jueves, 6 de septiembre de 2012

Relato 3 - Lucía Baltar González


—¡Dame el arma!

Fernando despertó de súbito. Se había quedado dormido con la tele encendida. Tenía los ojos resecos, los labios pegajosos y rastros de saliva en la cara. Movía el cuello con rostro dolorido girando la cabeza de un lado a otro formando círculos. El pijama le quedaba estrecho y marcaba la silueta de un cuerpo con exceso de grasa. Mientras intentaba moverse para ponerse en píe, los pliegues de la ropa se amoldaban a la piel sobrante de una manera nefasta. Frente a él, sobre una mesa de madera gastada, había restos de pizza fría y varias cervezas tiradas. El cuarto en el que estaba carecía de ventilación directa ya que no había ventanas, lo cual provocaba el color opaco de las paredes con restos de sudor rancio y de alquitrán. Al conseguir levantarse, Fernando tropezó con uno de los zapatos y maldijo en alto su mala suerte. Buscó el mando y apagó la tele. Deslizó las piernas, una a una, hasta alcanzar la estantería. Agachó la cabeza, observó lo poco que había en ella, dos o tres libros muy usados, un móvil, pilas sueltas, una taza con las sobras de un café frío, carpetas de pequeño grosor, alguna que otra botella de alcohol, cigarros, y marcos vacíos sin fotografías. Fernando dirigió la mirada hacia los marcos durante un instante, luego, con la mano en la barbilla, cerró los ojos unos segundos y los abrió de nuevo para coger la cajetilla de cigarros.

—Acabarán matándome si no lo hago yo antes. —Dijo acercándose al sillón y sentándose de nuevo—.

Encendió el cigarrillo con la mano derecha, inhaló todo el humo que podían aguantar un par de pulmones de cincuenta y cuatro años, y treinta y cinco siendo fumadores. Cerró los ojos de nuevo y no se movió hasta escuchar la alarma del móvil.

—Bienvenida, jornada laboral. —Dijo apagando la alarma, encendiendo otro cigarro y dándole la última calada antes de coger las llaves del taxi y salir a trabajar—.  


                                                                               * * * 


A kilómetros de allí, una mujer de veintitrés años temblaba dentro de un coche.

—Muy bien, Sofía. Le voy a explicar detenidamente lo que tiene que hacer. Primero arranque el motor, y una vez realizada esa parte, sáquenos de la zona de estacionamiento y diríjase hacia la salida más cercana. —Sofía gira la llave, quita el freno de mano, aprieta el embrague, mete primera y lo suelta poco a poco a la vez que va acelerando—. En cuanto estemos en marcha, quiero que nos lleve siempre en dirección Sevilla/Cádiz.

—Sabe que no soy de aquí, ¿verdad? Sabe que puedo equivocarme, ¿no?

—Usted tranquila, yo le indico con tiempo. Ya sabe que en el examen dispone de diez minutos de conducción autónoma, y  quince de conducción guiada, ¿verdad? 

—Sí, sí… claro que lo sé, pero es que… es que es la quinta vez que me examino, y ya no sé qué más hacer para aprobar. —Rafa, su profesor de autoescuela que está sentado a su lado, le mira insistentemente y le indica con la mano y sin que le vea el examinador, que pare de hablar—. 

—De momento, lo mejor que puede hacer es concentrarse en la carretera y estar tranquila.

Sofía es de Canarias y aunque lleve dos años viviendo en Sevilla, aún no ha perdido el acento de las islas. Llegó a la capital andaluza sin un duro pero con la oferta de un trabajo digno y fijo. Es por este trabajo que ha podido pagarse las tasas y renovaciones del carné de conducir, y asistir paralelamente a la universidad.

—Va usted muy bien. Ahora, en la siguiente rotonda, recuerde fijarse en el cartel que indique la salida Sevilla/Cádiz.

Sofía se iba aproximando lentamente a la rotonda, y al llegar a ella, se saltó la salida indicada por el examinador. Con rostro intranquilo, tomó la decisión de seguir dando una segunda vuelta a la rotonda.

