseguridad  que tenía el uno en el otro hizo que esa reconciliación  quedara  reducida a reencuentros familiares donde el peso de los recuerdos adormecía la necesidad que ambos tenían camuflándola entre orgullo y sentimientos de culpa. Eloy además, trataba siempre de racionalizar esas sensaciones  de necesidad afectiva argumentándose que eran debilidad. Se cambiaron las formas de relacionarse, un nuevo posicionamiento pero la misma situación, como una novela que se repitiese  a sí misma. Al menos cambió un elemento, un narrador externo llamado Raúl. Si hubiera sido chica a Eloy le hubiera gustado llamarla Esperanza, pero después  pensó que fue una suerte que naciera niño, Esperanza  era una palabra demasiado larga para decirla a menudo.






-Abuelo, ¿podemos decirle a papá que venga a nuestra cueva?

-¡Pues claro! Ahí mandas tú, eres el único que tienes el poder de permitir o rechazar  la entrada.

-¿Crees que le gustaría venir?

-Estoy seguro que sí, salvo que tenga mucho trabajo y no consiga encontrar el camino,  ya sabes, cuando empezamos a hacernos mayores nos volvemos muy despistados.

-Ya, siempre me dice que no tiene tiempo, yo creo que no le gusta jugar conmigo.

-A ver Raúl, ¿te gusta ver la tele?

-Sí, claro, no seas tonto abuelo.

-Y cuando un día de esos que llueve mucho y pasas el día entero viendo la tele porque no se puede salir, ¿qué te pasa?

-¡Pues que me aburro de la tele!

-¿Y qué haces?

-No sé, nada.

-¿Entonces, te gusta ver la televisión sí o no?

-Sí pero…

-Pues eso Raúl, a tu padre le gusta jugar contigo, lo que sucede  es que pasa muchas horas trabajando y acaba tan aburrido que no se da cuenta de lo aburrido que está y ya no sabe qué hacer.

-Pero entonces ¿por qué cuando yo le digo que si jugamos me dice que está cansado?

-Porque está tan  cansado que ya  no le apetece nada, ni siquiera pasarlo bien.

-¿Pero estar contento cansa abuelo?








Raúl adoraba a su abuelo. Germán lo entretenía con historias que él  transformaba  a su antojo convirtiendo a máquinas y empleados en alienígenas a los que “Raúl el guerrero”  derrotaba dejando al mundo libre de peligros. Su abuelo, con la voz teñida de azules lo transportaba a  una cueva estelar dónde él era el defensor  y guardián  de todo lo que un día  sería su reino. Y siguió abrigando finales felices para esas  historias  hasta que sus padres se separaron.  El divorcio, acabó con sus sueños infantiles y con  los almuerzos familiares de los domingos, pero  Blanca siguió llevando a su hijo a casa de Germán  para que almorzase con él  hasta que Raúl tubo autonomía suficiente, y entonces  nieto y abuelo empezaron a quedar cuando les apetecía, que solían ser los domingos, pero solos. Raúl se convirtió en el punto de unión  de  de un círculo sin cerrar. 






-Raúl, hijo, te iba a llamar ahora. No voy a poder recogerte hoy.

-No importa papá, por eso te llamaba, tengo que hacer un trabajo con unos compañeros y me viene mejor quedarme en casa de  mamá.

-Ah, bueno. Había pensado  que te podrías acercar tú a ver al  abuelo y  quedarte allí conmigo.- Raúl notó que la voz de su padre  vibraba como el  tubo  de escape de un coche  destartalado.

-¿A casa del abuelo? ¿Es que le pasa algo?

-No lo sé. Está destemplado y  parece desorientado. Estoy  en la consulta de Felipe con él.- La voz de su padre volvió a sonarle metálica.

-Voy para allá. Se lo diré a mamá.

-No Raúl, aquí vamos a estar un buen rato, haz el trabajo con tus compañeros y después si quieres  te vienes para acá.

-¿Seguro papá?

-Sí hijo, tu abuelo seguro que lo prefiere también.-  La enfermera los acompañó hasta la puerta  y Felipe estrechó la mano de los dos con afecto.






-Eloy lo siento, tu padre está minado. No sé cómo puede tenerse en pie. Empezaremos a hacerle pruebas mañana mismo.- “Minado” había sido la expresión que utilizó el médico por teléfono. Su padre tenía el hígado minado como un país en guerra.

Eloy no pudo más que asentir con la cabeza aunque Felipe no podía verlo. Cuando colgó, su padre lo miraba  con ojos tan profundos que sintió miedo de caer dentro de ellos.

-No quiero más  pruebas hijo, me gustaría decirte algo. Me temo que he esperado demasiado tiempo en encontrar el momento y ahora es el peor de todos.

-Padre, no tienes que decirme nada, estás cansado, anda, vamos al dormitorio, te ayudaré a desvestirte, deberías descansar.

-No, me quedo en el sillón mejor, así estaremos juntos.- Eloy no se atrevió a insistir, jamás había escuchado  en las palabras de su padre el deseo de estar juntos. Sintió un dolor en el estómago y pensó que no habían almorzado todavía.

