lunes, 19 de marzo de 2012

- Relato1 de Itziar Fadrique


Sincronización

Mercedes se pasea distraídamente por la calle, ensimismada. Sin llevar algún rumbo fijo, simplemente se despeja. Todavía resuena en su cabeza la Tanguedia III en aquella famosa versión del concierto en Lausanne. Le gusta la música de Astor Piazzolla.  Lleva las manos dentro de las bolsas de una casaca de lana a cuadros cafés y ahí dentro, estruja la uña del dedo índice derecho con el dedo medio, presionándola con gran fuerza contra la palma de la mano. Siempre lleva las uñas demasiado cortas.

Sin ninguna razón aparente se deja llevar por su afición a los objetos y decide entrar a una cercana tienda departamental, conocida por sus carísimos productos y por la alta calidad y diseño de los enceres que ofrecen. Se dirige directamente al ascensor y sube a la cuarta planta: Artículos de cocina. Como por arte de magia, se va disipando el cansancio que arrastra y poco a poco comienza a cargarse de una energía irradiante. Le apasionan las formas y colores de las cafeteras de prensa francesa Bodum. Contempla extasiada  la ingeniosa combinación del eficiente mecanismo con esas sofisticadas formas y luminosos colores, equilibrados, poderosos, atractivos. Sobretodo agradece a los diseñadores la siempre transparencia del cristal, que permite constatar cada mañana el proceso de extracción de ese elixir sagrado, que la despierta cada día.

 – Es un micro big-bang. – Reflexiona cada día Mercedes, al añadir el agua caliente a esos granos recién molidos de café, que reaccionan esparciendo sus moléculas aromáticas a través de los confines de la cafetera, indicando así que por fin, el día ha comenzado.

Si fuera millonaria se las llevaría todas, incluso las más pequeñitas que sirven para preparar una sola taza. Las acomodaría un poco aleatoriamente en el centro de una sala vacía, sobre un piso de mármol blanco, inmaculado y brillante. Algunas encima de taburetes de distintos tamaños y otras directamente sobre el suelo. Un “collage” de cafeteras de colores. Mientras la gente pasara a contemplar “la obra”, se estarían moliendo en varios puntos granos de café de distintos orígenes: turco, brasileño, italiano, colombiano… los sonidos y los perfumes girando en el aire de la tarde

– ¡Mercedes! – La saluda efusivamente Paola. Mercedes voltea sorprendida y sobresaltada, su amiga le puso un susto de muerte. Los sonidos y los perfumes se desvanecen del interior de su cabeza y siente una punzada en la uña del índice derecho, se ha presionado demasiado fuerte. Le cuesta un poco reaccionar pero saluda cordialmente. Paola se ríe divertida, su amiga siempre está en otro planeta. La toma cariñosamente del brazo y la invita a tomarse un cafecito para platicar un poco. Está a punto de casarse y había ido a la tienda para seleccionar algunas cosas para su mesa de regalos. Mercedes acepta con reticencia pues había salido a despejarse e iba desarreglada. La verdad es que no tiene buena cara, pero Paola sabe salirse siempre con la suya. 

Así que abandonan la tienda y se dirigen a una pequeña pero acogedora cafetería cercana. El sitio, decorado con una estética minimalista en tonos ocres, genera en ambas una sensación de tranquilidad inmediata. Mercedes pide un expresso doble y Paola un americano.

