sábado, 24 de marzo de 2012

RELATO 1 - Verónica Yesa Ávila


CÓMO HACER FELIZ A TU MARIDO CON AMARETTO

Verónica Yesa Ávila


Suena el Brandilocuente-despertador, son poco más de las seis de la mañana. Brandilocuente es un caniche, blanco y viejo, demandante de amor y cariño. Bastante pesado y mandón. Rosalinda abre los ojos, casi por inercia y hace el intento de apagar el despertador, cae en la cuenta de que no deja de sonar y mira hacia el suelo.
-¿Pero tú has visto qué horas son? Hijo de perra…
Se levanta, lenta y achacosa, enciende todas las luces de la casa. El perro la persigue y dificulta el paso. A veces querría matarlo pero no lo hace, en el fondo le gusta que la incordie. Llevan quince años juntos.
Rosalía se acicala frente al espejo, viste ropa oscura para disimular su voluptuosidad.  Lleva el pelo semirecogido, es muy práctica. Le gusta el equilibrio y lo demuestra, el equilibrio y el orden. Su belleza es corriente, pero no vulgar.
Brandilocuente no deja de manifestarse.
-¡Ya voy, cansino!¾enfadada.
-Grrrrrrrrrcon tono impositivo.
Una vez preparada, coge la correa del perro. Brandilocuente intenta morder la cuerda pero no la alcanza, apenas se levanta del suelo. Ha engordado últimamente y su cadera maltrecha no lo lleva bien.
-Ay!sorprendida por el dolor.
 Al intentar llegar a la cuerda, le ha mordido la rodilla. Un colmillo del perro sale volando.
-Auuuuhhhse lamenta el can.
-¡Esto tenía que pasar! Te crees que tienes un año y tienes quince… ¡Eres un vejestorio, entérate!tajante.
El animal se resiente. No entiende lo que su dueña le está diciendo pero sabe que lo está regañando, para las cosas buenas utiliza otro tono, uno mucho más dulce.
Pasean por el barrio, Brandilocuente se contonea, siempre ha sido un poco chulo. Ahora menea menos el culo y el rabo, las traseras las tiene afectadas por los años. Lo lleva al servicio público canino. Un trozo de césped, cercado con tablas y un cartel donde pone: “Toilet”.
Rosalinda, cada vez que lo ve, piensa: “¿Quién habrá sido el lumbreras que ha hecho esto?” Tampoco comprende muy bien porqué Brandi, Brandilocuente es demasiado largo, no hace sus necesidades hasta llegar al lugar. Bien sabe que sufre incontinencia y que algún que otro charco ha pisado por la madrugada. “Picha floja” es otro de los apelativos con los que, amorosamente, llama a su mascota.
Diez minutos después vuelven, Brandi tose un poco, se toma las medicinas y se mete en su bolsa de viaje. Como cada día, Rosalinda lo lleva al trabajo. En su oficina permiten mascotas siempre y cuando estén controladas en todo momento y no orinen ni defequen por las instalaciones. En realidad sólo se lo permiten a Rosalinda, porque está sola y la consienten un poco. Lleva veinte años en la misma empresa, ha dedicado toda su vida al trabajo. Es redactora de una revista, lleva la sección de “Cocina para tu marido”. Brandilocuente es lo más parecido a un marido, salvo en la connotación sexual del término.
-Buenos días, Rosalinda. ¿Cómo está Brandito, hoy?saluda su compañera con tono afable.
-Buenos días, Amanda. Este perro loco me ha mordido y ha largado un diente. Hoy no tiene un buen día…aún enfadada.
Su “marido” emite un sonido enfurruñado mientras la mira.
Amanda es su compañera y amiga desde hace diez años. Está casada y tiene dos hijos, de doce y dieciocho años.
Sus habitáculos están contiguos.
Rosalinda deja a Brandi en un parquecito para bebés, tiene algunos juguetes dentro. Enciende el ordenador.
-¡Tssss, Rosalinda!-Amanda, en grito susurrado.
Rosalinda la mira sin curiosidad.
-¿Te has enterado de lo de la becaria?-con los ojos desorbitados, como quien posee una noticia de prensa rosa.
Rosalinda, desde su silla, imitándola irónicamente-Nooo…
Amanda mira a su alrededor y mete cuarta, se dirige a toda velocidad a la mesa de su compañera.
-Van a traer una becaria, de veinte años, dicen que tiene un lío con Luis Mario.
Rosalinda se queda mirándola durante algunos segundos.
-Luis Mario, nuestro jefe, un lío. Ves demasiado el “Sálvame”.-incrédula se gira hacia la pantalla del ordenador.
-¡Qué “Sálvame” ni qué ocho cuartos! Ayer los vi en el parking, él le abría la puerta de su nuevo Mazda y ella le ponía ojitos. Piensa…Rosalinda, tú nunca has sido tonta.
Rosalinda mira hacia abajo y medita. Permanece callada y se pone a trabajar. Amanda comprende el gesto y se retira a su lugar.
-Aún quedan ocho horas de trabajo, tres días y cuatro meses para mis vacaciones.¾se decía a sí misma mientras escribía “Cómo hacer feliz a tu marido con Amaretto”.
-¡Guau, guau!¾el perro demanda la atención de Rosalinda. Ladra y da vueltas sobre sí mismo alternadamente.
-Ahora no es momento, cállate.-lo regaña y sigue escribiendo.
Pero Brandilocuente no le hace caso y sigue haciendo ruido  y dando vueltas sobre sí mismo. Empieza a llorar. Viendo que no surte efecto, ahuya.
