DESPISTE
-Lo
siento, lo siento de verdad, estaba mirando que no viniesen coches
por la izquierda y no me di cuenta de que habías frenado.
-No
pasa nada, mala suerte. Del
todo terreno negro se ha bajado un niño, debe tener el carnet recién
sacado y ella ha venido a estropearle el día.
-Ya...
¡Qué rabia!
Inés no conduce mal
pero se está dando cuenta, de un tiempo a esta parte, que cuando
tiene muchas cosas en la cabeza sus pensamientos están en eso y no
se centra en el volante. O peor aún, en todo lo que la rodea. El
problema no es tanto ella como los demás, que desde luego no saben
que los pensamientos de Inés están -esa mañana- entre Pedro Páramo
y el viajero de una noche de invierno. En cualquier sitio más
interesante que en los carriles de la calle por la que circula.
-Tengo
un poco de prisa y como la culpa ha sido mía, si quieres te doy mi
número de teléfono y ya hablamos para dar parte al seguro.
Inés quiere huir de ahí, no escaparse, ni timar a ese pobre chaval,
simplemente huir. Es más fácil vivir entre párrafos de libros,
allí los accidentes les pasan a otros. En los libros la realidad es
amoldable a las esquinas de cada página, no se desborda de sus
límites físicos. Los mundos alternativos por los que puede ir
buceando nunca son reales.
-Bueno,
la verdad es que me gustaría rellenar el parte ahora si no mi padre
me la va a liar.
La cara de agobio conmueve a Inés. Se lo está imaginando en una de
sus novelas suplicándole ayuda.
-Sí,
tienes razón, voy a buscar uno y lo rellenamos en un momento, pero
no te preocupes, yo te he dado por detrás, la culpa es mía.
Abre la puerta del copiloto y de medio lado, en una postura muy
forzada, de la guantera saca la carpeta donde tiene los papeles del
coche. Aquí
tengo un parte, toma ve poniendo tus datos.
-Gracias.
El chaval empieza a leer detenidamente cada apartado -¿Sabes
qué tengo que poner aquí?
Le señala uno de los recuadros.
-Saca
los papeles del coche y vamos buscando, en principio todo debe estar
ahí.
Inés mira la hora, va a llegar tardísimo a la reunión y está
empezando a ponerse nerviosa. Tengo
un poco de prisa, ¡pon lo que sea!.
Mientras el chaval
rellena sus datos, Inés se pone a buscar qué ha podido hacerle a
ese rinoceronte al chocarse contra él. Por la pena de imaginárselo
desvalido, protagonista de alguna novela, se han puesto a hacer
papeles sin haber mirado si había pasado algo.
-Perdona,
antes de seguir, es que creo que no te he hecho nada en el coche.
-Eh...Se
vuelve, deja el bolígrafo sobre el capó donde estaba apoyado
escribiendo y va hacia la parte de atrás de su coche. Mira
detenidamente el coche y por un momento no sabe ni qué contestar, la
verdad es que no ve nada...-Sí,
mira este piloto antiniebla se ha roto y de verdad que no lo estaba.
Mi padre siempre tiene el coche impecable.
-Pero
yo creo que me he abollado el capó aquí, encima de la rejilla. Ha
debido ser con la rueda de repuesto ¿cómo he podido entonces
haberte roto ese piloto tan abajo?
-De
verdad que no estaba así.
Tenía cada vez más cara de agobio.
-No
digo que estés mintiendo, pero no logro entenderlo. Bueno, qué más
da, termina por favor que tengo mucha prisa.
Él vuelve a apoyarse
sobre el capó de su coche y sigue escribiendo mientras con
parsimonia mira los papeles que ha ido sacando de una pequeña
carpeta verde transparente. Los pasa, los lee, los vuelve a leer, les
da la vuelta... Inés está empezando a perder los nervios, pero el
sentimiento de compasión que se le ha despertado por ese niño
grande le hace intentar no transmitírselo. Si se da cuenta se puede
poner más nervioso y al final seguro que se equivoca y es peor. Le
suena el teléfono.
-Sí,
¿dime Juan?
-Te
estamos esperando.
-Ya,
ya llego, lo siento.
-Es
muy tarde.
Sí,
de verdad que lo siento pero le he dado a un coche y estamos haciendo
los papeles del seguro.
-¿Y
te queda mucho? No podemos retrasarnos demasiado que hoy empiezan las
clases, por eso habíamos puesto la reunión temprano.
-Media
hora y estoy allí.
-Venga...
qué desastre.
-Empezad
sin mí y me incorporo.
Juan es de los pocos
compañeros fiables que tiene. Inés Lorca es profesora de Literatura
comparada en la universidad y le ha tocado por sorteo en una de las
comisiones de contratación de profesores para cubrir un par de
plazas que están vacantes por bajas médicas que se están
convirtiendo en crónicas.
El
chaval parece que por fin ha terminado -Toma,
ya, ahora faltan tus datos y hacer el dibujito.
Inés
coge los papeles-Venga,
ya está, en un momento termino.
El problema de la
reunión es que las cosas están tan mal en todas partes que hasta
para plazas de sustituciones están sacando unas condiciones
asquerosas. Es una vergüenza darle a alguien un trabajo que si
apuras le va a costar dinero. Y lo peor de esa mañana es perderla
discutiendo con sus compañeros.
-¿Me
dejas tu boli que este se está acabando?.
Sin mirarlo Inés estira el brazo y agarra el bolígrafo que el
chaval le está dando. Al cerrar la mano le pilla los dedos además
del bolígrafo. Él tarda un segundo más de lo lógico en quitarlos.
