jueves, 29 de marzo de 2012

-Relato 2 de José Ignacio Ramírez Pino

La oficina del paro

-Mil y una formas de buscar empleo. –Mario le recuerda a su amigo el motivo que lleva a ambos a la librería del barrio.
-¿Eso existe? –Pedro se muestra incrédulo.
-Claro que sí. Te he dicho que lo oí en la radio. Lo ha escrito un tal… Juan Luis Guerrero... Hidalgo. –Repasa compulsivamente los volúmenes. Uno a uno, traslada su dedo índice de forma imaginaria por el lomo de cada ejemplar.
-No me refiero al libro. Mil formas de buscar empleo. ¿Tú cuantas conoces? –Pedro observa la metódica tarea un par de pasos por detrás de su amigo.
-Echas currículos, llamas a los conocidos, a los contactos, miras en los periódicos, en Internet, vas a empresas de mediación, consultas en la oficina de empleo…
-De desempleo. –Pedro lleva apuntado desde que hace año y medio cerró la empresa en la que mostraba sus virtudes como electricista.
-¿Qué?
-La oficina de desempleo. Hay casi tanta gente dentro como fuera.
-Es posible. –Mario prosigue la frenética búsqueda sin hacer demasiado caso a la conversación.
-Uno de cada tres estamos en paro. ¿Tú crees en las estadísticas?
Mario, algo desesperado, continúa a lo suyo. Sabe que su futuro depende de ese libro. Lo lógico, tal y como le había sugerido Pedro al entrar, era preguntarle directamente a la dependienta, pero unas diez de personas aguardaban el turno y él tenía demasiada prisa. Echa una ojeada a la cola. La decena sigue ahí. Han cambiado los rostros, pero no el volumen.
Pedro guarda pacientemente el turno. Mario continúa el escrutinio de los libros. Llega a la conclusión de que quizá lo haya pasado por alto. –Aquí está-, piensa. -¡Lo tengo!-. Está a punto de gritar. Mil y una formas de disfrutar de su jubilación. Intento fallido. Dado que la metódica búsqueda no da resultado, prueba con la selección aleatoria de estanterías. Salta de una a otra movido por la inspiración. Nada. Está a punto de rendirse y el título de un libro aparece como una revelación: Manual para autoescuelas. Chasquea los dedos. –Claro-. Se dirige veloz a las estanterías situadas bajo el cartel ‘Autoayuda’. Su amigo le cierra el paso.
-No lo tiene. -Pedro ha preguntado a la dependienta.
-¿Cómo? -Muestra cara de sorpresa.
-El libro. No lo tiene.
-Con tantos clientes, debe ser un éxito. –Mario es un hombre que saca rápidamente conclusiones. El razonamiento lógico es una de sus virtudes.
No pierde el tiempo y se marcha de la librería. Pedro le sigue atropelladamente los pasos. Está a punto de estamparse con la puerta que Mario ha mantenido abierta sólo el momento justo para salir. El barrendero detiene su lento y rítmico vaivén. Pronuncia unas palabras que suenan como un murmullo ininteligible. Mario, en su huida, se ha llevado por delante uno de los montoncitos de hojas que con parsimonia el hombre se había encargado de reunir. Pedro le hace un gesto a modo de disculpa.
Mil y una formas de buscar empleo, de Juan Luis Guerrero Hidalgo. Ese es el objetivo de Mario. Allá va. Cruza el semáforo –afortunadamente en verde para los peatones- y se dirige avenida arriba. Porque en la otra punta del barrio hay otra librería. Los planes de Pedro eran otros. Se le ocurren mejores ideas para pasar la mañana del lunes que ir de local en local a la caza de un libro.
-Este mes se me acaba la prestación. –Suelta Mario cuando percibe que Pedro le ha alcanzado-. Aunque, en realidad, de ahí nunca veo un euro, la hipoteca se lo come todo.
-¿Y quién te va a pagar la hipoteca?
-Encontraré el libro.
-¿Y si no lo haces?
-Encontraré trabajo.
-A una prima de una amiga de mi mujer hace una semana la echaron de su casa y...
–Pedro se arrepiente del comentario que acaba de iniciar, pero ya es tarde y sigue adelante-. El banco se lo cobró en especie y aún sigue en deuda con ellos.
-Nos iremos debajo de un puente.
-¿Tú y tu mujer?
-Al menos yo.
-¿Habrá sitio para tanta gente?
-Vivir en una ciudad con río tiene sus ventajas.
