CÓMO HACER FELIZ A TU MARIDO CON AMARETTO
Verónica Yesa Ávila
Suena el
Brandilocuente-despertador, son poco más de las seis de la mañana.
Brandilocuente es un caniche, blanco y viejo, demandante de amor y cariño.
Bastante pesado y mandón. Rosalinda abre los ojos, casi por inercia y hace el
intento de apagar el despertador, cae en la cuenta de que no deja de sonar y
mira hacia el suelo.
-¿Pero tú has visto qué horas son? Hijo de perra…
Se levanta, lenta y achacosa,
enciende todas las luces de la casa. El perro la persigue y dificulta el paso.
A veces querría matarlo pero no lo hace, en el fondo le gusta que la incordie.
Llevan quince años juntos.
Rosalía se acicala frente al
espejo, viste ropa oscura para disimular su voluptuosidad. Lleva el pelo semirecogido, es muy práctica.
Le gusta el equilibrio y lo demuestra, el equilibrio y el orden. Su belleza es
corriente, pero no vulgar.
Brandilocuente no deja de
manifestarse.
-¡Ya voy, cansino!¾enfadada.
-Grrrrrrrrr- con tono impositivo.
Una vez preparada, coge la
correa del perro. Brandilocuente intenta morder la cuerda pero no la alcanza,
apenas se levanta del suelo. Ha engordado últimamente y su cadera maltrecha no
lo lleva bien.
-Ay!- sorprendida por el
dolor.
Al intentar llegar a la cuerda, le ha mordido
la rodilla. Un colmillo del perro sale volando.
-Auuuuhhh- se lamenta el can.
-¡Esto tenía que pasar! Te crees que tienes un año y
tienes quince… ¡Eres un vejestorio, entérate!- tajante.
El animal se resiente. No
entiende lo que su dueña le está diciendo pero sabe que lo está regañando, para
las cosas buenas utiliza otro tono, uno mucho más dulce.
Pasean por el barrio,
Brandilocuente se contonea, siempre ha sido un poco chulo. Ahora menea menos el
culo y el rabo, las traseras las tiene afectadas por los años. Lo lleva al
servicio público canino. Un trozo de césped, cercado con tablas y un cartel
donde pone: “Toilet”.
Rosalinda, cada vez que lo
ve, piensa: “¿Quién habrá sido el lumbreras que ha hecho esto?” Tampoco
comprende muy bien porqué Brandi, Brandilocuente es demasiado largo, no hace
sus necesidades hasta llegar al lugar. Bien sabe que sufre incontinencia y que
algún que otro charco ha pisado por la madrugada. “Picha floja” es otro de los
apelativos con los que, amorosamente, llama a su mascota.
Diez minutos después vuelven,
Brandi tose un poco, se toma las medicinas y se mete en su bolsa de viaje. Como
cada día, Rosalinda lo lleva al trabajo. En su oficina permiten mascotas
siempre y cuando estén controladas en todo momento y no orinen ni defequen por
las instalaciones. En realidad sólo se lo permiten a Rosalinda, porque está
sola y la consienten un poco. Lleva veinte años en la misma empresa, ha
dedicado toda su vida al trabajo. Es redactora de una revista, lleva la sección
de “Cocina para tu marido”. Brandilocuente es lo más parecido a un marido,
salvo en la connotación sexual del término.
-Buenos días, Rosalinda. ¿Cómo está Brandito, hoy?- saluda su compañera con tono afable.
-Buenos días, Amanda. Este perro loco me ha mordido y
ha largado un diente. Hoy no tiene un buen día…- aún
enfadada.
Su “marido” emite un sonido
enfurruñado mientras la mira.
Amanda es su compañera y
amiga desde hace diez años. Está casada y tiene dos hijos, de doce y dieciocho
años.
Sus habitáculos están
contiguos.
Rosalinda deja a Brandi en un
parquecito para bebés, tiene algunos juguetes dentro. Enciende el ordenador.
-¡Tssss, Rosalinda!-Amanda,
en grito susurrado.
Rosalinda la mira sin
curiosidad.
-¿Te has enterado de lo de la becaria?-con los ojos desorbitados, como quien posee una
noticia de prensa rosa.
Rosalinda, desde su silla,
imitándola irónicamente-Nooo…
Amanda mira a su alrededor y
mete cuarta, se dirige a toda velocidad a la mesa de su compañera.
-Van a traer una becaria, de veinte años, dicen que
tiene un lío con Luis Mario.
Rosalinda se queda mirándola
durante algunos segundos.
-Luis Mario, nuestro jefe, un lío. Ves demasiado el
“Sálvame”.-incrédula se gira hacia la pantalla del ordenador.
-¡Qué “Sálvame” ni qué ocho cuartos! Ayer los vi en el
parking, él le abría la puerta de su nuevo Mazda y ella le ponía ojitos.
Piensa…Rosalinda, tú nunca has sido tonta.
Rosalinda mira hacia abajo y
medita. Permanece callada y se pone a trabajar. Amanda comprende el gesto y se
retira a su lugar.
-Aún quedan ocho horas de trabajo, tres días y cuatro
meses para mis vacaciones.¾se decía a sí misma mientras escribía “Cómo hacer
feliz a tu marido con Amaretto”.
-¡Guau, guau!¾el perro demanda la
atención de Rosalinda. Ladra y da vueltas sobre sí mismo alternadamente.
-Ahora no es momento, cállate.-lo regaña y sigue escribiendo.