-Perdona.
-Nada
ya termino. Que menos mal que no pueden despedirme si no hoy estaba
en la calle.
Inés termina de completar el formulario, ha ido poniendo datos casi
a voleo. Sin fijarse si era lo que le iban pidiendo en cada caso,
pero la matrícula y su DNI están bien así que con eso la localizan
y siempre puede excusarse en la prisa para justificar los errores.
-Ya,
toma tu copia. La mandamos cada uno a nuestro seguro y listo. Lo
siento y dile a tu padre que fue mi culpa. Ahí he puesto mi número
de teléfono con lo que sea me llamas y si quieres hablo yo con tu
padre.
Inés se monta en el
coche pero antes de arrancar deja sentados en el asiento trasero a
sus dos antiguos compañeros de viaje: Pedro Páramo y el señor sin
nombre de Calvino. Ya han provocado un accidente, necesita que la
dejen llegar a la facultad sana, salva y lo antes posible. Al entrar
en el despacho la bronca ya está formada.
-Hola...lo
siento, he tenido un golpe con el coche.
Inés entra sintiendo de repente en sus hombros la pesadez ambiental
que está dejando sin oxígeno la habitación. Recuerda al entrar
allí la pesadumbre que se siente al deambular por Comala. La
oscuridad ambiental llena de muertos está ahora sentada en su
despacho.
-Ya
qué raro.
Dice Lourdes, la más agresiva de todas sus compañeras en cualquier
situación.
-¿Qué raro qué? No
empieces por favor, acabo de llegar pidiendo perdón. Baja las armas
y déjame en paz.
Lourdes
sigue en su línea y esa reunión -como otras mil- no va a servir
para nada. Le encanta empantanar las situaciones. Si está ella en la
mesa las cosas nunca se solucionan, siempre termina logrando levantar
algún recurso y aplazando las decisiones. -Yo
emito mi voto particular y recurro ante el rectorado la decisión de
contratar al candidato número tres. Creo que no cumple todas las
condiciones.
Inés,
cansada de tonterías, se levanta. -Bueno,
ahí te quedas, me voy, que a las doce empiezo las clases.
Sale del despacho cargada con la carpeta de la asignatura, las
fotocopias del programa y la bibliografía que les ha preparado, más
un pequeño dossier de textos. No tiene porqué entregárselo, el
departamento ya no tiene dinero para fotocopias. Las paga ella, nunca
tiene matriculados más de veinte alumnos y prefiere regalarles esas
primeras fotocopias antes de perder tiempo en que ellos se las
saquen. Termina el cuatrimestre y la mitad de la clase no tiene los
textos. Los años no pasan en balde e Inés se ha encontrado de todo
después de tantos años dando clase. Va andando sin mirar hacia
delante, distraída en las notas que tomó anoche para empezar hoy el
curso. -Perdona,
no iba mirando.
Se ha chocado con una espalda que no ha visto plantada en mitad del
pasillo.
Al
volverse -¡Pero
qué pasa, hoy vas a chocarte conmigo en todas partes!
Es el mismo chaval al que le dio con el coche.
-No
puedo creérmelo, lo siento, esto parece una broma ¿cómo puedo
chocarme contigo otra vez?
-Será
el destino.
Dice desafiante mientras le mantiene la mirada.
-Será.
Dice Inés nerviosa ante el desahogo del chaval ¿Estudias
aquí?
-Sí,
empiezo este año. He trasladado mi expediente porque a mi padre lo
han destinado aquí y no había dinero para me quedase.
-Estupendo,
pues ya nos veremos por los pasillo, aunque espero que sin más
accidentes.
-No
importa, me empieza a gustar que te choques conmigo.
Inés se ha puesto muy
nerviosa ante la actitud del Chaval. Mientras intenta recomponerse
para entrar en clase se siente seducida. Es humana y como la Emma
Bovary que siempre le hubiera gustado ser -aunque ella sin marido-
le encanta gustar. Sabe que se conserva bien. No es que sea tan mayor
y lo lleva mejor que la media. Además, el poder que le otorga subir
el escalón del estrado en las clases siempre le da mayor atractivo.
Cada año hay algún estudiante que la busca por los pasillos o va a
horas de consulta por cualquier tontería. Con los años ha aprendido
a olerlos de lejos y sabe lidiar con ellos, pero este...No sabe ni
como se llama... este es más osado que la media.
Entra
en clase. -Buenos
días, bueno tardes ya.
Mira hacia las bancas, recorre con la mirada las filas de asientos.
Solo están llenas las cuatro primeras, esa suele ser la media de sus
matriculados así que no le sorprende tan poco público. Eso no es
clase de Estadística ni de Materiales de construcción o algo
parecido. Es clase de Literatura comparada. Mientras piensa esto
continua mirando a sus nuevos alumnos hasta que desde la última fila
ve como le devuelven una sonrisa amplia, descarada y burlona -Buenos
tardes profesora Lorca, desde luego va a ser el destino.
El relato hasta: "Tenía cada vez más cara de agobio" está en presente, y ahí cambia sin justificación.
ResponderEliminarEs raro que en la conversación telefónica: "-Sí, ¿dime Juan?
-Te estamos esperando" se escuche al interlocutor.
La explicación de quién es Inés Lorca entra un poco tarde.
"Unas condiciones asquerosas" NO LO PUEDE DECIR EL NARRADOR A MENOS QUE SEA UN PERSONAJE.
El sistema de guiones y los recursos para saber quién habla son incorrectos. ¡Y sobre todo si la protagonista es una amante de la Literatura.
No se entiende de qué va el relato. ¿Casualidades? ¿Y?