Mario entra en la librería. El movimiento de la puerta hace sonar el tintineo de una campanilla. La tienda está vacía. La intuición le dice que aquí va a tener suerte. La dependienta, una chica de mejillas sonrosadas y mirada angelical, aparece desde detrás de una estantería y pregunta en qué puede ayudar.
Mil y una formas de buscar empleo. La chica amplía su sonrisa. Cree que se trata de una broma, pero no lo es. Tan sorprendida como diligente, teclea en el ordenador para averiguar el ciclo vital del ejemplar. Las mil y una formas de engañar al inventor, Mil maneras de hacer el amor –“interesante”, piensa Pedro-, Mil y una formas de tener buen gusto sin caer en la ridiculez, Mil y una formas de ser madre… La obra del tal Guerrero no aparece por ningún lado. Mario le cuenta a la muchacha que lo oyó en la radio cuando desayunaba. Ni rastro.
Le da las gracias y hace sonar de nuevo la campanilla. Esta vez Pedro es previsor y se lanza sobre la puerta antes de que se cierre. Caminan con paso seguro en dirección al canal. Pedro intuye que su amigo va a esa nueva gran superficie en la que puedes encontrar de todo menos trabajo. Al menos ellos dejaron allí el currículo sin éxito.
-He pensado en lo que me dijiste. –Pedro frena el ritmo de su compañero con un leve agarrón del abrazo.
-¿Sí? –Mario sigue distraído en sus pensamientos-. ¿Y lo haces mucho?
-¿Pensar?
-No, lo que te dije. Enviar currículos en inglés.
-Sólo de vez en cuando. –Pedro duda, estira los puños de la camisa como si quisiera eliminar las arrugas-. La verdad es que sólo lo he hecho una vez.
-¿Y si te llaman?
-No lo harán. Nunca lo hacen.
-Así no vamos a encontrar trabajo.
-¿Tú crees? –Pedro detiene a su compañero justo a tiempo para que un coche cruce la calle y no se lo lleve por delante-. ¿Conoces a alguien al que le hayan llamado?
-¿Y tú?
-Tampoco.
El tráfico amaina y pasan a la otra acera. A la derecha, Pedro observa el local en el que trabajaba antes. Lleva más de un año con el cartel de ‘Se alquila’. Varias preguntas pasan velozmente por su cabeza, pero formula sólo una.
-¿Cómo dices que se llama?
-¿Quién?
-¿Mil y una formas de encontrar trabajo?
-Buscar.
-¿Buscar, qué?
-Trabajo.
-De eso te estoy hablando, de trabajar.
-Mil y una formas de buscar empleo. –Mario aclara y se detiene para centrarse en su argumentación.
-Es lo mismo. –Pedro imita la pausa de su amigo.
-No es igual. No es lo mismo buscar novia que encontrarla.
-Al final no hay tanta diferencia. Siempre te acabas casando.
-Es lo mismo que con el empleo, sólo que al revés –Mario se empeña en matizarlo todo.
-¿Tú buscas o esperas encontrar?
-No sé qué pensaría mi mujer.
-Se alegraría ¿no?
-Quizá. Ayer me dijo que era un despojo de la sociedad, un parásito que le chupa la sangre.
-¿Eso te dijo?
-Había tenido un mal día en la oficina.
-Esas cosas pasan.
-A mí no.
-A mí tampoco.
Aún faltan unos cientos de metros antes de llegar al centro comercial. Varios montoncitos de hojas secas y papeles se alinean marcialmente a lo largo de la cera. Un barrendero, armado con escoba, recogedor y una bolsa de plástico, domina la basura y marcha a depositarla en los contenedores. Un hombre de unos 70 años trata de abrir sin éxito uno de ellos. El mecanismo no funciona. Pedro se acerca y le ayuda a levantar la tapa. Aún no ha terminado de hacer la buena acción cuando se da cuenta de que el hombre sólo tiene ocupadas sus manos con un palo de metal, cuya punta está doblada a modo de garfio. No hay bolsa que tirar. El hombre sonríe e inicia una agitada tarea entre las basuras. Acaba, murmura algo parecido a un “gracias” y desaparece con el botín.
-¿Crees que con ese oficio se gana para ir tirando? –Mario recibe a su amigo con la primera cuestión que le viene a la cabeza.
-No lo sé. Hay mucha competencia en el sector. Cuando la demanda es alta…
-La oferta se aprovecha. –Emite una de sus sentenciosas conclusiones.
Ambos reemprenden la marcha hacia el centro comercial. El encuadre dibuja a dos hombres con las manos en los bolsillos y paso decidido. El sol hace rato que llegó a su cenit.
