CURRO TROTA, UN HOMBRE IMPASIBLE
No sé exactamente cuándo llegó Curro a nuestras vidas, pero debía ser yo muy pequeña,
pues lo recuerdo siempre viviendo con nosotros, y para mí sería imposible acordarme de
la parcela y olvidarme de él. Se llamaba Francisco Hernández, y del segundo apellido no
me acuerdo, pero sí de su apodo, lo llamaban “Curro Trota”
En los primeros años de vivir en la parcela, mi padre se iba por quincenas al Valle
del Pomagón, que aunque estaba relativamente cerca, hoy con los medios de
desplazamiento se llega en quince minutos. Se tenía que quedar allí. Unas veces iba para
la siembra del maíz y otras para la cosecha.Por ese motivo tuvo que buscar un hombre de
confianza para que se quedara con nosotros en el campo, pues no le gustaba dejar a mi
madre sola conmigo y mis hermanos que aún éramos unos bebés. Preguntó en Llaucán
y lo llevaron hasta él, y no había podido encontrar a una persona mejor. Era conocido de
todo el mundo y acostumbrado a trabajar por los cortijos. Mi padre lo empleó por un
sueldo mínimo y la comida y mi madre se encargaba de cuidarle la ropa.
Pero, lo que pasó después, fue, que como a mis padres no les “alcanzaba nunca la soga
al pozo”, creo que Curro Trota percibió muy pocas veces su paga, sin embargo, él en vez
de irse se quedó con nosotros. Lo cierto es que nos cogió mucho cariño, y nosotros a él
también, y formó parte de nuestra familia por más de quince años.
Yo no podría acordarme de mi infancia y olvidar a Curro. Era soltero y de cierta edad, y
tenía una estatura baja, con unas gafas redondas, con mucho aumento que parecían
culos de botellas. Cuando se las quitaba para limpiarlas, nosotros nos reíamos de él, sin
ninguna clases de disimulos, pues estaba feísimo sin ellas. Mi madre nos solìa reñir, pues
éramos unos diablos, por lo que estábamos siempre alerta esperando que se las quitara.
A veces cuando se echaba la siesta, se las quitaba uno de mis hermanos, en seguida se
despertaba y se enfadaba mucho.
Otra cosa, que mis padres no querían era la de no tutearlo, pero en nosotros no había
lugar para formalismos, y lo mismo pasó con nuestros padres, pues aquella era una
época en que todos los hijos trataban a sus padres de usted, pero en nuestro caso no
fue así, es más a mi padre no le gustaba. Sin embargo, ellos sí trataban a Curro de usted
y con mucho respeto por cierto, ya que así era él. Tenía mucha educación y era un
hombre de pocas palabras, pues hablaba lo preciso, como si le costara trabajo y nunca le
escuchamos decir una palabra mal sonante mientras vivió con nosotros.
Tenía un aspecto tranquilo y yo no sé a qué venía el mote que tenía, pues yo nunca lo vi
trotar ni siquiera andar ligero. Seguramente se lo pondrían a modo de paradoja. Hasta
cuando se enfadaba con alguno de mis hermanos, él no se movía, si los tenía a mano les
daba un tirón de orejas y otras veces una repelusa, pero si no les tiraba un pitillo, o algo
que tuviera a mano. Tenía más paciencia que un santo. A los niños les gustaban sus
cigarros, se los quitaban y se los fumaban a escondidas. Fumaba Ducales y siempre tenía
un paquete encima. Yo recuerdo que algunas veces canturreaba una cancioncilla que
decía:
-
“ Unos fuman los ducales , otros fuman calderilla, los que no fuman los ducales es
que no tienen cartilla”.
No sabíamos lo que quería decir exactamente con esa canción, a lo mejor ni él mismo lo
sabía, aunque de haberlo sabido, hubiera sido igual pues nunca nos explicaba nada.
A mí, al igual que a mis hermanas ( Olga y María) nos quería mucho, será porque al ser
niñas, no le parecíamos tan traviesas como los demás, y también porque nosotras no le
quitábamos el tabaco.