Mientras Mercedes escucha los pormenores que conllevan la planeación y organización de una boda ajena, observa con atención a un hombre. Ocupa, a ratos, la mesa de junto. Viene acompañado por un muchacho joven que de vez en cuando lo mira con impaciencia. Parece que el muchacho trata de explicarle algo, entonces suena el móvil del hombre, pide una disculpa, se levanta y sale a hablar a la terraza. El proceso se repite varias veces. En un momento que permanece sentado unos cuantos minutos de más, también pide un expresso doble. El muchacho bebe una coca cola con hielos. El hombre lleva una camisa formal a rayas, arremangada hasta por debajo del codo. Su cabellera es rizada y obscura, no parece haber visitado al peluquero desde hace algún  tiempo. El muchacho viste unos pantalones de mezclilla y una playera roja con la cara del Ché Guevara estampada en el frente. Parece un estudiante. Un estudiante a punto de explotar pues el hombre no cesa de hablar por teléfono. A Mercedes le divierte más esa situación que los recuerditos que llevará la madrina de arroz. El hombre se da cuenta de que el estudiante comienza a desesperarse y entre apenadas risas y disculpas, deja un poco de lado el móvil. Mercedes comprime la uña del dedo índice derecho. El hombre le cae bien.

Paola se excusa y se levanta a retocarse el maquillaje. El hombre y el estudiante revisan minuciosamente unos papeles que tienen números por todas partes. Mercedes aguza el oído y no puede creer lo que escucha, parece que hablan de luciérnagas.

 – ¿Luciérnagas? – Mercedes le pide a su oído corroborar la información

– Sí. Luciérnagas. – Confirma el órgano auditivo.

Paola regresa y se despide. Todavía le quedan varios asuntos que arreglar y no puede quedarse más tiempo. Mercedes le agradece (que se vaya) y decide permanecer un poco más. Le gusta el hombre. Le gustan sus ojos pequeños que miran a través de unos lentes desajustados esos números que al parecer hablan de luciérnagas. Le gusta la mancha de tinta que le dejó alguna pluma en el bolsillo de su camisa. Le gusta su risa culpable cada vez que responde el móvil. Entonces observa que comienzan a recoger los papeles y decide hablarle. Es un gesto atrevido, lo sabe, pero aprieta fuertemente la uña de su índice contra toda la palma de la mano y se levanta decididamente al abordaje.

– ¿Puedo hablarte un momento?– Mercedes se dirige al hombre, con falsa seguridad.

El estudiante se marcha y el hombre voltea a verla amablemente. Trata de reconocerla en vano. 

Permanecen hablando en el café hasta que llega la hora de cerrar. Intercambian números telefónicos y se despiden con la promesa sellada de verse otra vez. 

Sincronización

Como las luciérnagas, los metrónomos y los aplausos.

-.-


Mercedes recibe la llamada de Pablo justo cuando está más sumergida en su trabajo. Una parte de ella se molesta y no quiere tomarla. Le exige seguir en lo suyo, concentrada, sin interrupciones. Sin embargo, el persistente timbre del móvil logra sacarla de sí. En un principio responde un tanto cortante. Le cuesta conectar. Sin embargo, el carisma de Pablo poco a poco la seduce y tímidamente aflora esa otra parte que se alegra de la interrupción. Se le relajan las manos, que estaban un poco crispadas. Ahora presiona con emoción su uña. Los ojos le brillan de manera diferente. En su rostro se va expandiendo una sonrisa. Quedan para cenar ese mismo día a las ocho de la noche. Se encontrarán en un conocido restaurante francés, cerca del barrio donde vive Mercedes. 

Sincronización.

Al terminar la llamada, Mercedes no tiene gana alguna de seguir trabajando, no puede retomar el hilo. Decide dejarlo por la paz y sale a dar un paseo. 

Se siente completamente distinta al día anterior. Aunque esta vez también sale sin arreglarse, se sabe de alguna manera luminosa. Hoy tiene buena cara. Sus pasos son ligeros y ágiles. Además, hace buen día. Tiene ganas de ver flores, de llenarse los ojos de colores naturales. Decide ir al mercado. 

