–Uff, no sé, no sé.
Carmen no se decidía. Faltaba poco
para que dieran las tres de la tarde. Podía percibir de modo difuso
que el policía encargado de la rueda de reconocimientos tenía
hambre y ganas de marcharse ya, pero ya.
–Tengo mis dudas.
Miraba y remiraba a los cinco tipos
“Dios qué pintas más chungas”. Resopló, volvió a resoplar.
–Estooo... seguro que no me ven,
¿verdad?
–Señorita le vuelvo a repetir que
es imposible de que le vean, no le pueden ver. –Repitió en tono
cansino el agente, que abría la boca una y otra vez como si fuera un
pez aburrido.
Carmen pensó que después de todo en
el bolso no llevaba tanto dinero, apenas treinta y cinco euros, y una
sombra de ojos y un carmín rojo ocre del todo a cien. Además en el
bolso iba un preservativo Durex sabor piña (estaba caducado, pero
ella no lo sabía). Aunque eso no lo declaró en la denuncia.
“¿Quién me mandará a mí a meterme en estos líos?” pensó
lánguidamente. “Joder, podría estar ahora entrando en la facultad
que he quedado con el Toni”.
Tenía dudas. Los cinco hombres,
vestidos casi igual, eran muy parecidos. El robo fue rápido, un
típico tirón. No da mucho tiempo en mirarle la cara a un tipo que
te está arrastrando como una muñeca con cara de tonta.
–¡Qué sueltes el bolso, cabrona!
–¿Pero qué haces, tío¡
Empezó a recordar... “¿pero qué
haces, tío!” vaya pregunta estúpida, qué va a hacer un tío con
pinta quinqui que lleva cincuenta metros arrastrándote por el asa
del bolso... pues robarte el bolso... so tonta... podría haber
gritado (era pleno día), haber pataleado... pero hacerle a tu
quinqui particular una pregunta retórica es lo más tonto que había
hecho en... en... por lo menos los últimos dos días.
Estaba bloqueada. Pidió permiso para
hacer una llamada telefónica. El policía hizo un gesto de
indiferencia. Él odiaba estas ruedas de reconocimiento.
Carmen se alejó de la ventana de la
sala de reconocimiento. Cogió su teléfono móvil y llamó a su
consejera particular.
–Patu, tía, estoy en un lío.
–¿Quién es?
–Patu, soy yo, Carmen. Oye, que
estoy en un lío. Esta mañana me han robado el bolso y me han
llamado para un reconocimiento del chorizo. Y es que a mí me parecen
todos iguales. ¿Qué hago?
–Yo qué sé tía. Bueno, dile al
policía que ya lo has reconocido, y señalas al que te dé la gana.
Es que si no vas a quedar como una tonta.
–Ummmm....
–Carmen, ¿estás?
–Sí, tía. Estoy pensando... es que
no quiero quedar como una tonta.
–No te comas el coco. Si la policía
ha puesto a esos tíos ahí es porque son todos unos macarras.
–Es verdad, claro. Gracias, tía.
Besitos.
Carmen, con decisión firme miró a
los cinco hombres que estaban en fila delante de una pared blanca. Su
dedo señaló a uno. El policía resopló aliviado. Carmen se sintió
poderosa, como un César que con su dedo pulgar podía mandar sobre
la vida y la muerte de los gladiadores.
Minutos después volvió a sonar el
teléfono de Patu.
–Dime, Carmen.
–Patu, no soy Carmen, soy tu hermano
Alberto. Oye, llama rápidamente a papá. Que esta mañana he ido a
pagar una multa y resulta que me han metido en una rueda de
reconocimiento, y una loca me ha acusado de haberle robado el bolso o
yo que sé. Patu, date prisa que me llevan a prisión, Patu date
pri... –Se cortó la comunicación.
Fin.
Enrique Morales F.
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