Aunque también recuerdo un día haber sido compinche de mis hermanos en el robo de un
cigarro y nos lo fumamos alrededor de una candela que encendimos, mientras
apostábamos a quien echaba más humo por la nariz, yo logré hacerlo también, pero me
entró una tos que me quitaron las ganas de fumar en lo sucesivo y volver a realizar
travesuras de esa naturaleza.
Con Curro, nos íbamos a pescar al río, pero cuando llegábamos allí, él se apartaba de
nosotros, porque decía que nosotros espantábamos a los peces con nuestras voces y que
no picaba ninguno.
Nosotros , cogíamos unos cuantos, nos burlábamos un poco de él, quien todavía no se
había estrenado. Pero como él era tan impasible, se quedaba allí solo, nunca tenía prisa,
aunque a lo mejor era eso lo que quería para librarse de nosotros un rato. Después, al
cabo de una hora o dos, aparecía muy contento con un pescado muy grande. Nos
refregaba el pescado por la cara y solía decir:
-Poco pesco , pero el que pesco lo pesco.
Esto era una especie de trabalenguas, y cuando le preguntábamos en qué parte del río lo
había pescado, él siempre decía:
-Allá en el río.
De vez en cuando acostumbraba a ensillar (aparejar) el burro y se llevaba por ahí dos o
tres días , y otros volvía en el mismo día, pero siempre traía algo, como arvejas
( guisantes), naranjas, limones , limas, etc.
Yo creo que era un hombre solitario al que le gustaba la libertad, y de vez en cuando nos
evadía para estar tranquilo. Cuando le veíamos ensillar el animal ( aparejar) siempre le
hacíamos la misma pregunta:
-Curro, ¿a dónde vas?
Y el contestaba siempre lo mismo.
-Voy allá.
.
Cuando regresaba, por decirle algo y también por curiosidad volvíamos a preguntar:
-
Curro, ¿De dónde vienes?
Y la respuesta ya la sabíamos:
-Vengo de allí.
Ni qué decir tiene que cogíamos con él unos mosqueos tremendos, pues no había
manera de sacarle nada..Con este hombre hubiera hecho falta un sacacorchos para
sacarle una palabra, era desesperante. Así que un día decidimos seguirlo. Èl iba subido
en su burro, - que era más lento que él-, y mientras caminaba por el camino, nosotros lo
seguíamos en silencio por la parte de adentro, escondidos detrás de las zarzamoras.
Cuando el camino se terminó, y llegamos al Descansadero, cerca del vado del río,
tuvimos que andar con más cuidado, porque había menos sitio para escondernos, pero
conseguimos seguirlo hasta llegar al Cerro del Mashcón. Una vez allí él desensilló al
burro y se disponía a tenderse debajo de un eucalipto, y de pronto, salimos de nuestro
escondite y le dimos una sorpresa. Le fastidiamos la siesta y tuvo que volverse de vuelta
hasta la casa con nosotros.
El pobre Curro, no podía librarse nunca de aquellos chiquillos pesados que todos éramos.
Hace unos años, y no muchos vi por primera vez la película “Las aventuras y desventuras
de Jeremiah Johnson”, dirigida e interpretada por Robert Redford, y el personaje al que da
vida, es un calco de la personalidad que tenía Curro; sólo que Robert Redford es más
apuesto que él e iba montado en un caballo y no en un burro.
Un día, haciendo un esfuerzo muy grande, nos dijo que nos iba a decir una adivinanza.
Esto era una novedad:
¡ Curro hablando dos o tres palabras seguidas! .Así que mientras lo escuchábamos, nos
dijo: Haber si acertáis esto:
-
Crudo no se come, y guisado se tira.
Nos tuvo todo el día detrás de él. Nosotros le decíamos:
- Anda Curro, dinos ya lo que es, que estamos aburridos de tanto pensar.
Se notaba que aquel día estaba inspirado y de buen humor y tenía ganas de niños. Y
después de mucho apretarle las clavijas, nos dijo que la solución estaba en “el
laurel”.Pero días como ese se repetían muy pocas veces.
Nunca tenía prisa para nada, ni siquiera el día que tocaba comer una tostada. Nosotros,
hacíamos la nuestra en un momento, aunque saliera chamuscada, y empezábamos a
comer y todavía la de él no había empezado ni a dorarse. La pinchaba en una vara de un
metro de longitud por lo menos, la ponía alejada de la ceniza de la candela y tardaba en
tostarla media hora. Luego, nos la enseñaba para chulearnos un poquito y nos decía:
-Esta si que está buena.
