miércoles, 5 de septiembre de 2012

-Relato 2. Diego Pla


Relevos

Chon pela unos mangos sobre la barra americana que divide la cocina del salón. Los videoclips se suceden en el televisor, más allá de los sofás de pelo sintético granate. Prepara una macedonia. Piensa que qué más da una fruta que otra, que todas casan igual de bien. Es cuestión de actitud. O de disposición. Y todas las frutas están dispuestas a mezclarse entre ellas. No cree que haya enemistades entre frutas. 
Vierte los trozos de mango en el enorme recipiente de plástico, junto a peras y plátanos, ya pensando en cómo tratar la piña. Llaman a la puerta. Es Maurer.
-Tienes que venir a mi apartamento.
-Claro, ¿para qué? 
-Al entrar he oído ruidos extraños, una especie de gemidos. Creo que Nicoleta está fornicando con otro en el cuarto. 
-Tal vez esté haciendo otra cosa. 
-La puerta de la habitación estaba cerrada.
-Vamos. Pero pase lo que pase, calma ante todo.
Maurer abre los brazos en un gesto inquieto, como molesto porque su amigo crea necesario advertir aquello. Chon pasa las manos bajo el chorro del grifo, las seca y se acerca a la mesa baja del salón a coger el paquete de cigarrillos.
-¿Dónde está Méndez? –pregunta Maurer, antes de salir.
-En el cuarto, con su chica.
-Con la prostituta.
-Sí.
-Pero hoy es domingo. 
-Dijo algo de que su día de 'charla sudorosa' pasaba a ser el domingo. No los he visto entrar, pero cuando he llegado su puerta estaba cerrada.
-No traspasar. Peligro de incendio –dice Maurer, con acento de eslogan. 
-Exacto. Y parece que Nicoleta se ha apropiado del mismo código –dice Chon, con mofa pero sin maldad.
-Tampoco es que cerrar la puerta sea un código muy original.
Enfilan el pasillo hasta el fondo, suben un piso por las escaleras y se plantan frente al apartamento de Maurer. Encienden sendos pitillos, se miran y Maurer mete la llave.
-Todo igual –observa Maurer, en voz baja.    
-Cojo una cerveza.
-No jodas Chon. No hagas ruido.
Chon da un trago largo al botellín y lo tiende a Maurer. El apartamento es de las mismas dimensiones que el compartido por Chon y Méndez –como el resto de apartamentos del bloque-, si bien la distribución varía atendiendo a la orientación. En pocos pasos quedan frente a la puerta cerrada tras la que se supone está Nicoleta. Chon acerca su oreja a la madera barnizada. 
Un sonido gutural, como un ronroneo agitado. Y sí, sin duda también gemidos. Gemidos entrecortados. Chon se echa atrás e interroga a Maurer con ojos y hombros. Maurer asiente, dirige la mano al picaporte y abre con más curiosidad que vehemencia.
Nicoleta no se percata de la irrupción. Su cabeza mira hacia la ventana, en dirección opuesta. Está de rodillas sobre la alfombra, desnuda de cintura para abajo, los codos apoyados en un lateral del colchón. Fuyu, el perro de Maurer, se mueve torpemente abrazando a Nicoleta por detrás. Su roja polla se pierde en el culo de la muchacha y brilla fugazmente al salir. Se hunde y brilla. Mientras el cuerpo del animal se agita convulsionado, su cabeza inmóvil mira hacia los amigos con expresión inocente, un palmo de lengua colgante.
-¿Fuyu? –dice Maurer, casi para sí mismo.
-Buenísimo –dice Chon con voz queda, divertidamente pasmado.
-Pero… ¿pero qué coño? –dice Maurer, sin saber qué decir.
-¡Joder! –exclama Nicoleta-. Salid de aquí, hostia –les dirige, sin hacer amago de apartar a Fuyu.
-Perdona –se excusan los amigos, apurados y al unísono mientras retroceden, esforzándose por apartar la mirada y abandonar la caldeada habitación.   
Chon y Maurer se escurren por los pasillos, escaleras por medio, para volver al piso de abajo. Chon se deja caer en un sofá y Maurer va directo a la nevera a por dos cervezas.
-Buenísimo –dice Chon, la vista puesta en los videoclips mudos.
-Preciosa escena para terminar la semana –dice Maurer, abriendo los botellines.
-El mes.
-El año.
-La vida –remata Chon, justo en el momento en que la puerta de Méndez cruje al abrirse. 
Una muchacha adolescente de rasgos orientales sale del cuarto y dice hola. Chon la mira: ojos, ombligo y piernas. Maurer hace el mismo recorrido a la inversa. Méndez, en calzoncillos detrás de ella, responde a la mirada inocente de la chica indicándole donde está el aseo.
-¿Qué pasa? –dice Méndez, de camino a la nevera.
-¿Quién es? –pregunta Maurer.
-La hija de Yuki. La semana pasada Yuki me dijo que había ahorrado lo suficiente para poder volver a su país e "intentar algo". Me presentó a su hija y me pidió que la aceptase como relevo hasta su vuelta.
-Como relevo para tus 'charlas sudorosas' –completa Chon.
-Sí, aunque me da que Yuki no va a volver –prosigue Méndez-. ¿Por qué tenéis esas caras?
-Hemos pillado a Nicoleta follando con Fuyu –dice Maurer. 
La mirada de Méndez converge con la de sus amigos en la pantalla del televisor. 
-Creo que tengo algo que ver con eso –dice Méndez.
-¿A qué te refieres? –le pregunta Maurer, sin asombro.
La muchacha asiática aparece en el salón.
-Chicos, esta es Río –dice Méndez.
La piel de Río abrasa a distancia. Chon y Maurer balbucean sus nombres desde el sofá. Méndez la coge de la mano y la dirige hacia la salida. Chon y Maurer alargan el cuello, como intentando captar, a la desesperada, siquiera un átomo del olor narcotizante que evocan los nervudos y dorados gemelos de la muchacha. Escuchan cómo Méndez se despide de ella en el umbral, una promesa por medio.
-¿Tú levantándote un lunes por la mañana? –le dirige Chon, cuando Méndez está dentro de nuevo.
-La voy a acompañar a matricularse en el instituto –responde Méndez-. ¿Otra cerveza?
Chon y Maurer asienten.
-¿Qué decías antes? –pregunta Maurer.
-La semana pasada, Nicoleta se pasó por aquí una tarde –dice Méndez-. Bebía un poco más deprisa de lo normal. Terminó por decirme que pasaba más tiempo con Fuyu que contigo. Parecía querer escuchar algo. Entonces le dije que nunca se sabe, que tal vez con Fuyu le fuera mejor.
-Lo cierto es que estaba empezando a cansarme de ella –dice Maurer-. Pero desde hace un rato la veo de forma distinta. 
-Es un detalle que haya sido con Fuyu y no con otro –dice Méndez.
-Un detallazo –dice Chon. 
-Sí, la tía tiene clase –dice Maurer, esbozando una sonrisa.
Chon y Méndez también sonríen. En la parte inferior de la pantalla del televisor, un rótulo anuncia una canción de The Police. 
-¡Dale voz! –exclama Chon en un acto reflejo, descubriendo el mando bajo su trasero.
Maurer y Méndez asienten, como si hubieran estado esperando aquel momento toda la tarde. O toda la vida.
                                                                                                                      

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