viernes, 30 de marzo de 2012

Relato 2 de Enrique Morales Fernández

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–Uff, no sé, no sé.

Carmen no se decidía. Faltaba poco para que dieran las tres de la tarde. Podía percibir de modo difuso que el policía encargado de la rueda de reconocimientos tenía hambre y ganas de marcharse ya, pero ya.

–Tengo mis dudas.

Miraba y remiraba a los cinco tipos “Dios qué pintas más chungas”. Resopló, volvió a resoplar.
–Estooo... seguro que no me ven, ¿verdad?
–Señorita le vuelvo a repetir que es imposible de que le vean, no le pueden ver. –Repitió en tono cansino el agente, que abría la boca una y otra vez como si fuera un pez aburrido.

Carmen pensó que después de todo en el bolso no llevaba tanto dinero, apenas treinta y cinco euros, y una sombra de ojos y un carmín rojo ocre del todo a cien. Además en el bolso iba un preservativo Durex sabor piña (estaba caducado, pero ella no lo sabía). Aunque eso no lo declaró en la denuncia. “¿Quién me mandará a mí a meterme en estos líos?” pensó lánguidamente. “Joder, podría estar ahora entrando en la facultad que he quedado con el Toni”.


Tenía dudas. Los cinco hombres, vestidos casi igual, eran muy parecidos. El robo fue rápido, un típico tirón. No da mucho tiempo en mirarle la cara a un tipo que te está arrastrando como una muñeca con cara de tonta.
–¡Qué sueltes el bolso, cabrona!
–¿Pero qué haces, tío¡

Empezó a recordar... “¿pero qué haces, tío!” vaya pregunta estúpida, qué va a hacer un tío con pinta quinqui que lleva cincuenta metros arrastrándote por el asa del bolso... pues robarte el bolso... so tonta... podría haber gritado (era pleno día), haber pataleado... pero hacerle a tu quinqui particular una pregunta retórica es lo más tonto que había hecho en... en... por lo menos los últimos dos días.

Estaba bloqueada. Pidió permiso para hacer una llamada telefónica. El policía hizo un gesto de indiferencia. Él odiaba estas ruedas de reconocimiento.

Carmen se alejó de la ventana de la sala de reconocimiento. Cogió su teléfono móvil y llamó a su consejera particular.
–Patu, tía, estoy en un lío.
–¿Quién es?
–Patu, soy yo, Carmen. Oye, que estoy en un lío. Esta mañana me han robado el bolso y me han llamado para un reconocimiento del chorizo. Y es que a mí me parecen todos iguales. ¿Qué hago?
–Yo qué sé tía. Bueno, dile al policía que ya lo has reconocido, y señalas al que te dé la gana. Es que si no vas a quedar como una tonta.
–Ummmm....
–Carmen, ¿estás?
–Sí, tía. Estoy pensando... es que no quiero quedar como una tonta.
–No te comas el coco. Si la policía ha puesto a esos tíos ahí es porque son todos unos macarras.
–Es verdad, claro. Gracias, tía. Besitos.

Carmen, con decisión firme miró a los cinco hombres que estaban en fila delante de una pared blanca. Su dedo señaló a uno. El policía resopló aliviado. Carmen se sintió poderosa, como un César que con su dedo pulgar podía mandar sobre la vida y la muerte de los gladiadores.

Minutos después volvió a sonar el teléfono de Patu.
–Dime, Carmen.
–Patu, no soy Carmen, soy tu hermano Alberto. Oye, llama rápidamente a papá. Que esta mañana he ido a pagar una multa y resulta que me han metido en una rueda de reconocimiento, y una loca me ha acusado de haberle robado el bolso o yo que sé. Patu, date prisa que me llevan a prisión, Patu date pri... –Se cortó la comunicación. 

Fin. 

Enrique Morales F. 

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