Y para oírlo un poco, porque si no, no le escuchábamos la voz, le decíamos:
-Curro, dame un pedacito de la tuya
.
Y él sin inmutarse, con la cabeza nos decía que no. Era un caso el bueno de Curro.
En una ocasión que llegó bebido, después de dos o tres días por ahí, se lastimó la
clavícula al desmontar del burro, y mi padre lo llevó a Bambamarca para curarlo –
También nos llevó mi padre a mis hermanas y a mí en otra ocasión – a casa de una mujer
curandera que arreglaba los huesos, y cuando volvieron, mi padre nos refirió admirado lo
duro que fue mientras aquella mujer le ponía los huesos bien. Todo aquel proceso era
doloroso, con un pañuelo metido en la boca dando un mordisco para aguantar el dolor;
esta experiencia lo conocíamos mi hermana y yo. También se clavó una vez un anzuelo
mientras pescaba, y en esta ocasión, el practicante del pueblo le abrió, le sacó el anzuelo
y le puso puntos de sutura en el dedo. Tampoco esta vez se inmutó. Era un hombre tan
duro, que parecía estar hecho de un material diferente al de las demás personas. Pero
comentó mientras lo curaban:
-Si lo sé, no vengo.
Cuando pasaron los años,llegó a cobrar su pensión de jubilado; y para entonces, él
estaba mejor de dinero que nosotros, ya que mientras mi padre dependía de la
inestabilidad del campo, Curro, cobraba todos los meses y siempre tenía dinerillo, porque
además estaba en casa con ,los gastos cubiertos. Alguna vez, mi padre le pidió un
préstamo, pero había que devolvérselo religiosamente, pues si no, para otra vez no
prestaba nada. Èl solía decir, con su acostumbrada parquedad de palabras:
- Me gusta que me paguen
.
Con lo cual, a primeros de cada mes, ensillaba su burro e iba a Bambamarca para cobrar
y siempre que yo podía, lo acompañaba. Èl solía decirme :
- Si vienes conmigo te compraré algo.
Me subía en el burro detrás de él, como si se tratara del abuelo que nunca conocí y
recuerdo lo contentos que íbamos los dos por el camino de Bambamarca; hasta
canturreaba algo, y mira que eso era difícil en aquel hombre, pero yo sí escuché cantar
alguna que otra vez a Curro. Un día de cobro, me sorprendió con un regalo más
importante que los que me había hecho anteriormente, y compró un transistor de pilas, la
cual fue la primera radio que tuvimos en casa. Como no había electricidad, no tuvimos
ningún aparato de radio hasta ese día, y eso fue una novedad para todos, pues lo
poníamos por las noches encima de la mesa, y allí estábamos toda la familia escuchando
lo que emitían en aquella época..También, cuando cogíamos frijoles, mi madre y yo, la
poníamos en un tronco y podíamos seguir aquellas radionovelas que todo el mundo
escuchaba en ese entonces, las cuales estaban en todo su apogeo, y recuerdo
perfectamente algunos títulos y hasta el nombre de muchos autores y protagonistas de
aquellos seriales radiofónicos. Lo malo era, que acababa con las pilas en un santiamén,
sobretodo cuando lo poníamos al aire libre, en la época de la cosecha de papas.
Cuando Curro, ya tuvo cierta edad, mi madre que le cuidaba su ropa, vio algo que no le
gustó – lo mismo en su cama que en la ropa interior y lo habló con mi padre. A ellos, les
costó bastante trabajo tener que hablar con él, pues sabían de antemano que iban a tener
una negativa por su parte. Lo que ellos le dijeron fue que tenía que ir al médico, y él se
negaba una y otra vez. No hay que olvidar, que ni siquiera nosotros teníamos por aquel
entonces seguridad social, pero él sí, y no quería hacer uso de ella. Costó muchos días
convencerlo, pero al final no tuvo más remedio que hacerlo. Así que un día ensilló su
borrico y cogió sus escasas pertenencias y se fue medio enfadado con todos. Aún parece
que lo estoy viendo, subido en el animal, bajando por la senda que iba desde el pozo
hasta el enganche de la valla que había en el camino, y torció hacia la izquierda para
coger el camino de Bambamarca. Esta vez, todos sabíamos que quizás no volvería más
por allí, pues no era igual que aquellas veces en las que se iba y luego regresaba.
