viernes, 30 de marzo de 2012

- Relato 2. Itziar Fadrique Marugán




Delitos sonoros

–No hallan a quién echarle la culpa. – La prístina nostalgia de la voz de Federico se propaga con suma delicadeza a lo largo de la sala.
–Mira que imputarle a Amadeo también lo de las gallinas, ya es el colmo. – Responde Hildegarda con sutiles giros melismáticos.
–¿También las gallinas? – pregunta perplejo Federico.
­–Sí. Las gallinas también. – Concluye Hildegarda con un rallentando natural que abstrae a ambos colegas en profundas cavilaciones interiores. En las paredes de la sala sigue reverberando el eco nostálgico de Federico, cada vez un poco más desazonado.

Hildegarda está decidida a plantear una defensa contundente. Sus premoniciones al respecto son confusas. Desde que supo que sus visiones podrían ser producto de las fuertes migrañas, desconfía un poco de ese viejo instinto, otrora tan vivaz. Le preocupa también su querido amigo Federico. Conoce perfectamente su refinada sensibilidad y sabe que aunque aparente fortaleza, se encuentra tremendamente herido.

–¡Adargedlih! ¡Ociredef!– La calidez del tono y el cangrejo empleado por J.S. difumina por completo la azulina atmósfera restante. Hildegarda se levanta y lo saluda con un cariñoso abrazo. Federico le sonríe al tiempo que hace una respetuosa reverencia con la cabeza. Es evidente la profunda devoción y admiración que siente por el Maestro. J.S. le devuelve el mismo gesto, haciendo gala de su característica humildad.

–¿Cómo va todo? – Preludia preocupado el Maestro.
–Estamos esperando el momento de la defensa. Como yo soy la más anciana me han encargado exponer nuestros puntos de vista. – Manifiesta Hildegarda con sencillez.
Federico le lanza una sonrisa cargada de ternura y cariño a la famosa Sibila. – No es que seas la más anciana, eres la más sabia, que es distinto.
–No podría estar más de acuerdo con Federico. Si logramos que te escuchen, seguramente lo comprenderán todo. - J.S. se declara así optimista.
–Eso es lo difícil, hacerlos escuchar – declara descorazonado Federico.
–Tienes razón, la gente no escucha. Ya no se le da importancia al valor de las palabras. – Argumenta convencida Hildegarda.
–Es verdad. De ahí todos los problemas en los que nos hemos visto últimamente.– Apoya con certeza Federico.
­–¿Y Amadeo? ¿Va a venir? – pregunta interesado J.S.
­–Está tratando de arreglar lo de las gallinas, pero parece que el fallo es contundente. – Responde resignada Hildegarda.
Las palabras del Maestro se afilan con una carga de exasperación. –¡¿Qué pasa ahora con las gallinas?!
– Resulta que con La Gazza ladra” sólo ponen en promedio un cuarto de huevo más a la semana; con El Papageno” suben a un tercio. Comprobado todo con cifras minuciosamente especificadas por la Organización Mundial de Estadística. -La voz de Hildegarda resuena cansina.
–Pero, ¿se puede confiar en ellos? – pregunta esperanzado J.S.
–Son datos emitidos exclusivamente por ordenadores, así que no tienen por qué mentir. –Informa resignada Hildegarda.
La desazón turba nuevamente la mirada doliente de Federico. –Si, lamentablemente en ellos sí se puede confiar.
–Lo acusan ahora de ser el principal responsable del calentamiento global. – Deja resonando Hildegarda sus palabras en una especie de cadencia rota.
–¡¿El principal responsable?!–Arremete J.S. en stretto.
–Resulta que las vacas también lo prefieren y la industria ganadera es la empresa más contaminante del planeta. Los tomates y las flores de ornato tratan de compensar el efecto produciendo más oxígeno, pero es insuficiente.-Informa detalladamente Hildegarda.
–Es un problema gordo, ese del calentamiento global. -Federico redondea.
–También está la Asociación de Trastornos Cognitivos. – Añade Hildegarda.
–Y ellos, ¿qué alegan? – Pregunta resentido Federico.
–Han recibido miles de cartas de padres que se consideran defraudados. Alegan que en vez de que sus hijos incrementen su inteligencia, se vuelven niños hiperquinéticos, a los que sólo logran calmar exponiéndolos horas frente a cualquier tipo de pantalla resplandeciente. – Agrega desanimada Hildegarda.
J.S. percibe de inmediato las pocas variaciones que se le pueden dar a esas acusaciones. –Esto es un serio agravante.
–Por lo pronto quieren censurar todas las obras que Amadeo tiene escritas en tonalidad mayor. – Suena derrotada la voz de Hildegarda.
Esta vez, la voz de Federico resuena contundente en sus tonalidades aguerridas, revolucionarias.
–¡Es que ya no hallan a quién echarle la culpa!