-Está bien papá, voy a preparar algo para comer, tu nieto vendrá luego a verte.

-Eloy, tu hijo es un gran chico.

-Lo sé papá.

 -Se parece mucho a ti.- Eloy no fue capaz de resistir la mirada de su padre, le dio la espalda para dirigirse a la cocina mientras le contestaba.

-Más bien se parece a ti padre. Cuando os veo charlar  me pregunto si alguna vez he estado hablado tanto tiempo contigo como lo hacéis vosotros. Y si yo hablo con él lo suficiente, no sé.- La tarde se oscurecía, un viento tormentoso traía nubes que se empujaban unas a otras amontonándose como en una bulla intentando  entrar en el estómago  de Eloy.-Es tarde padre, no has comido en todo el día ¿qué te apetece tomar?

-Hay tiempo.

-Si ya es casi la hora de cenar, papá por favor, deberías tomar algo…

-Hay tiempo para ti, para los dos. Y ojalá lo sea también para que hables con Blanca, jamás te  ha dejado Eloy, siempre está ahí cuando la necesitas, ¿te has preguntado por qué? No dejó de traerme a Raúl cuando os separasteis, no ha dejado de preocuparse por ti nunca. Yo, bueno, tuve celos de ella al principio, tenía miedo de que te abandonase y celos de que no lo hiciera, tu madre…tu madre nos abandonó y yo…

-Papá, ahora no por favor.

-Ahora ya no es el momento, pero no puedo esperar más, te debo algo, algo que siempre  me has pedido y siempre te he negado. Demasiado orgulloso para hacer el esfuerzo,  demasiado asustado para intentarlo.

-Ya no me interesa papá, no te preocupes, estás cansado. Eloy no podía soportarlo, comprobar cómo su padre estaba sufriendo para  decirle algo, se sentía incómodo, le dolía verlo así, no podría aguantar  verlo disculparse, ya no, sería más fácil estar con él con la frialdad acostumbrada, así podría controlarse, si no derraparía.

-Eras un niño Eloy, tu madre nos abandonó sin explicaciones, ni una palabra, ni una señal que yo percibiera… un bote de pastillas vacío y nada.






Lo despertó el parloteo insistente de esas aves que tenían la maldita costumbre de anidar en el hueco de la persiana. Desmesurada energía  tan temprano, necesita unos minutos de silencio para encontrarse a solas con su ansiedad, una vez equilibrado el reencuentro ya  podría competir con la de los demás.

 ¿Por qué  se le llamaba arrullo al sonido que emitían esas malditas palomas? Para distraerse de sus  propios pensamientos Eloy   tenía un sistema que comenzó a utilizarlo desde muy joven,  formulaba una hipótesis de cualquier cosa y  se dedicaba a darle vueltas en la cabeza hasta formarse su propia teoría, la mayoría de las veces descabellada, pero a él lo dejaban tranquilo, más que nada porque  conseguía su objetivo, evadirse de su realidad. Pero esta vez  su manía de racionalizarlo todo no le dio el resultado que  deseaba.

La ceremonia había sido sencilla. Blanca no se había separado de Germán en los quince días anteriores a la incineración y se encargó de organizarlo todo mientras  padre e hijo trataron  de volver a la rutina caminando sobre zancos que todavía los mantenían a un par de metros del suelo.






-Papá, te llamo por si te apetecía almorzar hoy conmigo. Me gustaría presentarte a alguien.

-¿A alguien? ¿Ese alguien tendrá un nombre, no?

-Bueno, sí, Espe.

-Jajaja, ¿Esperanza?

-¿Y por qué te ríes?  

Por nada hijo, es que estoy contento.

-Ah, vale. Y bueno, ¿qué?

-Me parece estupendo solo que…

-¿Qué papá? ¡Venga!

-Que había quedado con tu madre para hablar de algunas cosas, de papeleos y eso. Aunque imagino que puede esperar.

-Ni se te ocurra padre, no seas tonto. Ya te la presento otro día, ¿vale?

-De acuerdo hijo, podríamos comer juntos el domingo, ¿te parece?

-Vale, se lo pregunto a Espe, a ver si puede. Oye:

-¿Qué Raúl?

-Te quiero papá.








Eloy salió con tiempo de sobra  para encontrarse con Blanca, dejó el coche aparcado y se puso a caminar  mientras la esperaba. Había llovido bastante este invierno, las  jacarandas rabiosas de color  llenaban la avenida. El viento deshacía las nubes y  arrancaba las  de flores de los árboles, pringando las aceras con las  pisadas de los peatones. Una bolsa de basura competía revoloteando con  palomas buscando el equilibrio cuando un excremento de ave  le calló en el hombro. Eloy sonrió, no podía  entender  cómo un ave tan sucia pudiera ser símbolo de armonía. ¿Por qué nos empeñaríamos en hacerlo todo tan confuso? Pero esta vez  no sintió necesidad de racionalizar.





 


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