-Yo
un menta poleo, por favor. -Desde hacía meses no tomaba café, pero
esto tampoco había logrado templarla. Rosalía sentía que sus
pensamiento siempre iban por delante, como si una acumulación de
ideas se le atolondrasen en la cabeza cuando a su alrededor las cosas
se sucedían a ritmo normal. Era consciente de que la vida, según la
entendía algunos días, iba a 33 revoluciones por minuto. Su
problema era que no se daba cuenta de que el ritmo normal del
tocadiscos de la vida era a 45, ella creía que si corría
adelantaría, pero aún no sabía a quien. “No gracias, no puedo
quedarme, tal vez otro día”. Siempre tenía algo que hacer, como
si estuviese huyendo de algo, como en una de esas películas de road
movie
en la que los protagonistas están en continuo movimiento. Pero
algunas tardes, cansada, cuando se dejaba caer en el sillón dando
por terminado el día, era consciente de la prisa permanente en que
vivía. Entonces pensaba que su vida se parecía a la de una ola, si
se detenía para pensar donde iba, moría. Esa tarde había quedado
con un antiguo amigo, por llamarlo de algún modo, al que no veía
desde hacía casi tres años. Raúl se había ido a vivir a Chile
intentando buscarse la vida, o al menos “buscar algo”,
le
dijo el día que se despidieron,
“por aquí las cosas que encuentro se parecen bastante a la nada
más absoluta”. Había vuelto a pasar unos días de vacaciones y
ayer la llamó para tomar café-.
-¿Ahora bebes esas
mariconadas? -preguntó Raúl burlándose de ella. Raúl era
ingeniero. Cuando se marchó a Chile llevaba casi un año sin
encontrar trabajo. Tenía treinta y cuatro años, los mismos que
ella, y no quería seguir viviendo más tiempo en casa de sus padres
“¿A qué hora llegaste anoche, hijo?” No podía soportarlo más.
Eran buenos con él y le habían repetido una infinidad de veces que
no tenía que marcharse, que entre las pensiones de los dos había
suficiente para todos, pero Raúl necesitaba respirar aire fresco,
una sensación parecida a la de abrir una ventada en pleno invierno,
cuando el aire frío se mete en la habitación y en un segundo te
deja de doler la cabeza cargada por la calefacción-. ¿Ya no te
metes café en vena?
-Y tú sigues igual por
lo que veo, la misma lengua viperina. ¡Qué ganas tenía de verte!
Ya estaba aburrida de tener que acordarme de ti por la foto de tu
perfil de facebook. -Rosalía estaba nerviosa, intentaba disimular el
temblequeo de las manos frotándoselas con fuerza la uno contra la
otra, pero cada vez que quería llevarse la taza a la boca notaba
como temblaba el líquido dentro. Esa tarde antes de salir de casa se
había arreglado a conciencia. La pintura de labios estaba casi seca
cuando subió la barra para ponérsela. “Debe hacer tres años que
no me pintaba los labios”. Los pantalones eran nuevos, le quedaban
especialmente estrechos pero estaba cómoda porque se sentía guapa.
La camisa hacía tiempo que no se la ponía, el botón del pecho le
tiraba y era muy incómodo estar todo el día pendiente de que no se
le abriese. Esa tarde parecía que no le importaba demasiado-. Podías
haber ido cambiando la foto así hubiera parecido que te veía a
menudo.
-Yo también tenía
ganas de una charla tranquila contigo, por facebook no contabas nada,
has podido casarte y tener tres niños en este tiempo y lo único que
ponías era “¿qué tal estás? Yo por aquí como siempre
trabajando y escribiendo cuando tengo un rato” y tonterías de ese
tipo.