Nosotros lo seguíamos todos con la mirada muy triste.
Curro se fue a casa de su hermano, el cual le llevó al médico, y efectivamente, tenía una
enfermedad incurable en la próstata. Mis padres no se equivocaron. Fuimos a verlo a
Bambamarca, varias veces, hasta que por fin tuvo que ser ingresado en el antiguo
Hospital Regional de Cajamarca. Como no volvía a Bambamarca, fui yo la encargada de
visitarlo a dicho hospital, debido a que en aquella época – tenía 16 años- era la más
adecuada para hacerlo porque era la mayor de las mujeres y demás. Debido a las
temporadas que pasaba en la casa de mis tías y primas , yo me desenvolvía muy bien por
todas partes.
Así que cuando llegué al hospital, no se encontraba en su habitación, y tuve que buscarlo
por los diferentes patios de dicho edificio – actualmente – reformado y convertido en La
municipalidad de Cajamarca – y al final lo vi, a lo lejos. Yo le hacía señas con el brazo,
pero como era corto de vista no me vio hasta que estuve a dos o tres pasos de él. Esa
corta distancia que nos separaba, la hizo corriendo y esa, quizás, fue la única vez que lo
vi correr y hacer honor a su apodo. Me dio un abrazo que por poco me parte en dos y
aquello fue para aquel hombre como si hubiera visto al mismísimo Dios. En el corto rato
que estuve allí con él, no me soltó en ningún momento del brazo y nos pasamos todo el
tiempo buscando a sus conocidos y compañeros de habitación a los cuales les decía
cuando los encontraba:
- ¡Esta es mi niña y ha venido a verme!
Todo el mundo me saludaba sin preguntar qué parentesco me unía a él, con lo cual, yo
intuí que él les había hablado de nosotros. Tuve que irme pronto, porque el personal del
hospital dijo que las visitas habían terminado, y que aquella vez fue la última que vi a
Curro Trota. Aquella tarde, yo no podía imaginarme que algún día, viviría a menos de
quinientos metros de allí; ni tampoco pude darme cuenta, en su verdadera dimensión, que
aquella fue la última gran alegría que se llevó el bueno de Curro para el otro mundo. Con
esa edad que yo tenía entonces, cuando la vida te sonríe y te parece que el mundo está a
tus pies, no vemos estas cosas con la claridad que las vemos en la madurez de nuestra
vida. Es como si cuando somos jóvenes, no tuviéramos tiempo para esas “pequeñeces”.
Aunque la verdad, es que Curro fue algo tan nuestro, que mucha gente pensaba que era
nuestro abuelo de verdad, y sé muy bien que él hubiera querido morir con nosotros. Sin
embargo, eso no hubiera podido ser de ninguna manera, ya que en el campo, no había
proporciones para cuidar a un hombre con semejante enfermedad, y a cerca de catorce
kilómetros del pueblo más cercano, y sin medios de desplazamiento rápido ni teléfono.
Después de la desaparición de Curro, nada fue igual, aunque pasaron dos o tres
personas por allí, antes y después de su muerte, y me acuerdo que alguna vez se enceló
con alguno de ellos. Tal fueron las veces que se dejó caer por la parcela un tal “Saleri” del
cual ni siquiera sé su nombre de pila. Lo que sí recuerdo, como si lo tuviera delante, es
cómo era: se trataba de un hombre pequeño y delgado, pero con una voz tan rara, que no
parecía que saliera de aquel ser tan insignificante. La voz de aquel hombre era algo muy
parecido a la bocina de la “Tani”- aquella especie de furgoneta-taxi que teníamos en el
pueblo, y que servía de enlace con Bambamarca y la estación de ferrocarril de
Hualgayoc- y cada vez que hablaba, y hablaba mucho, hacía daño a los oídos. A mi
padre, este hombre le hacía mucha gracia, y a lo mejor por este detalle a Curro le caía
mal, pues yo creo que pensaba que siempre se iba a quedar con nosotros allí, pero la
verdad es que “Saleri” siempre se iba y Curro se quedaba con nosotros, ¡y menos mal
que se iba! Pues era mareante, nada que ver con la persona de Curro, tan reposado y
que transmitía tranquilidad. Recuerdo aquella mirada de Curro, mientras el otro hablaba, y
él comentaba en voz baja:
-
Éste habla más de la cuenta.
