domingo, 20 de mayo de 2012

-Relato 4. Rocío Rojas-Marcos


-Yo un menta poleo, por favor. -Desde hacía meses no tomaba café, pero esto tampoco había logrado templarla. Rosalía sentía que sus pensamiento siempre iban por delante, como si una acumulación de ideas se le atolondrasen en la cabeza cuando a su alrededor las cosas se sucedían a ritmo normal. Era consciente de que la vida, según la entendía algunos días, iba a 33 revoluciones por minuto. Su problema era que no se daba cuenta de que el ritmo normal del tocadiscos de la vida era a 45, ella creía que si corría adelantaría, pero aún no sabía a quien. “No gracias, no puedo quedarme, tal vez otro día”. Siempre tenía algo que hacer, como si estuviese huyendo de algo, como en una de esas películas de road movie en la que los protagonistas están en continuo movimiento. Pero algunas tardes, cansada, cuando se dejaba caer en el sillón dando por terminado el día, era consciente de la prisa permanente en que vivía. Entonces pensaba que su vida se parecía a la de una ola, si se detenía para pensar donde iba, moría. Esa tarde había quedado con un antiguo amigo, por llamarlo de algún modo, al que no veía desde hacía casi tres años. Raúl se había ido a vivir a Chile intentando buscarse la vida, o al menos “buscar algo”, le dijo el día que se despidieron, “por aquí las cosas que encuentro se parecen bastante a la nada más absoluta”. Había vuelto a pasar unos días de vacaciones y ayer la llamó para tomar café-.

-¿Ahora bebes esas mariconadas? -preguntó Raúl burlándose de ella. Raúl era ingeniero. Cuando se marchó a Chile llevaba casi un año sin encontrar trabajo. Tenía treinta y cuatro años, los mismos que ella, y no quería seguir viviendo más tiempo en casa de sus padres “¿A qué hora llegaste anoche, hijo?” No podía soportarlo más. Eran buenos con él y le habían repetido una infinidad de veces que no tenía que marcharse, que entre las pensiones de los dos había suficiente para todos, pero Raúl necesitaba respirar aire fresco, una sensación parecida a la de abrir una ventada en pleno invierno, cuando el aire frío se mete en la habitación y en un segundo te deja de doler la cabeza cargada por la calefacción-. ¿Ya no te metes café en vena?

-Y tú sigues igual por lo que veo, la misma lengua viperina. ¡Qué ganas tenía de verte! Ya estaba aburrida de tener que acordarme de ti por la foto de tu perfil de facebook. -Rosalía estaba nerviosa, intentaba disimular el temblequeo de las manos frotándoselas con fuerza la uno contra la otra, pero cada vez que quería llevarse la taza a la boca notaba como temblaba el líquido dentro. Esa tarde antes de salir de casa se había arreglado a conciencia. La pintura de labios estaba casi seca cuando subió la barra para ponérsela. “Debe hacer tres años que no me pintaba los labios”. Los pantalones eran nuevos, le quedaban especialmente estrechos pero estaba cómoda porque se sentía guapa. La camisa hacía tiempo que no se la ponía, el botón del pecho le tiraba y era muy incómodo estar todo el día pendiente de que no se le abriese. Esa tarde parecía que no le importaba demasiado-. Podías haber ido cambiando la foto así hubiera parecido que te veía a menudo.

-Yo también tenía ganas de una charla tranquila contigo, por facebook no contabas nada, has podido casarte y tener tres niños en este tiempo y lo único que ponías era “¿qué tal estás? Yo por aquí como siempre trabajando y escribiendo cuando tengo un rato” y tonterías de ese tipo.

-Tampoco tú te has explayado demasiado, no exageres, de todas formas no tenía mucho más que contarte. -Rosalía notó como le saltaba el botón de la camisa al girarse en la silla para cruzar las piernas. Lo notó y no hizo nada por arreglarlo. Miró a Raúl a la cara mientras intentaba disimular la soledad que la había estado acompañando en su vida desde que él se marchó. Cuando recordaba los tres últimos años de su vida se sentía como uno de esos monjes cartujos que hacer voto de silencio. Ni una palabra, si no hubiese sido porque tenía que ir a trabajar estaba segura de que hubiesen pasado días sin cruzar palabra con nadie. No quería que Raúl lo supiese, así que simplemente sonrió y dio un sorbo de su taza intentando no derramarla-.

-No me has dicho por qué ya no tomas café. -Cuando aterrizó hace un par de días, Raúl creía que después de tanto tiempo había logrado olvidarse de Rosalía, pero al dar un paseo cerca de su casa la tarde anterior sintió que los dedos tecleaban solos su número de teléfono, no tuvo que ir a la agenda del teléfono para buscarlo, hacía mucho que no la llamaba y recordó cada cifra como si la hubiese tecleado ayer. Ella era la otra razón por la que decidió marcharse a Chile-. A lo mejor por eso no te he reconocido al darte un beso al llegar, he extrañado tu olor, no olías a café.

-O será que tengo colonia nueva.