-Tampoco tú te has
explayado demasiado, no exageres, de todas formas no tenía mucho más
que contarte. -Rosalía notó como le saltaba el botón de la camisa
al girarse en la silla para cruzar las piernas. Lo notó y no hizo
nada por arreglarlo. Miró a Raúl a la cara mientras intentaba
disimular la soledad que la había estado acompañando en su vida
desde que él se marchó. Cuando recordaba los tres últimos años
de su vida se sentía como uno de esos monjes cartujos que hacer voto
de silencio. Ni una palabra, si no hubiese sido porque tenía que ir
a trabajar estaba segura de que hubiesen pasado días sin cruzar
palabra con nadie. No quería que Raúl lo supiese, así que
simplemente sonrió y dio un sorbo de su taza intentando no
derramarla-.
-No me has dicho por qué
ya no tomas café. -Cuando aterrizó hace un par de días, Raúl
creía que después de tanto tiempo había logrado olvidarse de
Rosalía, pero al dar un paseo cerca de su casa la tarde anterior
sintió que los dedos tecleaban solos su número de teléfono, no
tuvo que ir a la agenda del teléfono para buscarlo, hacía mucho que
no la llamaba y recordó cada cifra como si la hubiese tecleado ayer.
Ella era la otra razón por la que decidió marcharse a Chile-. A lo
mejor por eso no te he reconocido al darte un beso al llegar, he
extrañado tu olor, no olías a café.
-O será que tengo
colonia nueva.
Cuando se conocieron las
cosas no había comenzado con muy buen pie. Fue en la fiesta de
cumpleaños de Miguel, un primo de Rosalía. Él los presentó, pero
Raúl no le prestó mucha atención porque estaba intentando irse de
allí acompañada por otra de sus primas. Laura siempre había sido
la guapa de la familia y allí estaba otra vez atrayendo a los tíos
de la fiesta como mosquitos a una luz. Rosalía estuvo mirando a Raúl
desde lejos toda la noche. Era un tío guapo, como diría una amiga
suya parecía un romano. Muy ancho de hombros, luego supo que era por
jugar al waterpolo, pero esa noche se lo imaginaba como un Johnny
Weissmuller cualquiera, cargándola a la espalda por las lianas de la
selva de la fiesta, sacándola de allí. Tenía el pelo muy rizado y
entonces lo llevaba largo, casi le tapaba los ojos. La segunda o
tercera vez que quedaron, eso no lo recuerda, Rosalía le preguntó
si no le incomodaba y él sin vergüenza ninguna le dijo “sí, pero
me acostumbro, lo que pasa es que es un arma letal con las mujeres,
todas queréis decirme algo sobre mi flequillo” Esa tarde Rosalia
se sintió más estúpida de lo normal, era otra más en el saco de
ese Tarzán de segunda división. La noche de la fiesta mientras lo
miraba desde lejos vio como se le caía la cartera en una de las
vueltas de baile. Se acercó y cuando fue a dársela, él estaba
besando a su prima Laura así que Rosalía se metió la cartera en el
bolsillo de la chaqueta y reculó hasta salir de la fiesta. Había
bebido mucho. Por lo visto no tenía otra cosa que hacer en aquél
sitio, buscó su bolso por habitaciones llenas de gente sin ropa y
ropa sin dueño. Todo tirado por el suelo. Tuvo que rebuscar entre
pantalones, sujetadores y todo tipo de prendas desperdigadas por
cualquier esquina. Cuando logró encontrarlo se marchó de allí tan
sola como había llegado. A la mañana siguiente al ver la cartera
sobre su mesilla de noche recordó la putada que le había hecho a
ese pobre hombre. Llamó a su primo y le pidió el número de Raúl
“qué primita a ti también te gustó, creía que tú no eras de
esas”. De esas cuáles son, pensó, pero prefirió ni preguntar,
mejor no saberlo.
-Hola ¿Raúl? -Rosalía
andaba nerviosa por el salón de su casa, como los conejos de los
anuncios de pilas, le faltaba los platillos en las manos. Había
puesto el manos libres del teléfono así que se escuchó la voz de
Raúl atronando, como si fuese Dios omnipresente hablando en el salón
de su casa-.
