lunes, 21 de mayo de 2012

Rosa Estrada. Relato 3 :Muertes Sangrientas

              Caminaron de regreso lentamente, abriéndose paso entre cables de  micrófonos y cámaras de televisión de los periodistas que esperaban apostados en la puerta de la sala.
               Una vez, ya en la calle, sortearon a los que aún permanecían de una multitud de curiosos que se había concentrado desde una hora antes rodeando el cordón policial que circundaba la puerta principal del edificio de los juzgados, pendientes de la resolución del caso.
   Libres del tumulto, el comisario se arregló el cabello y aflojó el nudo de su corbata.
-  ¿ Le llevo a casa Sr. comisario?
-   No, gracias, prefiero ir dando un paseo.
-   Le acompaño.
           Después de varios minutos sin mediar palabra, el sargento sacó un paquete de cigarrillos y con él en la mano, le golpeó el brazo izquierdo en ademán de ofrecérselo, el comisario cogió uno, sacó su encendedor del bolsillo interior de su chaqueta, lo prendió, dio una enorme bocanada y antes de terminar de exhalarla, humo y palabras brotaron de su boca:
-   Presiento que algo se nos ha escapado – dijo restregándose los ojos por el humo del tabaco- peor aún, sospecho que alguien nos ha utilizado.
-   Perdone Sr. comisario pero el caso está resuelto. Se acabó. Váyase a   casa, dese un buen baño de agua caliente y duerma tranquilo.
-   He estado observándola durante el juicio, se la veía nerviosa, me ha bajado la cabeza, avergonzada, como a un niño al que le han sorprendido haciendo una travesura y ha intentado disimular moviendo las manos, fingiendo buscar algo inexistente encima de la mesa entre el grueso de folios de sus abogados. ¿Por qué ? Porque ha intuido en mi mirada algo que teme y que yo solo sospecho.
-   Usted se hace las preguntas y se las contesta. Todo son conjeturas, lo cierto es que ella ha sido condenada por el asesinato de su esposo, las pruebas la incriminan, lo ha confesado todo ¿Qué más quiere?
-   En principio, ella se declaró inocente. Dejó de quererle, es cierto, y también sabía que él tenía una amante y no confesó todo, como tú afirmas, sino que se fue ratificando todo el hecho que nosotros le expusimos, tal vez porque en un momento dado, por algún motivo que se nos escapa, comprendió quién era el verdadero asesino.
-   Sí, claro – le interrumpió – y entonces decidió cargar con las culpas y pasar el resto de su vida en la cárcel dejando libre al verdadero asesino. ¡Ayyy Sr. Comisario!
-   Sí, tú búrlate, pero los estudios dicen que, aunque verdaderas atrocidades se cometen a veces por sujetos con graves transtornos psicológicos,  otros, y una gran mayoría, se cometen por dinero o por amor.
-   Ella quería librarse de su esposo, le había pedido el divorcio y él se lo negaba porque no podía consentir que una mujer de clase media-baja que se tropezó en su camino y a la que acabó queriendo, se fugase con su profesor de tenis- dijo el sargento.
-   Sí, un tipo que había practicado muchos deportes y que no había destacado en ninguno. También fue un hábil tirador de pistola durante el ejército.
-   ¿ Qué intenta insinuar Sr. comisario? No tenía acceso al arma homicida, que pertenecía a la propia víctima, además, el disparo fue efectuado desde el asiento de atrás del auto, hasta mi hijo pequeño hubiese dado en el blanco. Y ¿Cómo abrió la puerta del garaje y la del coche? No, no tenía motivos, disfrutaba de una posición privilegiada, un trabajo que le gustaba y bien remunerado en aquel club de la  alta sociedad y una amante rica y hermosa que satisfacía sus deseos ¿Por qué estropearlo todo con un asesinato?.
-   Para liberarla del sometimiento de su marido. Podía haber llegado al garaje y aprovechando que algún coche entrara o saliera, se introdujese en él y aguardarle tumbado en el asiento de atrás del coche. Sólo tenía que esperar que llegase, empezase a conducir y una vez allí, amenazarle con el arma y ordenarle que condujese hacia un lugar apartado donde dispararle a quemarropa. Allí le dejó en medio de un charco de sangre con el cuerpo tendido sobre los asientos delanteros .
-   No, fue ella, que cogió un segundo juego de llaves y la pistola que la víctima guardaba en el primer cajón del escritorio de su despacho. Ella le mató, tenía su amante y, sin embargo, no podía tolerar que le abandonase por una prostituta y esto acabó por desquiciarla.
-   También esta prostituta pudo...
-   El sargento no dejó que terminara la frase.
