miércoles, 5 de septiembre de 2012

-Relato 3. Francisco Javier Martín López




La postilla


Luis Benítez entra en el lujoso puerto del club marítimo al volante de su viejo Peugeot 206. En el puerto la música es suave, el bar de copas chill out refresca los oídos a enriquecidos hombres de la yet set que suelen aprovechar la temporada veraniega sentados en la terraza, con una copa de Gin Hendrick o de mojito en la mano, charlando sobre la situación de la economía o sobre política. Varias decenas de yates flotan aparcados uno junto a otro ondeando pequeñas banderas de España y de otros países, listos para surcar las aguas de la Costa del Sol en cualquier momento, y alrededor del complejo hostelero hay aparcados numerosos coches de alta gama: Lexus, Porsch, Ferrari, Lamborgini, Jaguar… Nada que ver con el de Luis Benítez, «mi coche es mu apañao, a mí me lleva y me trae a to los sitios», suele decir él cuando surge una conversación de coches. Tras aparcarlo, permanece quieto en el asiento un momento antes de bajarse. Se mira en el pequeño espejo rectangular del quitasol: tiene el pelo recogido en una coleta y un pequeño corte en la barbilla, pero ya no sangra, se le ha formado una pequeña postilla roja. Esta mañana se afeitó más deprisa de lo habitual. Luis Benítez se encamina al restaurante jugueteando con el sacacorchos de camarero en la mano.
―Hola, soy Luis ―dice a la primera camarera que encuentra. El restaurante del hotel, situado en una de las puntas del puerto, ostenta las más deliciosas vistas a mar abierto del lugar, con el mediterráneo al fondo cortado por un horizonte azul que no termina.
―Hola, yo soy María ―le contesta―. Tú debes ser el nuevo, ¿no?
―Sí ―dice Luis, reparando en el moño de pelo negro que la chica lleva recogido en la cabeza―. Encantado.
―Encantada ―dice María. Su cara es rechoncha como el corcho de algunas botellas y está un poco gorda―. ¡Qué!, ¿estás listo para empezar?
―Listo ―dice Luis.
―¿Tú has trabajado alguna vez de camarero?
―Bueno, yo he hecho eventos… pero me parece que esto es distinto ―María responde con una sonrisa irónica y se queda mirándole unos segundos sin decir nada.―¡Ofú! ―dice al fin―. Pues te tienes que poner las pilas rápido que ya tenemos aquí agosto. ¡Madre mía, la que nos espera…! ―añade resoplando como para sí―. ¿Pero sabes coger una bandeja al menos?
―Sí, sí, ¡claro que sí! ―dice Luis, y justo en ese momento aparece otro camarero con una bandeja repleta de copas de cristal sucias.
―Hola, yo soy Marcos ―dice el camarero. Luego suelta la bandeja sobre la barra y se vuelve hacia Luis para estrecharle la mano―. Encantado.
―Yo Luis ―responde alargándole la mano― Encantado.
―¿Le has explicado ya al chaval cómo funciona esto? ―dice Marcos.
―¡Si no me ha dado tiempo! ―dice María― Acabo de conocer al chiquillo…
―Bueno, esto es muy sencillo: poner el pan, las bebidas, sacar platos… Ahora te explica ella cómo tienes que hacerlo, o si no, te lo explico yo dentro de un rato, que tengo una mesa esperando ahí afuera ―dice Marcos a punto de darse la vuelta para salir a la terraza.
―Vale ―dice Luis―. Gracias.
―De nada, campeón ―dice Marcos, y desaparece con prisas.
―Yo ahora te explico, no te preocupes ―repone María, con los brazos en posición de jarra―. Esto es muy fácil, pero hay que cogerle el rollo ―Lo mira con una media sonrisa. Luis asiente con la cabeza sin decir nada.
―¿Y Carlos? ―dice Luis, que aún no sabe cuál será su sueldo y el encargado le dijo que hoy le informaría. De todas formas, hoy es su primer día de prueba y aún no es seguro que vayan a contratarlo.
―Carlos todavía no ha llegado, hoy entra media hora más tarde.
―Me dijo que tenía que hablar conmigo para explicarme una cosa.
―Sí, luego cuando él venga tú hablas con él lo que tengas que hablar. Ahora ven para acá, toma, coge esta bandeja y lleva estas bebidas a la mesa de los señores esos que hay ahí sentados, afuera en la terraza derecha ―dice acercándole una bandeja que había en la barra―Esa, esa de allí, ¿la ves? ―señala con el dedo a unos clientes.
―Sí, sí… Voy.
―Venga, antes que se derrita el hielo… A ver si sabes llevar la bandeja. Ten cuidadito, cógela bien, qué no se te caiga ―Luis coloca deprisa en la bandeja la botella de güisqui, las dos botellas de agua de cristal y los vasos de colodrio cargados de hielo que esperaban en la barra―. ¿Sabes servirlo, no? Primero echas el güisqui y luego un poco de agua. Y le dejas el resto del agua en la mesa para que el cliente se sirva a su gusto. Venga…
Luis vuelve con la bandeja llena de agua y una botella medio vacía empapada. María lo mira de arriba a abajo.
―¿Le has pedido disculpas?
―Claro que sí, le he dicho que le llevo otra. Joder… Lo siento.
―Anda, coge otra botella y llévasela. Rápido. Deja el güisqui aquí.