-Sí, hola ¿quién
eres? -Aún estaba durmiendo. La voz ronca de aguardientoso de casino
hizo que Rosalía sintiese asco. En ese momento no recordaba qué le
había gustado ayer de él-.
-Soy una prima de
Miguel, ayer perdiste la cartera en la fiesta y la tengo yo, cuando
la encontré ya no estabas. -Era mentira pero necesitaba escudarse
como fuese y le había salido con total naturalidad-.
-Joder, gracias, menos
mal que la encontraste, hubiese sido un lío gordo. -Se le fue
relajando la aspereza de la voz y ya sonaba más templada. Rosalía
giraba sobre sus pies sintiendo como las notas de las palabras
retumbaban en las esquinas de las paredes-.
-¿Dime como te la
devuelvo?
-Claro, te invito a un
café de agradecimiento. Dame un par de horas que vuelva a ser
persona y quedamos cerca de tu casa. -Raúl se sentó en el filo de
la cama mientras decía esa última frase. Buscó un papel y apuntó
la dirección de una cafetería-. De acuerdo allí nos vemos.
Luego, las citas se
fueron acercando más entre ellas hasta que terminaron viéndose
todas las tardes después de trabajar. Cada día con una excusa más
peregrina. Nunca asumieron que eso podía ser una relación real.
Rosalía tenía terror a que Raúl un buen día le dijese que la
dejaba, prefería fingir que entre ellos no había nada más que dos
personas que se entendían pero sin cuerdas que los ahogasen. Ella
sabía que era mentira, pero la tarde que Raúl le dijo que se
marchaba a Chile se agarró con fuerza a su propia mentira. La
apretaba con tanta fuerza mientras se la repetía de vuelta a casa
que llegó a estrangularla, como cuando de niña decía muchas veces
seguidas una palabra hasta que dejaba de entenderla. A pesar de todo,
esa tarde le sirvió de salvavidas, aunque efectivamente hubo un
momento en que dejó tener sentido, se convirtió en un significante
sin significado.
-!Aleluya hoy sí
contestas¡ ¿te apetece quedar para tomarnos ...una de esas cosas
que bebes? No se como llamarlo. -Raúl se acababa de despertar,
estaba aprovechando sus vacaciones a conciencia y cada día quedaba
con algún amigo. La noche anterior había sido el cumpleaños de
Miguel, el primo de Rosalía, pero ella no había ido. La llamó
desde allí más de veinte veces seguidas pero no le respondió el
teléfono-.
-
-Vale, a las dos en la
cafetería de debajo de tu oficina, allí estaré, besos.
Rosalía trabaja en una
editorial revisando textos desde que se licenció. Sabe que es una
afortunada porque con la que está cayendo ella sigue teniendo
trabajo. Han despedido a tres de sus cuatro compañeros lo que supone
que el trabajo que antes era a repartir ahora lo hace todo ella sola,
pero más callada que en misa. Palabra a palabra, frase por frase,
sabe hacer su trabajo y lo hace como una hormiga. Para trabajar nunca
tiene prisa. Sabe dominar esa voz que acelera sus pensamientos y se
concentra en la pantalla del ordenador mientras siente como a su
alrededor la oficina desaparece. Hay días que recuerda la escena del
Mago de Oz en que Dorothy es tragada con todo lo que la rodea por el
tornado, ella se siente la cámara en esa escena.
-¿Qué te pasó ayer?
¿por qué no contestaste el teléfono en toda la noche? -Raúl
estaba ya sentado en la cafetería donde habían quedado para comer.
Rosalía tenía solo una hora y debía volver a la oficina. Él se
acababa de duchar, aún tenía el pelo mojado y la camisa olía a
limpio, a campo mojado un día de lluvia. Rosalía sintió un
escalofrío al acercarse a darle un beso.
