lunes, 7 de mayo de 2012

Relato 4- Hugo Mazón




 Cuando Alberto Aracena llegó desayunado a casa tras jugar toda la noche a puerta cerrada en el bar de Luis, no esperaba encontrar a su mujer tan receptiva. Tras quince años de matrimonio había perdido esa dimensión sexual que tanta fuerza tuvo en sus primeros años de noviazgo. Ella, a pesar de ser todavía joven, no solía tener ganas de volver a ponerse debajo del apestoso y medio alcoholizado engendro vicioso que tanto distaba de quien conociera hace más de veinte años y con el que se casó prometiéndoselas muy felices. Ese día fue distinto. Alberto entró a su cuarto, se quitó la ropa y se sentó en la cama para intentar ponerse los pantalones del pijama. Su mujer, por sorpresa, comenzó a besarle, a acariciarle detrás de la oreja. Empezó incluso a darle un masaje como los que le daba antes, cuando jóvenes, cuando tenía ganas...

***

Consciente de que si no era a través de la infidelidad jamás conseguiría saber lo que era un orgasmo y sintiéndose engañada por Dios, su Dios, que le ató de por vida a un lobo con piel de cordero, María decidió salir esa noche. A través de sus dos hijas y algunas de las amigas con las que solía tomar café después de misa había conocido la existencia de un bar de intercambio de parejas, en el que comentaron que admitían mujeres solteras para relaciones esporádicas. Quedaba relativamente cerca de casa. “¡Un lupanar del infierno!” dijo ella por la tarde a gritos para que todas le oyeran bien cuando le explicaron con el detalle de quien ha estado dentro a qué se dedicaban.
Esa noche, otra cualquiera, cuando su marido salió después de cenar camino de la taberna de Luis, ella decidió poner rumbo a las afueras de la urbanización. Tomó un taxi para ir más rápido y evitar miradas indiscretas. Paró a dos calles del recinto, en la puerta de un restaurante frecuentado por gente joven de la ciudad que lo tomaba como una parada previa a las discotecas de las afueras. Bajó, pagó cerca de diez euros por un trayecto de menos de dos kilómetros ya que había hecho venir al taxi desde el centro y llegó caminando hasta la puerta del local de alterne. Ni neones, ni cartelería lasciva. Tan sólo una palabra brillaba sobria en la puerta: “Luxx”.

Allí se encontró al portero. Sonriente le preguntó con un gesto que denotaba una gran profesionalidad y que la tranquilizaba mostrando lo cotidianas que resultaban para él ese tipo de situaciones: “¿Es su primera vez?”. María asintió con la cabeza en una afirmación que connotaba miedo y vergüenza a partes iguales. “No se preocupe, nadie sabrá nada”. Tras esta nota aclaratoria que, a pesar de lo rutinario de su proceder, relajó sorprendentemente su cuerpo, prosiguió: “Tiene dos formas de hacerlo, bien entra al bar, busca una pareja que le guste y se propone usted directamente para la práctica que desee realizar o bien se dirige al cuarto oscuro y espera que entre alguien para hacerle... compañía”. Acompañando a esta última frase soltó una tos seca que decía más de la compañía que podría encontrar allí que de los problemas de garganta que pudiera padecer. Acabó su discurso con una leve sonrisa.

La entrada eran diez euros. Sacó el monedero, se encontró con las fotos de sus dos hijas antes de coger el dinero lo que, lejos de hacerle meditar, le dio fuerzas para seguir adelante. Pagó con un solo billete y se fue directamente por el pasillo que el portero le había señalado para llegar al cuarto oscuro. No quería exponerse a ser vista en la sala de baile de uno de los prostíbulos más frecuentados de la ciudad, al menos en lo que ella definía como un “lupanar”. Cuando entró a la sala descubrió que no era tan oscura como habría deseado. Dos sofás aparentemente cómodos tapaban hasta mitad de altura las paredes, pintadas con figuras blancas sobre fondo negro y distribuidas creando un cubículo pequeño y completamente cuadrado. En la pared que quedaba sobre uno de los sofás un proyector iba lanzando imágenes mezcladas de “Lo que el viento se llevó” en transiciones cortas e imágenes repetidas y forzadas por el ritmo de la música. Electrónica “dance” completamente pasada de temporada a un volumen que hacía imposible conversar e incluso llegaba a dificultar entender los pensamientos de uno mismo.

El halo de luz del proyector iluminaba toda la habitación, demasiada claridad para María, que comenzó a dudar si quedarse en la sala o salir corriendo después de haber comprobado que la habitación tan sólo tenía una puerta de salida, lo que la exponía a la persona o pareja que la cruzara dejándola sin escapatoria. Tanteó el sofá de la derecha, pensó en sentarse pero finalmente decidió irse al del fondo ya que estaba cubierto por una tela. “A saber qué habrían hecho sobre el cuero negro de esos cojines”. Tomó asiento mientras se le disparaban los latidos del corazón. Miró a la puerta. Pareció moverse, pero no, será sólo un reflejo, quizá una alucinación. Estuvo alrededor de cinco minutos esperando, cinco horas le parecieron a ella, por lo que decidió salir a pedir un trago al ver que no entraba nadie, “quizá un poco de alcohol ayudaría a que se pasaran los nervios”.