Luis abre la puerta del viejo coche y se deja caer en el asiento del conductor resoplando profundamente. A las dos de la madrugada, la luz tenue de las farolas proyecta una atmósfera semioscura e íntima en el puerto. Permanece con la mirada perdida en la pared del bloque de chalets que hay justo enfrente del coche durante varios minutos. Al fin pestaña.
Al llegar a casa, la luz del salón está encendida. La madre de Luís Benítez lo espera sentada en el sillón viendo un programa de prensa rosa. Sus ojos verdes hacen gala de una belleza castigada por las arrugas. Luis no tiene padres, se quedó huérfano a los seis años, el padre abandonó a su madre cuando tenía dos años.
―¡Luis, qué!, ¿cómo te ha ido tu primer día, hijo?
―Mal.
―¿Sí? ¿Y eso?
―Ojú, mamá… Son muchas cosas de golpe, eso es muy agobiante…
―Pero es normal, es el primer día. Además ahora estamos en verano y hay mucha gente de vacaciones.
―¡Ya! Sí… Pero no…, no es sólo eso. No sé, es demasiado… ―Luis se rasca la cabeza y se encamina a su habitación. Se quita lentamente los zapatos, con desgana, luego. Luego, los pantalones negros. Finalmente, el polo blanco de camarero con el logotipo de la empresa. Después apaga la luz y se tumba en la cama. Permanece mirando el techo un buen rato, hasta que cierra los ojos vencido por el cansancio.


La alarma del despertador del móvil está puesta a las nueve y media, pero Luis se ha levantado antes de que sonase. Baja a desayunar y encuentra a la madre apurando los últimos buches de su taza de café.
―Buenos días. Vaya cara de cansado traes… ―La madre se queda mirándolo, pero Luis pasa por delante de ella y se va directo a la cocina sin decir nada.
Se pone un café bien cargado y una rebanada de pan con mantequilla. Se a la mesa del salón enfrente de la madre.
―¡Chiquillo qué te pasa, que estás tan arisco…!
―Mamá, déjame ahora ―dice agarrando la taza de café con aspereza.
―¿Te ha pasado algo en el trabajo?
―¡Qué me dejes, te digo!
―¿Es por lo del otro día?
―¡Nada, que no me deja…! ―Y diciendo esto, coge la taza de café y la tostada y se levanta de la mesa.
―Van a cortarnos la luz si no pagamos alguno de los recibos pendientes.
―Que la corten sin les da la gana.
―¡Cómo que la corten! ¿Tú sabes lo que cuesta un enganche nuevo? Mira, mañana por la mañana voy a ir a limpiar una casa, me han llamado para dos días. Con lo que saque mañana y pasado voy y pago una factura.
Luis Benítez sorbe su café sin decir nada.