Pero Brandilocuente no le
hace caso y sigue haciendo ruido y dando
vueltas sobre sí mismo. Empieza a llorar. Viendo que no surte efecto, ahuya.
Rosalinda se levante de su
silla, roja de furia.
-¡¡¡Que te calles ya!!!
El perro se encoge, la mira
cabizbajo y se echa en el último rincón del parquecito. Llora un poco, pero
ella le lanza una mirada asesina e, ipso facto, guarda silencio.
Suena una risa femenina al
fondo del pasillo, saliendo del despacho del director de la revista.
-Ahí la tienes, mira como viene vestida. No la mires
directamente a los ojos, es una pesada.¾le advierte Amanda desde
su escritorio por señas, casi sin emitir sonido.
Rosalinda asoma la cabeza por
encima de la pantalla de su ordenador y observa a ese bombón de veinte años
aproximándose hacia ella mientras el tiempo se ralentizaba. Le recuerda a las
mujeres explosivas de las películas, esas por las que el protagonista babea.
También piensa en Luis Mario y ella haciendo cosas deshonrosas en “su nuevo
Mazda”. Piensa en muchas cosas en ese corto tiempo. El pasillo no tiene más de
ocho metros.
Una voz la saca de la
abominable ensoñación.
-Buenos días, tu debes de ser Rosalinda.-con sonrisa de oreja a oreja y voz dulce.
Rosalinda levanta lenta y
asqueadamente la cabeza.
-Encantada.-le dedica sonrisa falta
y apretón de manos. No quería darle dos besos.
-Y tú eres… -espera a que responda.
-Y tú eres… -espera a que responda.
-María Antonieta- aprieta la mano de
Rosalinda, con la fuerza justa.
-Ah...-le suelta la mano y se
gira.
La becaria tiene intención de
entablar conversación pero se percata de que Rosalinda no está por la labor.
Hace amago de marcharse.
-¿Me traes un café, por favor?- con educación fingida.
-Sí, no me importa, pero no es mi función- ya no sonríe.
-¿Y entonces, cuál es tu función?- sin mirarla.
La chica se sorprende con
tanto ataque, pero se repone y vuelve a la batalla de hembras.
-Soy la ayudante del director, el señor Rubiales,
secretaria personal para ser exacta.¾ con tono déspota.
-Gracias por la información¾ seca y sin establecer contacto visual.
María Antonieta se retira
contoneando su prieto trasero, le recordaba a Brandilocuente, años atrás
-Lleva la falda muy corta.¾ entre dientes. -¿A que sí, gordito
viejo?¾acariciando a Brandi.
El perro la mira y mueve el
rabo.
Rosalinda termina su artículo
y va, decidida, al despacho del director. Llama a la puerta.
-¿Se puede, don Rubiales?
-Un momento, por favor.
Espera impaciente a que le de
permiso para entrar. Imagina una escena parecida a la de Bill Clinton y Camilla
Parker.
-Pase, pase.- le abre la puerta.
-Rosalinda, ¿qué se le ofrece?
-Mire usted, señor Rubiales.
-Luis Mario, por favor. Nos conocemos hace mucho.
-Está bien, Luis Mario. Como decía, llevo veinte años
con usted y no he faltado ni un día, ni por enfermedad ni por asuntos propios
ni por nada. Nunca he reclamado nada ni se me ha otorgado ningún privilegio.
Después de tantos años al servicio de esta revista, si necesitaba una
secretaria personal, ¿por qué no ha contado conmigo?
El director guarda silencio
un par de minutos, la pregunta le ha sorprendido. Carraspea un poco, está
incómodo.
-María Antonieta, salga y cierre a puerta, por favor¾ mira hacia su escritorio.
La joven lo obedece sin pedir
explicaciones.
-Rosalinda, comprendo su inquietud. Usted es una mujer
muy valorada aquí, tanto por mí como por el resto de sus compañeros. Posee
privilegios, usted puede entrar y salir de la oficina cuando quiera, puede
tomar los días libres que necesite siempre y cuando culpa con los plazos de
entrega de los artículos.¾ hace una pausa y toma aire ¾Voy a serle franco. Me estoy haciendo mayor, tengo
cincuenta y cinco años, me estoy divorciando y necesito sentirme vivo. Espero
que esto no le haga verme con otros ojos. Rosalinda, yo la tengo en estima, más
de lo que piensa.
Se queda perpleja, mirando
fijamente sus ojos, atenta a todo detalle.
-Entiendo. Usted quiere beneficiarse a la muchacha
porque se siente viejo, ¿no es así?
-Hombre…yo no lo diría así.
-Usted no lo diría así…claro. En ese caso voy a hacer
uso de mis privilegios y me cojo el resto del día libre. ¾decepcionada y soberbia.
-Está usted en su derecho, por supuesto. Para lo que
necesite, aquí me tiene Rosalinda.¾ se recompone y se
levanta como señal de respeto.
Sale del despacho y coge a su
perro, sale corriendo de la planta sin dar explicaciones a nadie. Sube al
ascensor y llora.
-Menos mal que te tengo a ti¾ acaricia al animal mientras éste le chupa la mano
como señal de afecto.
Lo cierto es que Luis Mario y
Rosalinda tuvieron un pequeño affaire, que nunca contaron a nadie. Desde
entonces su relación se iba estrechando cada vez más. Rosalinda soñaba con que,
algún día, Luis Mario dejara a su mujer y se fuera a vivir con ella. Nada de
boda, ella era una mujer práctica, pero juntos.
En el fondo se amaban, pero
había algo que los unía más que el amor, el miedo a la soledad.
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