miércoles, 28 de marzo de 2012

Relato 2- Hugo Mazón

Entre perros y gatos

- ¡Termínate el desayuno que no llegamos!

- ¡Ya estoy!, ¡ya estoy!

Manuel coge a Lucas por la nuca en un gesto que suele caracterizar su relación paterno- filial. Suele apretarle suavemente con una mezcla de caricia y correctivo con el que le guía cuando están juntos. Manuel ha sacado el coche del sótano y lo tiene parado en la puerta del adosado en el que viven a las afueras. El colegio del pequeño Lucas esta cerca del instituto en el que Manuel da clases de filosofía y por eso le toca acercarlo cada mañana antes de trabajar, lo que le obliga a madrugar más de dos horas sobre la que le correspondería.

- ¡Lucas que no llegas otra vez! - grita Monse desde el salón -¡Todos los días igual!

- ¡Si es que no entiendo por qué tiene que ir al privado de los curas teniendo el Miguel de Cervantes aquí al lado!

- ¿Otra vez Manu? ¡Lo hemos hablado mil veces! El niño va al colegio de las “monjitas” como fui yo y como fue mi padre, punto. No empieces con la retahíla de que si papá es un facha, un beato o un “meapilas”...

- Yo hace un rato que ya estoy ¡Al final me toca a mí esperar con tanto que os quejáis! - Lucas interrumpe una conversación que ya sabe como acaba.

Manolo sale rápido sin despedirse, espera a que Lucas llegue al coche y le hace un gesto para que se siente en el sitio del copiloto. Es la primera vez que le cede este lugar que para el pequeño es como un trono. Puede ver la carretera. Con doce años Manuel lo ha considerado suficientemente maduro para poder ir delante. El pequeño no quita el ojo del camino. Señales, semáforos, peatones y otros coches abren un mundo nuevo para él, que se mueve de un lado a otro sin saber bien en qué centrarse.

De repente se acerca desde el horizonte el bulto todavía sangrante de un gato recién atropellado. Van por una carretera que entra a la ciudad desde las afueras y es frecuente encontrar animales callejeros en el asfalto. La cara de Lucas cambia de sorpresa a asco y de asco a horror.
- Papá, ¿ese gato tiene alma?

A lo que su padre contesta:

- Ya no hijo, ahora ha muerto y en el mejor de los casos su alma ha subido al cielo.
-¿Y si ha muerto por qué nadie lo entierra como al abuelito?

- Porque los que no tenemos alma somos nosotros, los seres humanos.

- ¿Y entonces ese gato se va a quedar ahí para siempre?

- No sé Lucas. En principio las cosas funcionan así: nosotros con el dinero de nuestro trabajo pagamos unos impuestos de los que sale el sueldo de unos políticos, a los que pagamos para que ellos contraten a una empresa que subcontrate a una UTE (Unión Temporal de Empresas) que le hace un contrato basura a un empleado que será el encargado final de recoger los deshechos. Dentro de esos deshechos ahora mismo se encuentra el cuerpo de ese gato. Por lo tanto, si la sociedad funciona dentro de no demasiado tiempo alguien se molestará en arrastrarlo hasta la cuneta para que, por lo menos, no se vea.

- ¿Y los ecologistas que quieren a los animales como el “tete” tampoco tienen alma?

- Tampoco hijo, esos están demasiado preocupados salvando las ballenas como para molestarse en quitar un gato atropellado de la carretera.

- ¿Entonces ese gato es un deshecho?

- Puedes llamarlo deshecho o basura.

- ¿Cómo el contrato del que tiene que recogerlo?

- Más o menos hijo, sólo que el gato huele peor.

- Entonces no somos tan diferentes de los gatos ¿verdad?

- No hijo. La principal diferencia es que los gatos se convierten en deshechos al morir, nosotros lo vamos haciendo poco a poco desde mucho antes.

- ¿Pero nosotros cuando morimos dónde vamos?

- Al cementerio.

- ¿Y por qué no llevamos al cementerio al gato Papá?

- Porque no hay cementerios de gatos.

- ¿Y eso?

- Supongo que porque necesitamos sentirnos superiores a alguien en vida y, ya que nos ha tocado ser pobres, por lo menos viéndolo en el suelo sabemos que podría haber sido peor, podríamos haber nacido gato sin nociones de educación vial y acabar nuestros días sin tener siquiera un nicho.

