viernes, 30 de marzo de 2012

Relato 2 - Ricardo Martínez Cantudo


Wild Man Blues

Con el corazón galopando desbocado por el pecho, Guzmán se desplomó en uno de los asientos del vagón al que acababa de acceder. No estaba seguro de si aquél era su sitio en concreto, pero en aquellos momentos bien poco le importaba. La visión de aquella mujer, aquella ninfa, aquella diosa, había obnubilado sus sentidos y eliminado por completo su capacidad de raciocinio... además, aquel tren regional no solía utilizarse mucho, y menos durante el viaje de las cuatro de la tarde. Woody Allen y su New Orleans Jazz Band parecían haber montado una auténtica juerga en el interior de su mp3, como si al haber percatado la arrebatadora presencia de la Mujer de los Labios Rojos hubieran acelerado el ritmo de sus melodías. Aún agitado, Guzmán se arrancó los auriculares y, con la manga de su camisa, se limpió el sudor de la frente. Nervioso, se levantó para otear el interior del tren en ambas direcciones: La había perdido de vista, pero aún podía percibir su aroma, una deliciosa mezcla de fresas y vainilla. Su lado más animal ardía en deseos de buscarla, quitarle su precioso vestido azul por la cabeza y hacerle el amor contra la pared del vagón, hasta que se derritieran exhaustos en un sudoroso abrazo. Sin embargo, el lado racional había dominado desde siempre a Guzmán, recordándole la ciática que le impediría tener sexo de pie y la vergüenza que sentiría al dejar al descubierto su flácido y blanquecino cuerpo, por no hablar del reparo que le causaba entrar en contacto con sudor ajeno. Eso era precisamente lo que más confundía a Guzmán: Siempre se había considerado un hombre corriente, con los pies pegados al suelo, sin pretensiones románticas ni deseos almibarados. La soltería le sentaba a las mil maravillas, y había conseguido mantener a raya sus impulsos más lascivos al amparo del porno que sin mucha dificultad encontraba en Internet. No, Guzmán no era uno de esos locos que perdían la cabeza por una mujer... Pero ella había llegado para cambiarlo todo. Cuando la vio por primera vez, la Mujer de los Labios Rojos intentaba subirse al vagón con una pesada maleta. Casi inconscientemente, Guzmán volvió a bajar el escalón que separaba el tren del andén y cogió el equipaje de la mujer. Pesaba más de lo que esperaba, por lo que el arranque de masculinidad puso a prueba su ciática. Ella subió al vagón tras él, le dio las gracias y éste le tendió la maleta. Durante una milésima de segundo sus manos entraron en contacto, instante en el que la apática mirada de Guzmán se detuvo en los preciosos labios rojos de la mujer. Ella sonrió tímidamente, y él balbuceó un “de nada” estúpidamente. Calificarla de “guapa” hubiera sido rebajar su belleza a un estrato de vulgaridad. Su pelo oscuro y ondulante, sus carnosos labios rojos como la sangre y su piel fina y nívea le otorgaban un halo de candidez y de pecado al mismo tiempo. Un fino vestido azul de tirantes cubría su precioso y delicado cuerpo, y unas enormes gafas de sol negras ocultaban sus ojos. Más misterio aún.
  • ¿Billete, por favor?
La perezosa voz del revisor sacó a Guzmán de su ensimismamiento. Casi sin darse cuenta, habían llegado a la siguiente parada. Despistado, sacó el billete de su tarjeta y se lo entregó. El revisor lo marcó con un bolígrafo y continuó su camino hacia el siguiente viajero. Se dio cuenta de que estaba sólo en el vagón 3 y ni siquiera se había percatado. Abochornado por su comportamiento, decidió volver a ser el de siempre y continuar su trayecto como a él le gustaba: disfrutando de una buena novela. Cogió su maletín de piel y sacó su flamante libro electrónico. Aquel cacharro había sido el regalo que su hermana le había hecho por su cumpleaños. “Así no tendrás que ir por ahí cargado de libros” le dijo. El peso de los libros en su maletín nunca le había molestado, más bien le reconfortaba, pero apreciaba el gesto de su hermana y decidió que aquel día era tan bueno como cualquier otro para darle una oportunidad al aparato. En su MP3, Woody Allen había vuelto a calmarse, y su clarinete conducía a la New Orleans Jazz Band a través de la sensacional In The Evening, con su pausado ritmo. Perfecta para leer. Un buen libro y un buen disco de jazz: los mejores amigos de Guzmán conseguirían extirpar de su mente la imagen de los preciosos labios rojos de aquella mujer... O eso es lo que él creía. A largo de su intento de lectura, Guzmán descubría horrorizado cómo su mente le llevaba una vez tras otra a pensar en la Mujer de los Labios Rojos, a imaginarla desnuda, sentada en su cama, sonriéndole. Intentando alejar de su mente una incipiente erección, se propuso pensar en ella de otra manera, preguntándose sobre su vida personal e intelectual. A juzgar por los escasos segundos en los que había maravillado con su presencia, la Mujer de los Labios Rojos aparentaba ser inteligente y sofisticada. Seguramente sería profesora de universidad, o psicóloga, o propietaria de una tienda de vinilos antiguos. Sí, eso sería estupendo. Cuando se casara con ella, podría dejar su estúpido trabajo de la oficina, y vivir junto a ella de su negocio. Limpiaría los discos mientras ella atendía a los clientes, le prepararía exquisitos platos, y, al atardecer, justo después de cerrar, harían el amor al son de Miles Davis.