Cuando se conocieron las cosas no había comenzado con muy buen pie. Fue en la fiesta de cumpleaños de Miguel, un primo de Rosalía. Él los presentó, pero Raúl no le prestó mucha atención porque estaba intentando irse de allí acompañada por otra de sus primas. Laura siempre había sido la guapa de la familia y allí estaba otra vez atrayendo a los tíos de la fiesta como mosquitos a una luz. Rosalía estuvo mirando a Raúl desde lejos toda la noche. Era un tío guapo, como diría una amiga suya parecía un romano. Muy ancho de hombros, luego supo que era por jugar al waterpolo, pero esa noche se lo imaginaba como un Johnny Weissmuller cualquiera, cargándola a la espalda por las lianas de la selva de la fiesta, sacándola de allí. Tenía el pelo muy rizado y entonces lo llevaba largo, casi le tapaba los ojos. La segunda o tercera vez que quedaron, eso no lo recuerda, Rosalía le preguntó si no le incomodaba y él sin vergüenza ninguna le dijo “sí, pero me acostumbro, lo que pasa es que es un arma letal con las mujeres, todas queréis decirme algo sobre mi flequillo” Esa tarde Rosalia se sintió más estúpida de lo normal, era otra más en el saco de ese Tarzán de segunda división. La noche de la fiesta mientras lo miraba desde lejos vio como se le caía la cartera en una de las vueltas de baile. Se acercó y cuando fue a dársela, él estaba besando a su prima Laura así que Rosalía se metió la cartera en el bolsillo de la chaqueta y reculó hasta salir de la fiesta. Había bebido mucho. Por lo visto no tenía otra cosa que hacer en aquél sitio, buscó su bolso por habitaciones llenas de gente sin ropa y ropa sin dueño. Todo tirado por el suelo. Tuvo que rebuscar entre pantalones, sujetadores y todo tipo de prendas desperdigadas por cualquier esquina. Cuando logró encontrarlo se marchó de allí tan sola como había llegado. A la mañana siguiente al ver la cartera sobre su mesilla de noche recordó la putada que le había hecho a ese pobre hombre. Llamó a su primo y le pidió el número de Raúl “qué primita a ti también te gustó, creía que tú no eras de esas”. De esas cuáles son, pensó, pero prefirió ni preguntar, mejor no saberlo.

-Hola ¿Raúl? -Rosalía andaba nerviosa por el salón de su casa, como los conejos de los anuncios de pilas, le faltaba los platillos en las manos. Había puesto el manos libres del teléfono así que se escuchó la voz de Raúl atronando, como si fuese Dios omnipresente hablando en el salón de su casa-.

-Sí, hola ¿quién eres? -Aún estaba durmiendo. La voz ronca de aguardientoso de casino hizo que Rosalía sintiese asco. En ese momento no recordaba qué le había gustado ayer de él-.

-Soy una prima de Miguel, ayer perdiste la cartera en la fiesta y la tengo yo, cuando la encontré ya no estabas. -Era mentira pero necesitaba escudarse como fuese y le había salido con total naturalidad-.

-Joder, gracias, menos mal que la encontraste, hubiese sido un lío gordo. -Se le fue relajando la aspereza de la voz y ya sonaba más templada. Rosalía giraba sobre sus pies sintiendo como las notas de las palabras retumbaban en las esquinas de las paredes-.

-¿Dime como te la devuelvo?

-Claro, te invito a un café de agradecimiento. Dame un par de horas que vuelva a ser persona y quedamos cerca de tu casa. -Raúl se sentó en el filo de la cama mientras decía esa última frase. Buscó un papel y apuntó la dirección de una cafetería-. De acuerdo allí nos vemos.

Luego, las citas se fueron acercando más entre ellas hasta que terminaron viéndose todas las tardes después de trabajar. Cada día con una excusa más peregrina. Nunca asumieron que eso podía ser una relación real. Rosalía tenía terror a que Raúl un buen día le dijese que la dejaba, prefería fingir que entre ellos no había nada más que dos personas que se entendían pero sin cuerdas que los ahogasen. Ella sabía que era mentira, pero la tarde que Raúl le dijo que se marchaba a Chile se agarró con fuerza a su propia mentira. La apretaba con tanta fuerza mientras se la repetía de vuelta a casa que llegó a estrangularla, como cuando de niña decía muchas veces seguidas una palabra hasta que dejaba de entenderla. A pesar de todo, esa tarde le sirvió de salvavidas, aunque efectivamente hubo un momento en que dejó tener sentido, se convirtió en un significante sin significado.






-!Aleluya hoy sí contestas¡ ¿te apetece quedar para tomarnos ...una de esas cosas que bebes? No se como llamarlo. -Raúl se acababa de despertar, estaba aprovechando sus vacaciones a conciencia y cada día quedaba con algún amigo. La noche anterior había sido el cumpleaños de Miguel, el primo de Rosalía, pero ella no había ido. La llamó desde allí más de veinte veces seguidas pero no le respondió el teléfono-.