Pocas cosas vigorizan tanto los sentidos de Mercedes como los mercados típicos. Son un universo lleno de alegría, colores, formas, sabores y olores. Los cinco sentidos se recrean y se excitan simplemente con caminar pausadamente a través de los pasillos que hay entre los puestos. Cada vez que visita alguno sigue una especie de ritual que obedece a las sensaciones corporales. Casi siempre, la primera ronda es olfativa. Recorre poco  a poco las diferentes secciones, lentamente y con los ojos entrecerrados tratando de ver lo mínimo. Simplemente huele, va olfateando y percibiendo el mundo a través de los aromas. Su sección favorita es la de especias y chiles secos. Se detiene y respira lentamente, se entrega por completo al olfato, se satura. Resiste un poco más hasta que su estómago despierta del hechizo y con un gruñido la impele a ir a la sección de comida. Entonces explota el universo visual y adutivo al mismo tiempo. Contempla  maravillada todos los objetos y formas que la rodean y escucha los cantares y pregones, el golpe de los cuchillos que se afilan y el típico güerita que la hace sentirse en familia. Se dirige a su puesto favorito de frutas y verduras preparadas, pide un jugo grande de naranja con papaya. Se lo toma con toda calma sentada en un banquillo de madera.  Es un buen día, está contenta. Antes de regresar a casa, pasa por la florería y se compra un ramo de tulipanes blancos. 

– Te los mereces.– Dice para sus adentros, sin recibir respuesta.

La tarde del día transcurre con calma. Mercedes logra concentrarse y trabajar algunas horas. El tiempo le pasa deprisa. A pesar de eso se ducha con calma y envuelta en la bata de baño se queda colgada un rato contemplando el armario, debatiendo qué se va a poner.  Por lo que pudo observar, Pablo no parecía ser una persona demasiado preocupada por su aspecto, pero ella quiere gustarle.

– Menos es más. – Le sugiere la voz en su cabeza.

Siguiendo el sabio consejo opta por un pantalón negro de corte moderno y una blusa estampada con escote de cuello en V, que le resulta favorecedor. Unos tacones pequeños y su bolso de siempre, para no olvidar nada. Collar y aretes de ámbar rojo, discreto y elegante. Su favorito. Se perfuma con esencia de geranios aligerada con un toque de patchouli, le gusta preparar sus propias mezclas. Se maquilla con delicadeza y recoge su cabellera en una coleta baja para no batallar. Se declara lista. 

Sale de casa con la agradable sensación de que será una buena noche. Como el restaurante está cerca, decide ir andando. Mientras sus pisadas de tacón van resonando alegres por la avenida, Mercedes rememora  los detalles del mundo que le presentó Pablo. – La sincronización es un proceso por medio del cual tienden a uniformarse patrones rítmicos que se mueven a distintas velocidades, como los aplausos. Después de un tiempo continuo de aplaudir, el pulso se va armonizando y terminan aplaudiendo todos parejos, al mismo tiempo.– Le había explicado Pablo.

– Bueno, eso es porque quieren que se toque “otra”– Aseveró Mercedes, un poco escéptica. 

– Podría ser, pero resulta que si pones a funcionar metrónomos mecánicos, de esos de péndulo, a distintas velocidades, después de un rato terminan sonando todos juntos marcandoel mismo pulso. Es un fenómeno físico. Lo mismo hacen las luciérnagas. Mi alumno trata de descifrar mediante las matemáticas los patrones que rigen estos sistemas más sencillos, para ver si pueden aplicarse a otros más complejos, como el funcionamiento celular… – Así se enganchó irremediablemente Mercedes de Pablo, con una especie de clase de física y matemáticas para un café. Pero lo que más disfrutó, fue que no habían hablado absolutamente nada de ella.

Mercedes se percata de que Pablo la espera, es decir, habla por teléfono fuera del restaurante. Se mira de reojo en el reflejo de la ventana de un escaparate como constatando que sigue siendo ella misma y se acerca con cautela. Pablo termina la llamada, apaga el móvil y la saluda con una amplia sonrisa. Optan por una mesa en la segunda planta y se sientan uno frente al otro. Pablo bromea con el mesero mientras deciden qué ordenar y Mercedes disfruta la ligereza, la fluidez, la naturalidad. Luego de unas cuantas bromas y chistoretes malos se deciden por un vino tinto y un plato de quesos como entrada, una ensalada griega para Pablo como segundo y un filete a la pimienta para Mercedes. 