Rosalinda se levante de su silla, roja de furia.
-¡¡¡Que te calles ya!!!
El perro se encoge, la mira cabizbajo y se echa en el último rincón del parquecito. Llora un poco, pero ella le lanza una mirada asesina e, ipso facto, guarda silencio.
Suena una risa femenina al fondo del pasillo, saliendo del despacho del director de la revista.
-Ahí la tienes, mira como viene vestida. No la mires directamente a los ojos, es una pesada.¾le advierte Amanda desde su escritorio por señas, casi sin emitir sonido.
Rosalinda asoma la cabeza por encima de la pantalla de su ordenador y observa a ese bombón de veinte años aproximándose hacia ella mientras el tiempo se ralentizaba. Le recuerda a las mujeres explosivas de las películas, esas por las que el protagonista babea. También piensa en Luis Mario y ella haciendo cosas deshonrosas en “su nuevo Mazda”. Piensa en muchas cosas en ese corto tiempo. El pasillo no tiene más de ocho metros.
Una voz la saca de la abominable ensoñación.
-Buenos días, tu debes de ser Rosalinda.-con sonrisa de oreja a oreja y voz dulce.
Rosalinda levanta lenta y asqueadamente la cabeza.
-Encantada.-le dedica sonrisa falta y apretón de manos. No quería darle dos besos. 
-Y tú eres… -espera a que responda.
-María Antonieta- aprieta la mano de Rosalinda, con la fuerza justa.
-Ah...-le suelta la mano y se gira.
La becaria tiene intención de entablar conversación pero se percata de que Rosalinda no está por la labor. Hace amago de marcharse.
-¿Me traes un café, por favor?- con educación fingida.
-Sí, no me importa, pero no es mi función- ya no sonríe.
-¿Y entonces, cuál es tu función?- sin mirarla.
La chica se sorprende con tanto ataque, pero se repone y vuelve a la batalla de hembras.
-Soy la ayudante del director, el señor Rubiales, secretaria personal para ser exacta.¾ con tono déspota.
-Gracias por la información¾ seca y sin establecer contacto visual.
María Antonieta se retira contoneando su prieto trasero, le recordaba a Brandilocuente, años atrás
-Lleva la falda muy corta.¾ entre dientes. -¿A que sí, gordito viejo?¾acariciando a Brandi.
El perro la mira y mueve el rabo.
Rosalinda termina su artículo y va, decidida, al despacho del director. Llama a la puerta.
-¿Se puede, don Rubiales?
-Un momento, por favor.
Espera impaciente a que le de permiso para entrar. Imagina una escena parecida a la de Bill Clinton y Camilla Parker.
-Pase, pase.- le abre la puerta.
-Rosalinda, ¿qué se le ofrece?
-Mire usted, señor Rubiales.
-Luis Mario, por favor. Nos conocemos hace mucho.
-Está bien, Luis Mario. Como decía, llevo veinte años con usted y no he faltado ni un día, ni por enfermedad ni por asuntos propios ni por nada. Nunca he reclamado nada ni se me ha otorgado ningún privilegio. Después de tantos años al servicio de esta revista, si necesitaba una secretaria personal, ¿por qué no ha contado conmigo?
El director guarda silencio un par de minutos, la pregunta le ha sorprendido. Carraspea un poco, está incómodo.
-María Antonieta, salga y cierre a puerta, por favor¾ mira hacia su escritorio.
La joven lo obedece sin pedir explicaciones.
-Rosalinda, comprendo su inquietud. Usted es una mujer muy valorada aquí, tanto por mí como por el resto de sus compañeros. Posee privilegios, usted puede entrar y salir de la oficina cuando quiera, puede tomar los días libres que necesite siempre y cuando culpa con los plazos de entrega de los artículos.¾ hace una pausa y toma aire ¾Voy a serle franco. Me estoy haciendo mayor, tengo cincuenta y cinco años, me estoy divorciando y necesito sentirme vivo. Espero que esto no le haga verme con otros ojos. Rosalinda, yo la tengo en estima, más de lo que piensa.
Se queda perpleja, mirando fijamente sus ojos, atenta a todo detalle.
-Entiendo. Usted quiere beneficiarse a la muchacha porque se siente viejo, ¿no es así?
-Hombre…yo no lo diría así.
-Usted no lo diría así…claro. En ese caso voy a hacer uso de mis privilegios y me cojo el resto del día libre. ¾decepcionada y soberbia.
-Está usted en su derecho, por supuesto. Para lo que necesite, aquí me tiene Rosalinda.¾ se recompone y se levanta como señal de respeto.
Sale del despacho y coge a su perro, sale corriendo de la planta sin dar explicaciones a nadie. Sube al ascensor y llora.
-Menos mal que te tengo a ti¾ acaricia al animal mientras éste le chupa la mano como señal de afecto.
Lo cierto es que Luis Mario y Rosalinda tuvieron un pequeño affaire, que nunca contaron a nadie. Desde entonces su relación se iba estrechando cada vez más. Rosalinda soñaba con que, algún día, Luis Mario dejara a su mujer y se fuera a vivir con ella. Nada de boda, ella era una mujer práctica, pero juntos.
En el fondo se amaban, pero había algo que los unía más que el amor, el miedo a la soledad. 

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