  • ¡Hey! ¿Está ocupado?
¿Cómo podía haber vuelto a ocurrir? ¿Cuánto tiempo llevaba pensando en ella? Distraídamente, observó al tipo que le preguntaba por el asiento desde el pasillo.
  • N-no, no, está libre.
  • Gracias... -el hombre se sentó a su lado. Era alto y musculoso, y vestía de una forma que parecía que estaba hecha para intimidar a la gran cantidad de hombres de aspecto corriente que poblaban el planeta: una camisa blanca de cuello “Mao”, unos vaqueros ajustados y unos zapatos oscuros de puntera absurdamente larga. Con el ceño fruncido, el hombre consultó la hora en un descomunal reloj metálico que se ceñía su fuerte muñeca izquierda. Guzmán sentía que la presencia de aquel tipo invadía su espacio personal, borrando por completo la atmósfera de paz que hasta ese momento había reinado en el vagón 3.
  • ¡Anda! Que Ipad más chulo... ¿No tiene colores?
    Y encima, era de “esa” clase de tíos. No es que Guzmán se considerase una persona asocial, pero por lo general no le gustaba que le hablasen en el transporte público. El tren, el metro o el autobús eran para él una especie de retiro espiritual urbano, un lugar en el que dedicarse a la lectura y la música sin que nadie le importunase. Y, desde luego, si alguien tenía que venir a hablarle, debería haber sido la Mujer de los Labios Rojos, con su dulce y musical voz, y no uno de esos tipos a los que les encanta entablar conversación en los lugares más incómodos, como el tren, el ascensor o desde el orinal contiguo de un baño público.
    Se quitó los auriculares para contestar a su pregunta.
  • No es un Ipad. Es un libro electrónico -mostró la pantalla al hombre-. Solo sirve para leer libros.
  • ¿Solo puedes leer libros con eso? -el tipo rebufó burlonamente- ¿No sabes que con un Ipad puedes leer libros, ver películas y demás? ¡Ese trasto está antiguo!
  • Ya, pero es peor para la vista...
  • ¿En serio? -el hombre enarcó una ceja, incrédulo- Bueno, tampoco he leído muchos libros en el Ipad...
  • Ya -contestó Guzmán esbozando una sonrisa y dando por finalizada la conversación.
  • Así que te gusta leer... -el tipo hundió la cabeza desvergonzadamente sobre el libro electrónico- ¿Y qué lees?
  • El amor en los tiempos del cólera -contestó Guzmán, rebulléndose incómodamente en su asiento.
  • ¡Coño! Eres un tío romántico. Eso está bien... seguro que te llevas a todas las tías de calle.
  • Hum... -Segundo intento de de Guzmán de acabar con la conversación.
  • A mí es que no me van esas mariconas -el tipo estiro sus largas piernas y las dejó caer sobre el asiento de enfrente-. Créeme, en cuanto te cases, la parienta te quitará las ganas de leer libros románticos... Porque no estás casado, ¿Verdad?
  • No... -La ansiedad crecía en Guzmán, atrapado en aquel minúsculo espacio entre la ventana y el enorme brazo de aquel tipo tan molesto. “¿Es esto es un castigo divino, Dios? ¿Sueño con la Mujer de los Labios Rojos y me mandas a un completo imbécil?” Guzmán no se consideraba en absoluto una persona de fe... pero sí era ese tipo de ser humano impertinente que solo acudía a Dios para poner hojas de reclamaciones. Era consciente de ello, pero poco le importaba... y menos en un momento como ese.