-   Ya quedó claro, que aunque en un principio él la frecuentaba para satisfacer sus deseos, luego se convirtió en una amiga, alguien en quien confiar sus secretos.  Estaba solo y en ella encontró apoyo.
-   Le conocía muy bien, yo diría más que su propia esposa, y nos dio detalles de su vida  y sus movimientos justo hasta el día anterior a la tragedia, de ese día dijo no saber nada.
-   Era su única amiga, además no tenía un móvil y ¿Qué me dice del arma? ¿Fue a su casa a robársela?.
-   Recuerda que ella declaró que unos días antes él le confesó sus sospechas de que alguien intentaba matarle, pudo por eso, llevar la pistola consigo como defensa. Es fácil que te arrebaten las llaves y el arma cuando estás sin ropa.
-   Cualquiera puede ser un asesino, solo basta con que se den las circunstancias oportunas.
-   Según esta teoría pudo serlo uno de los empleados que se consideraba explotado, el vecino con el que tuvo una discusión, en fin...
   Así siguieron avanzando por la avenida, callados con la cabeza gacha, como dos amigos que regresan de una juerga empapados en alcohol y que uno de ellos ayuda al otro a mantenerse erguido, pero el comisario iba repasando de nuevo los detalles del suceso.
-   ¡La carta!, gritó de pronto, zafándose del brazo del sargento mientras emprendía una carrera en busca de un taxi. ¡Vamos, tenemos un asesino suelto al que debemos apresar enseguida!
-   ¿Cómo? No entiendo nada, ¿Qué carta? ¿Qué asesino?, dijo aturdido el sargento.
    Cuando llegaron, el señor de la casa estaba ausente, el mayordomo les invitó a pasar y mientras esperaban, el comisario estuvo merodeando, entró en el dormitorio y se puso a observar la colección de postales que decoraban la estancia, después, de uno de los cajones del escritorio, sacó un álbum enorme de la colección de sellos, lo repasó minuciosamente. Poco después el mayordomo anunció que el señor había regresado y que les atendería enseguida.
    El comisario cerró y guardó  todo y se dirigió al salón. Allí aguardaron su llegada.
-   A qué se debe el honor de su visita Sr. comisario.
-   No me andaré con rodeos: Ud. asesinó a su padre y su madre lo ha protegido como ha hecho siempre y ud. lo ha permitido.
-   ¡Mentira! Ha protegido a sus amante, él es el verdadero asesino. Lo hizo por dinero para fugarse con ella y alejarla de mí, que soy el único que siempre lo ha querido, ellos no han hecho mas que utilizarla, mi padre para exhibirla en cenas de gala, en noches de fiesta y en conciertos de ópera. -   ¡Malditos sean!
-   Ya veo que no siente ninguna simpatía por ambos. Ud. le asesinó pero cometió un error.
   La víctima guardaba todas las cartas provenientes del extranjero en el cajón del escritorio de su casa, algunas sin sobre, los sobres cuyos sellos fueron su objeto de colección. En aquella ocasión regresó a casa con la única carta de todas las del correo del día copn el objeto, como siempre de ofrecérsela a su hijo, El asesino la vio entre todos aquellos folios y no pudo reprimir la tentación de recoger el sobre con el sello y posteriormente tiró la carta con el resto d ellos documentos. El sello de una carta de Perú, que supongo que es el que guarda en una de las últimas páginas de su colección con la pintura de las Ruinas de Machupicchu y que, seguramente, Ud. ha  limpiado minuciosamente para eliminar los restos de sangre.
El chico se dejó caer en el sofá y reclinó su cabeza sobre los brazos apoyados en las rodillas. El comisario se quedó unos instantes de pie observándolo con los brazos cruzados , hasta que el joven comenzó a hablar.
-   Yo no quería que ella se inculpase, pero al final accedí porque necesitaba que la policía dejase de vigilarme a cada momento para poder terminar la misión que me había propuesto y que al fin he podido culminar.
    El comisario quedó inmóvil, y cogiéndole de las solapas y alzándole hasta colocarle de puntillas sobre el piso con la cara pegada la una a la otra, le gritó:
-   ¿ Qué has hecho, maldito asesino?
   En ese momento sonó el móvil del comisario, pero tuvo que ser el sargento quien contestase, arrebatándoselo de la chaqueta.
-   Sí, dígame.
-   Sr. comisario, le llamo de la jefatura, malas noticias, ha aparecido un cadáver flotando en el río. Se trata del amante de la acusada. Presenta un disparo a quemarropa en la cabeza.
    El sargento no contestó y el comisario solo tuvo que verle la cara para confirmar que, efectivamente, el asesino había culminado su misión.

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