-

-Vale, a las dos en la cafetería de debajo de tu oficina, allí estaré, besos.


Rosalía trabaja en una editorial revisando textos desde que se licenció. Sabe que es una afortunada porque con la que está cayendo ella sigue teniendo trabajo. Han despedido a tres de sus cuatro compañeros lo que supone que el trabajo que antes era a repartir ahora lo hace todo ella sola, pero más callada que en misa. Palabra a palabra, frase por frase, sabe hacer su trabajo y lo hace como una hormiga. Para trabajar nunca tiene prisa. Sabe dominar esa voz que acelera sus pensamientos y se concentra en la pantalla del ordenador mientras siente como a su alrededor la oficina desaparece. Hay días que recuerda la escena del Mago de Oz en que Dorothy es tragada con todo lo que la rodea por el tornado, ella se siente la cámara en esa escena.





-¿Qué te pasó ayer? ¿por qué no contestaste el teléfono en toda la noche? -Raúl estaba ya sentado en la cafetería donde habían quedado para comer. Rosalía tenía solo una hora y debía volver a la oficina. Él se acababa de duchar, aún tenía el pelo mojado y la camisa olía a limpio, a campo mojado un día de lluvia. Rosalía sintió un escalofrío al acercarse a darle un beso.

-Yo también quiero un martini igual que el suyo -dijo mirando al camarero. Se sentó despacio, apoyó los codos en la mesa y la cara sobre las manos. Bajó la mirada y empezó a hablar muy despacio, mientas en su cabeza se agolpaban los pensamientos, la voz que la asaltaba día y noche desde hacía casi tres años ahora estaba gritando. Tres años, de todo en su vida hacía tres años últimamente-. Lo siento, no tenía ganas de ir a esa fiesta, ya la conozco y no me gusta.

-Podías haberme mandado una mensaje al menos.

-Sí, de verdad que lo siento pero me metí en el cine y lo puse en silencio, al salir se me olvidó y hasta esta mañana no lo he visto.

-Me voy la semana que viene otra vez, se acaba lo bueno. -Raúl había encontrado trabajo cuando no hacía ni un mes que había llegado a Chile. Trabajaba en una empresa constructora que estaba restaurando un antiguo barrio de Santiago. Ni soñaba con volverse de allí, tenía trabajo, un piso pequeño pero muy bonito con vistas sobre un campo de golf, y un grupo de amigos con el que se sentía muy cómodo. Rosalía era la única piedra en su camino a hacer las américas. Lo había intentado pero nada le había cuajado. Empezaba bien, quedaba con mujeres guapas, siempre se le habían dado bien las primeras citas, pero en cuanto se despertaba un par de veces con ellas en su casa y notaba que se empezaban a dejar ropa interior colgada de la percha de las toallas del cuarto de baño, algo lo empujaba a dejarlas. En esas situaciones se imaginaba a Rosalía sentada a su lado en el sillón del salón. Siempre igual, mirándolo imperturbable, con la intensidad de un rayo. Cuando vio la película X-men pensó que el personaje de Tormenta lo hubiese podido hacer perfectamente Rosalía, aunque competir con Hale Berry era difícil-.

-Claro, así son las cosas, casi no nos hemos visto, entre unas cosas y otras. Aunque sea cuéntame cómo vives -dijo Rosalía sin poder mirarlo, sabiendo que si casi no se habían visto no era por casualidad. Había estado haciendo todo lo posible por evitarlo. Tenerlo ahí enfrente en ese momento y no poder tocarlo, no poder besarlo, le dolía como si una mano le estuviese atravesando la barriga y retorciéndole las tripas-.

-Te puedo hacer un resumen. Me gusta mi trabajo, el piso es pequeño pero muy cómodo, tiene mucha luz y cuando llego de trabajar me suelo sentar a leer mirando por la terraza. Solo se ve el verde del césped de un campo de golf. Tengo buenos amigos y es una ciudad muy cómoda, tranquila y abarcable en bici. Al menos por donde yo me muevo.

-¡Qué bien, me alegro muchísimo por ti! Por fin has logrado encontrar tu sitio y te has montado una vida. -Rosalía tenía ganas de ponerse a llorar, estaba aturdida y se escuchaba hablar en estéreo. Desde fuera, como si tuviese puesto unos auriculares y su voz le volviese amortiguada. Mientras terminaba la frase se soltó la coleta y dejó que el pelo le resbalase por la mejilla, intentando disimular que los ojos se le estaban rebosando de lágrimas-.

-Sí, la verdad es que estoy contento, solo... -Raúl se paró en seco. Le dio miedo seguir. No quería desnudarse allí en medio.

-¿Solo qué? -dijo Rosalía mirándolo directamente a los ojos por primera vez desde que había entrado en la cafetería.

-Solo que no estás tú ¿te vienes?

Y sin más llegó el silencio. La voz gritona que venía aporreando los nervios de Rosalía desde hacía tres años se quedó muda, muda en ese segundo. Solo una pregunta hizo falta para el fundido en negro de la tranquilidad.

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