—A ver, Sofía, como veo que sigue un poco nerviosa, y ya han pasado los primeros diez minutos, vamos a pasar a la conducción guiada. Por lo tanto, ahora tiene que seguir mis indicaciones. Intente salir de la rotonda usando la tercera salida. Si quiere, cuéntelas en alto.

—A ver. Uno. —Sofía señala con la mano derecha la primera salida—. …dos… ¡Tres! ¡Por aquí!

—Muy bien. Ahora quiero que siga recto, y que en el momento en el que exista la posibilidad de cambio de dirección, proceda a realizarlo. 

—Vale.

El coche de la autoescuela frenó al aproximarse a un semáforo en rojo. A su lado había un taxista cincuentón con cara demacrada y bastante corpulento. El taxi iba vacío pero ya había alguien haciendo señales al otro lado de la calle. Eran dos personas jóvenes, probablemente pareja —iban de la mano—. Se veían felices y revoloteaban de un lado a otro de la acera. Al llegar a la puerta del taxi, subieron y se sentaron. En ese instante, el examinador dirigió su atención a los jóvenes y reconoció a la mujer  justo cuando el semáforo cambió de color, y Sofía metía primera para proceder al cambio de dirección a la derecha.

—Pero… ¡¡¡pero!!! No puede ser… —Gritaba el examinador—. Sofía ¡frena! —Sofía parecía paralizada—. ¿Me oyes? Maldita sea… por lo que más quieras ¡sigue a ese taxi!

El examinador se casó con la joven que estaba en el taxi hace dos años. Fueron de luna de miel a Berlín y no tenían hijos.

—Sofía, si sigues a ese coche y no lo pierdes, por dios, que te apruebo ahora mismo. —Gritaba otra vez el examinador—.

—No puede hacer eso. —Decía Rafa—. ¿Qué dice? ¿Está loco? ¿No ve que estamos en medio de un examen?

—Da igual lo que digan, como no sigan a ese taxi de mierda, me bajo ahora mismo del coche y me comprometo a que no le dejen aprobar el carné en su puta vida.

—Pero, ¿por qué les seguimos?

—Esa que ven ahí, tan sonriente, es mi futura ex mujer. Y yo, un cornudo de mierda.

Minutos más tarde, el taxista detuvo el coche y la joven pareja descendió rápidamente. Sofía intentó frenar para no golpearle, pero no lo hizo a tiempo e intervino el profesor. Entonces todos miraron al coche de la autoescuela y la mujer reconoció al marido, que la miraba sin separar los ojos de ella. En ese instante, la mujer retrocedió sobre sus pasos, entró al taxi de nuevo, y le gritó que se alejara lo máximo posible. Con movimientos lentos, el taxista miró hacia atrás y observó a la chica dentro del coche de la autoescuela. Permaneció paralizado unos segundos. La mujer joven comenzó a gritar más fuerte a medida que veía cómo el marido salía del coche y se acercaba a ella. El taxista descendió del coche entre insultos y plegarias por parte de la mujer joven, y se acercó a Sofía. Se aproximó tanto y tan rápido, que Sofía se asustó.

—Perdona que me acerque de esta manera tan extraña, pero te pareces tanto a alguien que conocí hace algún tiempo. —Sofía lo mira inquieta, y se aleja unos centímetros del  taxista desconocido—.

Mientras tanto, el examinador y su mujer comienzan a gritar en medio de la calle y el otro joven permanece apartado.

—Te pareces tanto a ella. —El taxista continuaba hablando con rostro pálido. —

En ese momento, el examinador se sube al coche de autoescuela y le dice a Sofía que está aprobada y que pueden irse. Sofía permanece quieta unos instantes, mira al taxista, mira al examinador, mira a Rafa, se mira al espejo retrovisor, y se desmaya.



1 comentario:

  1. Vas cambiando los tiempos verbales sin ton ni son: primero en pasado, después en presente, después un pasado continuo y al final presente. Revísalo. Un escritor no puede cometer estos errores básicos.

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