-Yo también quiero un
martini igual que el suyo -dijo mirando al camarero. Se sentó
despacio, apoyó los codos en la mesa y la cara sobre las manos. Bajó
la mirada y empezó a hablar muy despacio, mientas en su cabeza se
agolpaban los pensamientos, la voz que la asaltaba día y noche desde
hacía casi tres años ahora estaba gritando. Tres años, de todo en
su vida hacía tres años últimamente-. Lo siento, no tenía ganas
de ir a esa fiesta, ya la conozco y no me gusta.
-Podías haberme mandado
una mensaje al menos.
-Sí, de verdad que lo
siento pero me metí en el cine y lo puse en silencio, al salir se me
olvidó y hasta esta mañana no lo he visto.
-Me voy la semana que
viene otra vez, se acaba lo bueno. -Raúl había encontrado trabajo
cuando no hacía ni un mes que había llegado a Chile. Trabajaba en
una empresa constructora que estaba restaurando un antiguo barrio de
Santiago. Ni soñaba con volverse de allí, tenía trabajo, un piso
pequeño pero muy bonito con vistas sobre un campo de golf, y un
grupo de amigos con el que se sentía muy cómodo. Rosalía era la
única piedra en su camino a hacer las américas. Lo había intentado
pero nada le había cuajado. Empezaba bien, quedaba con mujeres
guapas, siempre se le habían dado bien las primeras citas, pero en
cuanto se despertaba un par de veces con ellas en su casa y notaba
que se empezaban a dejar ropa interior colgada de la percha de las
toallas del cuarto de baño, algo lo empujaba a dejarlas. En esas
situaciones se imaginaba a Rosalía sentada a su lado en el sillón
del salón. Siempre igual, mirándolo imperturbable, con la
intensidad de un rayo. Cuando vio la película X-men pensó que el
personaje de Tormenta lo hubiese podido hacer perfectamente Rosalía,
aunque competir con Hale Berry era difícil-.
-Claro, así son las
cosas, casi no nos hemos visto, entre unas cosas y otras. Aunque sea
cuéntame cómo vives -dijo Rosalía sin poder mirarlo, sabiendo que
si casi no se habían visto no era por casualidad. Había estado
haciendo todo lo posible por evitarlo. Tenerlo ahí enfrente en ese
momento y no poder tocarlo, no poder besarlo, le dolía como si una
mano le estuviese atravesando la barriga y retorciéndole las
tripas-.
-Te puedo hacer un
resumen. Me gusta mi trabajo, el piso es pequeño pero muy cómodo,
tiene mucha luz y cuando llego de trabajar me suelo sentar a leer
mirando por la terraza. Solo se ve el verde del césped de un campo
de golf. Tengo buenos amigos y es una ciudad muy cómoda, tranquila y
abarcable en bici. Al menos por donde yo me muevo.
-¡Qué bien, me alegro
muchísimo por ti! Por fin has logrado encontrar tu sitio y te has
montado una vida. -Rosalía tenía ganas de ponerse a llorar, estaba
aturdida y se escuchaba hablar en estéreo. Desde fuera, como si
tuviese puesto unos auriculares y su voz le volviese amortiguada.
Mientras terminaba la frase se soltó la coleta y dejó que el pelo
le resbalase por la mejilla, intentando disimular que los ojos se le
estaban rebosando de lágrimas-.
-Sí, la verdad es que
estoy contento, solo... -Raúl se paró en seco. Le dio miedo seguir.
No quería desnudarse allí en medio.
-¿Solo qué? -dijo
Rosalía mirándolo directamente a los ojos por primera vez desde que
había entrado en la cafetería.
-Solo que no estás tú
¿te vienes?
Y sin más llegó el
silencio. La voz gritona que venía aporreando los nervios de Rosalía
desde hacía tres años se quedó muda, muda en ese segundo. Solo una
pregunta hizo falta para el fundido en negro de la tranquilidad.
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