Mi madre decía que a “Saleri”le sobraban las palabras y que a Curro le faltaban.En una de
aquellas visitas que Saleri nos hizo, se presentó con una mujer delgada como él, y según
nos dijo, se acababan de casar en el pueblo e iban por las casas y cortijos en viaje de novios.
En la parcela estuvieron una semana, él ayudaba en lo que podía del campo y ella le
ayudaba a mi madre en las tareas de la casa. En aquella época, era yo todavía pequeña,
pero recuerdo cómo le ayudaba a remendar calcetines a mi madre, aunque lo hacía tan
mal, que ella la obligaba a hacerlo de nuevo, pues no le daba bien la forma al talón.
Después de una semana, el día de su marcha, se les preparó algo de comida para que
pudieran aguantar hasta llegar a otra casa o cortijo.
Recuerdo muy bien la cara que ponía la pobre de mi madre cuando mi padre se
presentaba allí con alguien. Como sucedió aquel día que regresó por la tarde, después de
vender en la Isla. Mientras mi padre daba la vuelta para entrar por el enganche, entró un
hombre en la parcela por un portillo que estaba enfrente de la choza, por la cual todos
salíamos y entrábamos y por el que había que agacharse. Pues por dicho portillo, entró
aquel hombre que no conocíamos y que venía descalzo, con un pantalón cortado por las
rodillas y desnudo de cintura para arriba. Mi madre se llevó un sobresalto al verlo, y
aguantó como pudo hasta que llegó mi padre y le preguntó:
-
José, ¿quién es ese hombre?
Mi padre le dijo:
-
Este es Villlaba. Estaba en el Sinchao sin trabajo y como todos los días que voy allí me
ayuda a descargar, hoy lo he traído para acá, para que coma. Donde comen diez, pueden
comer once.
Mi madre se callaba, pero parece que estoy viendo la mirada que le echaba
a mi padre, cada vez que aparecía por allí con alguien. El tal Villalba-se llamaba Juan,
pero como era de ese pueblo de Hualgayoc, le llamaban así en la Isla- se quedó en la
parcela dos o tres meses y volvió en otras ocasiones. Ayudaba el pobre en todo, se
notaba que el hombre tenía voluntad y ganas de trabajar.
Recuerdo que, el día que llegó, lo primero que hizo mi madre, antes de sentarlo a la mesa
a comer con nosotros, fue a buscarle unos pantalones y una camisa de mi padre, pues en
aquella época no era muy normal ver a un hombre en paños menores. El día que se fue,
le buscó una maleta vieja que había por allí y le metió dentro alguna ropa, y mi padre le
dio algún dinero. Juan Villalba volvió muchas veces por la parcela, y siempre se quedaba
una temporada, hasta que dejó de venir en mucho tiempo y mi padre preguntó por él, y le
contaron que había muerto. Recuerdo que eraba buena persona, pero llevaba muy mala
vida y no se cuidaba nada. Pero para estas fechas, ya había muerto Curro y me parece
que nunca coincidió con él; si así hubiera sido, seguramente se hubiera encelado, aunque
pienso que no tenía motivos, pues él fue el único con el que nosotros nos sentíamos a
gusto y relajados, y sobre todo mi madre, pues al ser un hombre tan prudente y callado,
se identificaba con él y además era conocido de Llaucán, su pueblo. Ella, como
mujer era más desconfiada que mi padre y siempre que alguien se marchaba decía:
-
José, a ver si te dejas ya de traer por aquí a todo desamparado que encuentres por
ahí,que nosotros tenemos que dar de comer a ocho niños.
Pero con mi padre, en ese aspecto no se podía hacer nada y volvía a caer siempre en lo
mismo, pues él era así y se acordaba de todas las personas que tenían las “ollas boca
abajo”. Esta frase era típica de él.
Empieza en presente y luego pasa y se queda en el pasado.
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