Los tres amigos se sumergen en un momento de mutismo. Hildegarda repasa internamente las estrategias defensivas, pero no puede evitar sentirse agobiada y desalentada ante la novedosa situación que los aqueja. Recuerda con tristeza el caso de Ricardo, que primero fue acusado por la Asociación de Megalómanos sin Fronteras y Onanistas Frustrados y después, por crímenes contra la humanidad. Había sido declarado responsable en parte de la enajenación mental del Dictador y de todos sus seguidores. El propio Maestro J.S. libraba en aquel momento una acusación por parte del grupo de Esquizofrénicos Aturdidos, que lo declaraban responsable de propiciar que sus agremiados escucharan todavía más voces dentro de sí. Y el pobre Federico, no hallaba cómo remediar las amenazas de la Asociación de Maniacodepresivos Suicidas, que estaba obstinada en prohibir todas las obras que tenía escritas en tonalidad menor. Hildegarda también piensa en su propio caso: está acusada de alta traición por permitir que las olas de New Age difundan sus ideas y sus obras. Sin embargo, el caso que defienden este día es distinto. Los afecta a todos, va más allá …No pueden cerrar la fuente, la sustancia, el origen. Lo que sucede es que tienen miedo. Miedo de encontrarse algún día con ellos mismos y desilusionarse. Por eso se confunden, por eso las caretas. Por eso se escudan en él para callar, para justificar la ausencia de palabras que realmente diga algo. Sin embargo, los incomoda. Cuando se crea un lapso en medio de alguna conversación comienzan a sentir angustia, buscan cualquier medio para acallarlo inmediatamente. Un mal chiste, una ironía, el mal clima, cualquier cosa que lo disminuya, que lo aleje, que los aleje de sí mismos. Ahora quieren condenarlo, encarcelarlo, desaparecerlo, con tal de que no les eche en cara sus mentiras, que no les haga ver sus realidades…

–La cámara anecóica está lista. Hagan favor de pasar a ocupar sus lugares.– Con aparente cordialidad, el encargado de la sala les indica hacia dónde deben dirigirse.

Dada la extrema fragilidad del acusado, consiguieron que la audiencia se llevara a cabo en este peculiar recinto. Los miembros de la Organización de Habladores Compulsivos se sienten evidentemente incómodos. Saben que todo lo que digan será escuchado e intuyen que probablemente se verán forzados a escuchar mucho más de lo que hubieran deseado. Todos los presentes cuchichean en el volumen más bajo, haciendo todo lo posible para que nadie se entere de lo que en realidad están pensando. No pueden dejar de hablar. Debido a la batalla continua de llevar la voz cantante, el volumen tiende a incrementarse poco a poco, hasta que llega a un límite que les advierte que los otros podrían escucharlos claramente, así que lo disminuyen de inmediato y regresan al murmullo sospechoso. Todos saben que esos chismorreos son desleales, pero fingen no darse cuenta y se dirigen unos a otros miradas cordiales y aduladoras.

Hildegarda, Federico y J.S. observan entre cautivados y perplejos las evoluciones de esta masa sonora.
– Jorge acertó con sus “Atmósferas” ­– declara convencido el Maestro.

Todos ocupan sus lugares y mientras se presenta el caso, Hildegarda comienza a sentir la conocida punzada en forma de ostinato que en ciertas ocasiones le martillea la cabeza. Ahora no, no ahora. Sus sentidos se disminuyen y comienza a dificultársele la vista. Escucha al juez exponiendo los motivos, pero además escucha un barullo constante que no entiende de dónde viene. Estando dentro de la cámara anecóica, es imposible que el sonido venga de afuera. Hace un esfuerzo para observar detenidamente y comprueba que el único que mueve la boca es el juez, todos los demás asistentes la mantienen cerrada… Me están mirando los zapatos, lo sabía, no son los adecuados… No tomes partido, no tomes partido, hasta que se perfile claramente la sentencia… Esa vieja anticuada no podría tener peor gusto… No puedo olvidarme de comprar cebollas y condones, cebollas y condones, ajos y condones... Así pues, se le acusa de ser cómplice de todas las mentiras, de todas las veces que se ha callado la verdad… El magistrado ese, se cree muy inteligente pero es un enchufado cualquiera…

J.S. nota que Hildegarda está a punto de desvanecerse y le sujeta con decisión la mano derecha. La Sibila sabe que simplemente tiene que esperar a que pase. Federico la mira con apremio y delicadamente toma la mano izquierda de su amiga. Hildegarda sabe que para defender el caso necesita un total equilibrio entre la objetividad y el corazón. Sus amigos la reconfortan poco a poco. Sin embargo, las punzadas son cada vez más frecuentes e Hildegarda escucha cada vez con mayor claridad esa maraña de estridentes voces que le taladran la cabeza… Seguramente se acuesta con el jefe, por eso la ascendieron… Un filete apenas sellado con patatas fritas… Se le acusa también de crear incomodidad y discrepancia entre personas que cuando hablan congenian perfectamente… Yo tengo mejores ideas que eso… A ver si salimos a tiempo para ver el partido… Es que no pueden responsabilizarnos de todo, la culpa siempre es de alguien más… ajos y cebollas... Sí, que lo eliminen. No solo de la partituras. Es molesto. Una pérdida de tiempo… En realidad sólo los monjes tibetanos lo comprenden…
Maestra Hildegarda…Ensalada de tomate con orégano… Se siente muy guapa, pero seguramente es tonta…Maestra Hildegarda… Aunque nos tachen de superfluos, más bien son cuestiones de practicidad…
–¡Maestra Hildegarda!

–¡SILENCIO!– Con una fuerza inusitada, la poderosa voz de Hildegarda domina a todos los asistentes y retumba en la totalidad de la cámara anecóica.

La concurrencia reacciona con una pasmosa perplejidad y por un momento sólo se escucha el contratiempo de los diferentes latidos cardíacos, que acompañan la fragmentada melodía de unas respiraciones entrecortadas, sin ritmo. Poco a poco el pulso se relaja y los pulmones se acompasan. Comprenden que en realidad son sólo uno. Nadie se atreve siquiera a parpadear. Saben que ante su presencia, se vuelven transparentes. Nunca habían experimentado una sensación parecida. Hildegarda los contempla uno a uno fijamente.

–Solicito que se escuche con atención al acusado.













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1 comentario:

  1. Pues... No me he enterado de nada, pero el relato tiene buena pinta.
    No sé qué decirte. Porque imagino que quieres que sea así: de no enterarse nada. ¡Lo malo es que tuvieras claro que todos nos teníamos que enterar de algo!
    Hablemos.
    Pero tiene un tono muy particular y está bien escrito.

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