  • Pues entonces acepta este consejo... ¡No te cases! Fóllate a todo lo que puedas y, cuando te canses, continúa leyendo tus libros románticos... o haciendo lo que te dé la gana -El tipo miró furtivamente hacia la puerta del vagón y bajó levemente la voz-. Para que te hagas una idea, mi mujer está en el vagón de al lado y yo aquí contigo. ¿Tú te crees que eso es normal? -el elocuente e incómodo silencio exigía a gritos una pregunta interesada por parte de Guzmán. Agotado, levantó los ojos de su libro: Iba a ser imposible seguir leyendo.
  • ¿Y por qué? -su voz emanaba indiferencia.
  • ¡Porque está hablando con su madre por teléfono! Estoy seguro de que se pasarán el viaje entero parloteando, y paso de estar allí... ¡Me pondría la cabeza como un bombo!
    Claro, mucho mejor venir a joder a otro, ¿Verdad?”
  • Hombre, por hablar por teléfono con su madre...
  • ¡Ja! Se nota que no conoces a esa bruja... ¡Me tiene manía, te lo digo yo! El otro día llego a mi casa, y allí estaban las dos tomando un cafelito. Uno llega reventado de estar todo el día currando, y en vez de encontrarme a mi mujer esperándome con una cervecita, tengo que soportar la cháchara de la suegra. ¡Vamos hombre...! ¿Y sabes de qué hablaban?
  • Eh... No.
  • ¡De mí, de qué va a ser! Nada más entrar, escucho a la vieja “Tú vales más que él, deberías aspirar a más...” ¡Será puta! Ella no respondió nada, o no se lo escuché, y claro cuando se dieron cuenta de que había llegado se callaron.
Incómodo, Guzmán dejó de mirar al tipo. Durante unos segundos de silencio, pudo escuchar cómo Woody Allen y su banda continuaban con la juerga a través del leve murmullo de los auriculares de su mp3, aún encendido y sobre su regazo.
  • Hombre, a lo mejor no hablaban de ti...
  • ¡Coño! ¡Lo que me faltaba! -el enfado del tipo crecía desmedidamente- ¿Me estás diciendo que tiene a otro y que lo sabe hasta su madre?
  • N-no, no, no quería decir eso...
  • Joder, porque eso sería lo que me faltaba. Desde luego, a ésta le gusta tontear con otros, de eso no tengo duda. Está muy buena, ella lo sabe, y le gusta pavonearse por ahí... ¡Como a todas!
  • Ajam...
  • Créeme, no estoy paranoico. ¡Pero si la hemos tenido hace un rato precisamente por eso!
Otra larga historia se avecinaba... y Guzmán sabía que no podría hacer nada por evitarlo. Tal vez debería levantarse e irse a otro vagón, pero lo cierto era que aquel hombre le intimidaba, parecía bastante violento. ¿Cómo soportaría ese mastodonte un despecho? Además, pronto llegaría a su destino... ¿Cuánto tiempo llevaba montado en ese tren? Pensó en cómo afrontar una nueva conversación con ese hombre. “Piensa en ella...” Todo fue más dulce cuando el rostro de la Mujer de Labios Rojos apareció ante él. Intentó evitar sonreír bobaliconamente.
Sin prestar atención a Guzmán, el tipo continuó su perorata:
  • Te cuento lo que ha pasado: Resulta que me he liado un poco con un par de colegas tomando una caña. Cuando llego a casa, resulta que la histérica de mi mujer se había ido sin mí para la estación... ¡Se ha pillado un taxi, con lo que pesa la maleta, y se ha venido para acá sola!
    Una mujer y una maleta. No... imposible.”
  • ¿Qué he hecho yo? Venirme para el tren echando hostias. Me llega a decir que se va antes y no tendría que haber venido corriendo... en fin. Llego al tren, me subo y cuando llego a nuestro asiento me la encuentro de morros. ¿Y sabes qué me dice? “Gracias por dejarme tirada en casa” ¡Yo a ella! ¿Puedes creerlo?
    Guzmán gruñó quedamente, intentando dar de forma estúpida algún tipo de respuesta.
  • Pues claro, me ha cabreado -continuó el tipo-. Yo le he dicho que se dejara de chorradas, que íbamos perfectamente de tiempo y que me tenía que haber esperado para cargar con la maleta. ¿Y sabes qué me suelta? “No te preocupes, por suerte hay hombres distintos a ti... me han ayudado a subir la maleta”. ¿Te lo puedes creer? ¡Tonteando por ahí con cualquiera!