Al irse el mesero, Mercedes siente de pronto una aguda punzada en la punta de su dedo, sin estarlo tocando. Se sobresalta y repentinamente se siente incómoda, como si no quisiera quedarse a solas con Pablo. Piensa en excusarse e ir al cuarto de baño para tranquilizarse un poco, pero Pablo arremete. Le muestra en la tableta el video de las luciérnagas, que había subido a youtube la noche anterior para que ella, expresamente ella, lo viera. Los acordes suspendidos de De pas sur la neige acompañan a esos bichitos que en un principio forman una maraña desordenada en torno a un árbol oscuro, poco después del atardecer. Hacia los últimos compases, el árbol completo se enciende y se apaga uniformemente, como siguiendo el ritmo de una respiración pausada. Triste et lent. La música transgrede el cuerpo de Mercedes, siente que se le van helando poco a poco todas las venas. Sincronización

La comida le cambia un poco los ánimos y ambos conversan de buena gana sobre cosas cotidianas, un tanto intrascendentes. Mercedes prefiere escuchar que hablar. Después de todo, no le resulta fácil encontrar a alguien con una plática tan interesante. Ella, por otra parte, no tiene mucho que aportar, odia hablar sobre ella misma. Solamente, cuando se avecina algún silencio, hace alguna pregunta catalizadora, sobre la que Pablo se explaya extensamente con evidente alegría.

Llega el momento del postre y el café. Deciden compartir una tarta de queso con zarzamoras y cada quién se pide un expresso doble. Ambos se declaran inmunes a la cafeína, ante la mirada sorprendida del mesero, que no recomienda el café a esas alturas de la noche.

Teniendo ya como telón el aroma estimulante del preciado líquido, Pablo hace una pausa exagerada y dando una ligera palmada en el brazo de Mercedes exclama con fingido enojo: 

–  Tengo que reclamarte una cosa… ¡No me has dicho aún que eres pintora!¬– Ante la cara atónita de Mercedes, Pablo simplemente agrega con un tono de culpabilidad: – Google.

– El maldito nombre. Tenía que salir el maldito nombre.– Escucha incesantemente Mercedes dentro de sí. Completamente ofuscada, alcanza a percibir los comentarios halagadores que hace Pablo con respecto a esos cuadros que en en realidad, ella no pintó. Se siente mareada, indefensa, quisiera teletransportarse a un desierto, a una tundra remota donde nada ni nadie pudiera constatar su turbación. Se siente desintegrada, como si todas sus partículas se hubieran dispersado y flotaran a su libre albedrío, sin sincronización alguna. Le cuesta reagruparse. Trata de poner buena cara mientras observa nublada la boca de Pablo que se mueve continuamente, que se estira de vez en cuando sonriente al tiempo que levanta las cejas. No quiere escuchar lo que dice, le falta el aire. Estruja la uña de su dedo índice con más y más fuerza. El intenso dolor logra reunificarla poco a poco. Se concentra en respirar y recuperar el ritmo. Sincronización. Es todo lo que necesita, sincronización. Pulmones y corazón, respiración y latidos. Parpadeos y pasar saliva. Movimientos pausados y santiguar el estómago. Sin perder la sonrisa. Con ritmo, como si fuera una sola unidad. El shock inicial va pasando. Poco a poco, rítmicamente se envuelve en una calma ficticia.

Ce rythme doit avoir la valeur sonore d´un fond de paysage triste et glacé. 

Pablo nota a Mercedes un poco cansada. Sugiere llevarla a su casa. 
Ella prefiere ir andando.