Se dirigió a una barra casi a oscuras que vio al fondo del local. Comprobó que había más gente de lo que le había parecido al entrar. El aforo se distribuía entre diferentes parejas repartidas en tres barras que conversaban sin hacer mucho caso a los demás. En el centro de la pista de baile se encontraba un grupo de unas cincuenta personas iluminadas por varios focos y láseres que se movían a un ritmo frenético. Llamó al camarero con un gesto seco. Se acercó. Era un chico joven y guapo, bien plantado. Le sonrió y quedó esperando a que le pidiera. María comenzó a repasar las bebidas que había probado a lo largo de su vida. No solía beber nada más allá de un vasito de vino en algunas celebraciones y las cervezas con las amigas del instituto, que no se repetían más de una vez al año. “Ponme un wiskhy” gritó recordando su época más oscura del instituto. Concluyó que necesitaba algo fuerte. El camarero le hizo un gesto señalando que no la había oído y se acercó por encima de la barra hasta dejar su oído frente a los labios de María. Llegó a sentir su mentón rozándole el cuello, algo que le removió lo más profundo de sus entrañas con una excitación disparada que llevaba años conteniendo. Algo cambió en su mirada en ese momento en el que susurró con un tono sensual “pon dos tequilas, uno para ti”.

Todavía no tendría treinta años el camarero y ya estaba acostumbrado a tratar con la juventud tardía de quienes visitaban la barra del peor garito de la ciudad. Trabajaba cambio del sueldo mínimo, bebida gratuita, propinas y una comisión de cada una de las consumiciones que servía. Esa misma noche ya había calentado a una pareja de gays y desplumado a otro más de las decenas de matrimonios católicos, apostólicos y romanos que pasan cada noche por las zonas más oscuras de aquel club buscando una distracción que les ayude a soportar el día a día. Mientras, él se va pagando una carrera de ingeniero que le acabará colocando como gestor en la parte alta de algún edificio público, probablemente una consejería.

Con el tercer tequila María no podía dejar de reírse, con el quinto apenas podía mantenerse en pie y del séptimo ya no sabía siquiera si lo había pagado. Su siguiente recuerdo consciente fue la mirada acusadora de Scarlett O´Hara en un gesto de desaprobación que se repetía una y otra vez al ritmo de un infumable tema “dance”. El amable portero de la entrada se había convertido en un cabrón deseoso de irse a casa. La insultaba a gritos desde arriba del sofá para conseguir despertarla y tirarla del local. Era hora de cerrar. Tras él, el joven camarero simpático sonreía mientras le decía “no le aprietes tanto, ha pasado una noche loca”.

Al abrir los ojos no pudo reprimir el impulso y una arcada sacudió su cuerpo. Preguntó la hora con pesadumbre, el portero, que se había apartado para evitar el vómito, continuó con sus gritos “¡son ya las siete de la mañana, señora!”, alegato al que añadió “¡mi mujer me está esperando en casa y quiero descansar!” y siguió gritando para meterle prisa. La imagen de Alberto llegando a casa sin verla sacudió sus sienes y la levantó del sofá superando el sueño, el mareo de la resaca y el malestar que sentía en el estómago. Al ponerse de pié notó como por su vagina resbalaba un líquido denso que le trajo un remoto recuerdo que acabó humedeciendo su bragas.
Todo el camino fue rezando para que Alberto no hubiera llegado a casa todavía. Muchas noches Luis echa la persiana y algunos de los clientes habituales, entre ellos su Alberto, se quedan jugando al póquer o al bacarrá hasta las tantas de la mañana. Esos días suele llegar desayunado a casa con un par de churros remojados en un carajillo de “Soberano”. Por primera vez en quince años de matrimonio María deseaba con todas sus fuerzas que Alberto no hubiera llegado todavía a casa.

¿Qué había hecho?, perdió el control, eso no es lo que ella quería. La culpabilidad diluyó el odio a la monotonía que le había impulsado a pasar una noche con alguien de quien siquiera recordaba su cara. Había notado el esperma, por lo que podría incluso haber quedado embarazada. Llevaba mese sin hacer el amor, ¿podía acaso llamarse amor lo que quedaba entre ella y Alberto?. Si había quedado embarazada se notaría demasiado y...¿abortar?, jamás. Eso no era cristiano. Aunque ser infiel a su marido tampoco, pero ya había caído en el camino de la perdición una vez, no podía seguir en él. “Resignación”.

Llegó a casa, entró intentando no hacer ruido, recorrió el pasillo de puntillas, llegó al dormitorio, abrió la puerta y vio una cama perfectamente tapada. Sonrió, fue corriendo al aseo, se lavó los dientes e hizo gárgaras varias veces con el colutorio para quitarse el regusto a alcohol que llevaba en la boca. Tras una ducha se puso el pijama y se metió en la cama. Esperó despierta a su marido. Cuando él llegó ella, por sorpresa, comenzó a besarle, a acariciarle detrás de la oreja. Empezó incluso a darle un masaje como los que le daba antes, cuando jóvenes, cuando todavía tenía ganas...  

1 comentario:

  1. hola compañero creo que la historia está muy bien pero que faltan un par de comas. en algunas partes das muchas explicaciones, no sé qué pensará el profesor. pero está muy bien y me ha gustado mucho!

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