- Pues yo cuando muera quiero que me tiren a una cuneta como el gato.

- Ya crecerás y verás como no hijo mio. La mayor parte de la vida del hombre se pasa pensando en qué pasará cuando muera. Por eso nos enseñan Seguridad Vial en la escuela, para no acabar como el gato.
- Y si la sociedad no funciona ¿Qué pasará con ese gato?

- Posiblemente que todo el que pase por esta carretera se llevará un trocito de él bajo la rueda de su coche hasta que se desintegre y desaparezca. Es parecido a la idea de alma omnipresente que te enseñan en el colegio, pero con un concepto mucho más físico.

- La “seño” de religión dice que Dios creó a todos los seres vivos.

- Eso dicen.

- ¿Y Dios está al tanto de todo esto?

- Dios, en caso de que exista, tiene demasiada faena salvando al ser humano de su propia miseria como para molestarse en salvar gatos.

- Pero si el gato también es suyo tendrá que cuidarlo como yo con mis juguetes, ¿no?

- En principio sí. Pero cuando vayas creciendo te darás cuenta de que Dios tienen tantos juguetes que ya no le caben en el arcón, por eso de vez en cuando se deja alguno sin ordenar. Está tan preocupado en cuidar los juguetes más caros que los pequeños se le escapan...

- ¿Como los ecologistas con las ballenas?

- Si, bueno... algo así.

- Y si Dios se preocupa de los humanos y los humanos de las ballenas, ¿quién se preocupa de los gatos?
- Los perros.

- Los perros se comen a los gatos, ¿no Papá?

- Pues eso mismo hijo, eso mismo.

Sor Remedios se encuentra en la puerta del colegio esperando a los rezagados en los quince minutos de cortesía que suele ofrecer la estricta disciplina de los “jesuitas”. Cuando ve aparecer el coche con el pequeño Lucas le hace un gesto señalándose la muñeca. Han llegado justos, como siempre. Manuel baja la ventanilla y le pide perdón. Se excusa explicándole que esta vez ha sido culpa suya, que se ha entretenido y rompe en seco el inicio de una charla sobre responsabilidad paterno-filial con un “no volverá a pasar” que es el mismo de ayer y probablemente el mismo de mañana. Conforme Lucas baja del coche Manuel sale disparado, simulando tener prisa. Cuando está a una distancia prudencial maldice a la monja, “para no tener hijos hay que ver lo que sabe de criarlos”.

Aparca a la vuelta de la esquina y se va a la cafetería de siempre a tomar un café solo con dos tostadas para hacer tiempo antes de entrar al instituto. Cada mañana se planteaba ese momento como una catarsis que le permitía asumir las dificultades de la vida en familia. Ese café forzado por la necesidad de madrugar cada día para llevar al niño a un colegio de curas siendo ateo le servía como un momento reflexivo. Una forma de mantener a raya los impulsos más irracionales y primarios, contrastando la felicidad como una forma de aprovechar esas pequeñas sonrisas que da la vida y que hay que saborear a través de instituciones como la familia, las amistades o los propios hijos. Una llamada de teléfono interrumpe su monólogo interior.

- Manolo, ¿tú qué coño le has dicho al crío?

- ¿Yo? Nada, Monse. Hemos visto un gato atropellado y me ha estado preguntando sobre algunas cosas...

- ¿Y qué cojones le has contado para que me llame Sor Remedios y me diga que tu Lucas acaba de apedrear al perro que hay en la casa de al lado del colegio?

2 comentarios:

  1. Cuando empecé a leer la primera frase: "- ¡Terminate el desayuno que no llegamos!" pensé que el personaje era argentino.

    El relato, aunque tiene buenos textos en boca del padre y se entiende el espíritu del absurdo que lo embarga todo, se estropea con el final de chiste.

    Falta coma en: "si la sociedad funciona dentro"; y en: "Si bueno"; y en: "Los perros se comen a los gatos ¿no Papá?"; y en: "Conforme Lucas baja del coche Manuel sale disparado"; y en: "Manolo ¿tú qué coño le has dicho al crío?"; y en: "Nada Monse".

    La frase: "Cada mañana se planteaba ese momento como..." debe ir en presente.

    ResponderEliminar