―Hola, buenas tardes ―dice Luis con una pequeña libreta y un bolígrafo azul en la mano con el que suele anotar las bebidas y los postres que le piden los clientes. Dos hombres bien vestidos y perfectamente afeitados hablan entre ellos sentados a la mesa, sin prestar la más mínima atención a la presencia del camarero―. ¿Qué desean beber? ―Luis los mira esperando respuesta, pero ellos siguen hablando como si no estuviera.
―Perdonen ―alza la voz Luis Benítez―, ¿desean algo de beber? ―y en esta ocasión, uno de ellos vuelve la cara y lo mira con gesto amenazante, como si huera sido ofendido.
―Sí, traiga usted la carta de vinos ―El tono es frío, de reproche, y al mismo tiempo indiferente. Al hablar, se le pronuncia un poco la papada bajo la barbilla.
―Muy bien ―dice Luis, y se va en busca de la carta de vinos. La trae al instante―. Aquí tiene.
―Gracias ―El cliente la abre y comienza a ojearla. Pasa las páginas. Luis se da la vuelta para irse a tomar nota de bebidas a otras mesas mientras le deja tiempo para que decidan el vino que van a tomar, pero el otro cliente lo detiene cortante:
―Espere, espere, no se vaya. Por favor ―reprocha beligerante―. Vamos a pedirle un vino…
―Ah… ―titubea Luis dando la vuelta― Vale.
El cliente sigue mirando la carta de vinos sin decir nada. Pasa la página de los vinos espumosos a los blancos, y luego, de los blancos a los tintos.
―¿Cuál? ―dice Luis, que aún debe tomar nota de bebidas a dos mesas más que han entrado, una de ellas de cinco y otra de cuatro personas.
―¿Te apetece un Chardonnay? ―comenta el cliente a su acompañante haciendo caso omiso a la pregunta del camarero―. ¿O mejor un Rueda-Verdejo?
―¿Blanco? ―responde el acompañante.
―Sí… Chablis, por ejemplo. O Marqués de Riscal, ¿qué te parece? ―dice― ¿O prefieres tinto…?
―No, no… Está bien. Venga, un vino blanco. Vale.
―No, si lo prefieres pedimos un tinto.
―Que no, que no, que a mí me da igual, pide un blanco si quieres ―dice el acompañante.
―Bueno, luego pedimos media de tinto para el solomillo de buey. Tienen medias de Protos.
―¿Les dejo que se lo piensen unos minutos? ―dice Luis, impaciente.
―¿Chablis? ―dice el cliente a su acompañante, ignorando a Luis por completo. El acompañante asiente con la cabeza. Luis resopla y vuelve la cabeza hacia las mesas que han entrado y esperan ser atendidas.
―Pónganos un Chablis ―ordena el cliente alargándole con firmeza la carta de vinos cerrada como si estuviera desprendiéndose de un objeto molesto―. Y luego, antes de servirnos los segundos, nos abre una media de Protos. Pero cuando estén los segundos,¿eh? Antes no.
―Vale ―responde Luis con desdén, agarrando la carta de vinos.


Al llegar a casa, la madre está en el salón viendo la tele. Luis la ve pero sube las escaleras directamente sin decir nada.
―No me hablas, ¿no? Muy bonito. Eso está muy bonito…
Al cabo de una hora, baja al salón de nuevo. Es la hora de la merienda. Luis no lleva puesta la ropa del trabajo y su madre se da cuenta.
―¿No entrabas a las ocho?
―No.
―¿Ah, no?
―Me han despedido.


Luis mata el tiempo zapeando con el mando a distancia desde el sofá cuando oye abrirse la puerta del patio. Es la madre, ha pasado la mañana limpiando otra casa. Desde el sofá, la ve a través de la ventana cerrando la puerta del patio. Se rasca la cara algo ansioso y al hacerlo se arranca la pequeña postilla que tenía en la barbilla. Ya casi había cicatrizado. Sangra.
―Hola ―lo saluda la madre. El sudor le barniza la frente.
―Hola ―dice Luis.
―Ya he pagado la factura de la luz, al final me ha dado tiempo.
―Ah, qué bien.
―La próxima que hay que pagar es la del agua.
Luis la mira sin decir nada. Sigue sangrando.
―¿Qué te has hecho ahí en la cara?
―Nada. Me corté afeitándome.

1 comentario:

  1. "Nada que ver con el de..." es una expresión coloquial que resitúa al narrador externo en narrador interno con personalidad.
    La frase: "dice Luis, que aún no sabe cuál será su sueldo", denota que el narrador sabe lo que piensa el personaje.
    Casi igual pasa con la frase: "aún no es seguro que vayan a contratarlo". ¿Cómo sabe esto el narrador si sólo mira y oye?
    Expresiones como "oye abrirse la puerta del patio" tampoco las puede usar este tipo de narrador. Puede decir que la puerta hace ruido y que él mira hacia ella.

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