Sus pasos resuenan solitarios. 
Expressif et douloureux. 

Tiene que confesar.

Irá bien vestida. Vestido negro sin mangas, medias finas y tacones rojos. Combinarán perfectamente con la chaqueta nueva. El bolso elegante. Pendientes de perlas. Se rizará un poco el cabello y lo llevará suelto. Maquillaje decidido y perfume a base de lavanda. El todo por el todo. Se arreglará las uñas, las pintará de rojo. Tambien los labios. Saldrá con tiempo suficiente. Acechará desde la cafetería la única entrada a la sala de la exposición. Fingirá que lee Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro. Pedirá un expresso doble y esperará pacientemente a que llegue Pablo. Lo saludará con calma. Pablo se acercará y pedirá también un expresso doble. Apagará el móvil y dirá alguna broma. Sonreirá mientras levanta las cejas y se acomoda los dobleces de la camisa a la altura del codo. Dará un primer sorbo al café. Agradecerá la súbita inyección de cafeína. La contemplará un segundo. Entonces se lo dirá todo. El se sorprenderá y tendrá que explicarle otra vez, terminará por comprender.  

El taxi llega tarde por ella. Todos los semáforos en rojo. Embotellamientos en todas las avenidas. Todo el mundo queriendo ir a otra parte. 
Sincronización

Sin embargo, la inauguración de la exposición comienza puntualmente. Como primer acto se anuncia la proyección del video “Possesed”, un reportaje que muestra a la artista imbuida en plena actividad creadora. El video se proyecta sobre la pared del patio del edificio, se apagan todas las luces. Solamente resplandece, por encima del cuadro de la proyección, un letrero hecho con luces de neón plateadas que se encienden y se apagan. Dice POSSESED. El video está hecho a blanco y negro y no tiene más sonido que el que se produce naturalmente en la grabación, se escucha que se mueve una silla y que se sacude un pincel en agua.

Mercedes atraviesa el patio con la mirada y distingue ansiosa, entre todos los asistentes, la alborotada cabellera de Pablo. Todos miran absortos las imágenes que se proyectan en la pared. Levanta la vista y consternada se mira a ella misma pintando frenéticamente. POSSESED lee en el letrero. Siente que se arranca parte de la uña del índice derecho. POSSESED vuelve a leer y contempla a sus propias manos pintando y pintando sin detenerse sobre el lienzo. Siente las palpitaciones de su corazón en el dedo de su mano, tiene una costra de pintura seca bajo la uña.  POSSESED. Es demasiado tarde. – Ahora Pablo lo sabe, todas esas personas lo saben. – Repite para ella misma una y otra vez. Mercedes comienza a sudar profusamente.

– ¡Huye, escapa!– Le ordena la voz de su cabeza. Ella quiere irse de inmediato, pero Mercedes no. POSSESED. Mercedes siente que le falta el aire. POSSESED. Siente que se desmorona. POSSESED. No aguanta más. Sale con mucho sigilo del recinto y al verse liberada en la calle, se quita los tacones y echa a correr descalza. 

Con los pies sobre la banca helada de un parque, abrazando sus rodillas cubiertas por el vestido negro, Mercedes recupera poco a poco la respiración. Cae una tenue llovizna. Con los ojos entrecerrados distingue un ligero olor a hierba húmeda. Un viento fresco le zarandea las mejillas y la convence de levantar lentamente los párpados. En silencio reconoce los objetos deformados por las sombras de la noche. La ausencia de luces reduce la gama cromática a unos cuantos tonos creando texturas y formas misteriosas que saturan su pensamiento. Junto a un bote de basura, aparece una luciérnaga.

– Ya sé, tienes que ir a trabajar. – Manifiesta resignada su propia voz. 

Tarareando la parte lenta de Adiós Nonino emprende ensimismada el camino de regreso a casa. 
La pintura bajo su uña ha desaparecido.

Sincronización.



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