    Demasiada casualidad... No puede ser. Cualquiera menos ella. Cualquiera menos él”
  • Hombre... -Guzmán carraspeó, tenso- Si solo le han ayudado a subir...
  • Eso es lo que ella quiere que crea... Pero no. Por Dios, si hasta se ha pintado los labios de rojo, como una furcia...
    Sus labios. Había hablado de sus labios. Había insultado a sus labios. Eso era más de lo que Guzmán podía soportar. Wild Man Blues sonaba débilmente a través de sus auriculares, pero la melodía, rítmica y con cierta furia latente inundó el cerebro de Guzmán, que cada vez la escuchaba más alto. Temblaba de rabia, el corazón le latía con fuerza y sus ideas se atropellaban. Cerrando tanto los puños que casi le dolía, se levantó bruscamente del asiento, dejando caer al suelo su flamante libro electrónico. Estupefacto, el enorme tipo miró boquiabierto el libro, y después a Guzmán.
  • ¿¿Pero quién se cree usted que es?? -Guzmán se notaba la boca seca, y casi no reconocía su voz- ¿¿Cómo puede hablar así de su propia mujer?? Los tipos como usted son los que dejan en mal lugar al género masculino -No sabía qué estaba diciendo, pero no podía parar. “Labios de furcia”
  • Un ejecutivo palurdo e hipermusculado -siguió, imparable-, con el cerebro derretido de horas de gimnasio y charlas estúpidas sobre fútbol y Fórmula 1 que no tiene un segundo para atender a su mujer. Pues bien, caballero, déjeme que le diga dos cosas: Sí, soy un romántico, creo en el amor definitivo y en el respeto mutuo, y definitivamente sí, su suegra lleva razón: ¡¡Ella vale más que usted!!
Guzmán perdió el equilibrio y se agarró al respaldo de su asiento para no caerse. El tren estaba frenando.
- “Próxima parada: Posadas. Next Stop: Posadas” -rezó una femenina voz a través de los altavoces del tren.
Había perdido el control y lo sabía, había insultado directamente a un desconocido. A un desconocido muy grande, y aparentemente muy fuerte. Éste le observaba desde su asiento, pálido y con el pecho bombeando cada vez más rápido. Se levantó lentamente sin dejar de mirar a los ojos a Guzmán.
  • Cariño, ¿Qué pasa?
Era su voz. Su dulce voz. Era la Mujer de los Labios Rojos. Se había quitado las gafas de sol, y sus enormes y oscuros ojos observaban la escena. Guzmán, pese al miedo, sintió como su furia y su miedo eran aspirados por el vórtice negro de los ojos de aquella mujer.
  • Vamos, que es nuestra parada, ayúdame con la maleta -la mujer reparó por primera vez en Guzmán-. ¡Ah, es usted! Muchas gracias por echarme una mano antes. ¡Vamos, Antonio!
Aterrado, Guzmán dedicó una tímida sonrisa a la mujer. Contra todo pronóstico, el enorme tipo se dio la vuelta y salió de la zona de los asientos. A su paso se oyó un crujido: Bajo su enorme pie se encontraba el libro electrónico de Guzmán. Lejos de disculparse, el hombre, aún pálido, dirigió una mirada asesina a Guzmán. Ambos salieron del vagón, del tren y de su vida.
Aturdido y bañado en sudor, Guzmán se agachó para recoger sus cosas del suelo y se volvió a sentar. La pantalla de su libro electrónico estaba destrozada, pero teniendo en cuenta que su cara podría haber corrido su misma suerte al fin y al cabo no era para tanto. Volvió a colocarse sus auriculares, y desde el fondo del mp3 sonaba Hear me Talkin'To Ya, que con su pausada melodía anunciaba el final del disco, una canción perfecta para descansar en un asiento de tren, observando el atardecer de los campos andaluces a través de la ventana. Poco a poco, Guzmán había recuperado la tranquilidad, la compostura y el raciocinio. Esbozó una sonrisa pensando en cómo, durante apenas una hora de su vida, una mujer lo había cambiado por completo. Había sentido deseos animales, había soñado despierto y había peleado por amor. Seguramente no volvería a ver en su vida a la Mujer de los Labios Rojos, pero de alguna forma sentía que ella le había besado apasionadamente, y la marca de su carmín permanecería intacta, para siempre, en algún lugar de su mente y su corazón.
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