-¿Dice el libro algo de eso? –Pedro no puede olvidar la imagen del hombre convertido en depredador urbano.
-¿Qué libro?
-El de las mil formas de buscar trabajo.
-Empleo –aclara Mario.
-Es lo mismo.
-No, no es igual.
-Es verdad. Trabajo algo hay.
-Lo difícil es encontrar un empleo.
-¿Eso qué es un trabajo o un empleo? –Pedro, atraído inicialmente por el olor que sale de un bar cercano, observa cómo un camarero atiende las mesas de la terraza.
-¿Eso? –Mario señala con el mentón las frenéticas idas y venidas del joven-. Depende. ¿Pagan?
-Sí. –Pedro conoce al camarero. Es el hijo de un vecino de su antiguo jefe.
-¿Las horas extras también?
-Supongo.
-¿Tiene vacaciones?
-Sí, creo que sí.
-Mírale la cara. ¿Qué ves?
-No lo sé.
-¿Es feliz? –Mario lleva la conversación al plano filosófico.
-Definitivamente, estamos hablando de encontrar trabajo. –Las palabras de Pedro suena a resignación. Sus ojos se detienen por un instante en una madre que camina empujando un carrito de bebé. Está vacío. La sigue con la mirada hasta que se pierde por la calle de la derecha, donde aún se encuentra los luminosos apedreados de la academia en la que, cuando era pequeño, trató de recuperar esas horas que perdía en el colegio-. En el libro ese que buscamos, ¿dice algo de la formación? ¿De tener estudios? –Pedro frena ligeramente a su amigo con un tirón de la manga.
-Seguro.
-Quizá ahí esté el problema. ¿Tú qué tienes?
-La FP. –Mario piensa durante unos segundos y da una respuesta que su interlocutor conoce de antemano.
-Yo también. Deberíamos haber estudiado.
-Seguro que el libro cuenta algo de eso. A lo mejor ahí fallamos. Esto no le pasa al hijo de la Pepi.
-Ese chiquillo es un ‘cerebrito’. Después de tres licenciaturas y dos másteres, sigue dejándose la vista en los libros. Es un buen ejemplo para las nuevas generaciones, porque para nosotros es ya tarde.
-¿Y tú crees que tantos estudios son necesarios para repartir pizzas?
-Lo será, digo yo. El Guerrero ese tiene que saber mucho del asunto.
Pedro agarra a Mario por la manga y se detiene. La silueta del centro comercial se recorta al fondo. –¿Y si no encontramos allí el libro?-, piensa Mario antes de atender al requerimiento de su amigo. Sabe que quiere contarle algo importante porque siempre reacciona de la misma manera.
-Dejémoslo ya. Tengo que regresar a casa. Si se me pasa la hora de la comida ya sabes lo que luego me sucede.
-Lo compramos y te vienes a mi casa, –propone Mario.
-Hemos estado en dos librerías. No han oído hablar de ese libro.
-En el centro comercial tienen de todo. Además, seguro que esta clase de libros se llevan más a los centros comerciales que a las librerías. Hazme caso. Lo vamos a encontrar.
-Mario, debemos ser realistas.
-Una persona realista no se rinde. Se marca un objetivo y sigue luchando hasta que lo consigue. –Eleva la voz y muestra algo de crispación en el rostro. Da por zanjada la conversación y prosigue el camino. Pedro copia sus pasos. La acera se estrecha y sortean con cuidado unos montoncitos de hojas y papeles que el barrendero se afana en reunir. Calle arriba, se dibuja la metódica labor. Los montones salpican la acera y luego pasan a reunirse en uno más grande para acabar en el contenedor.
Mario saluda al barrendero cuando pasa a su lado. Unos metros más adelante, un señor de casi 80 años conversa con un hombre que probablemente no llegue a la treintena.
-¿Te das cuenta de cómo es la vida? -Mario se siente culpable por la forma en la que ha contestado a Pedro y trata de iniciar una conversación en un tono más conciliador.
-¿Cómo es? –Pedro no aparta la mirada del fondo, donde el centro comercial deja ya apreciar algunos detalles.
-Cuando trabajabas, ¿tenías tiempo?
-Poco.
-¿Tenías dinero?
-Sí, algo.
-¿Y ahora?
-Ahora llevo noventa céntimos en el bolsillo. –Pedro ha hecho un rápido movimiento de manos y muestra el inmaculado fondo, con unas monedas atrapadas hábilmente en la cuenca de su mano derecha.
-¿Y tiempo?
-Bastante.
-¿Has tenido en algún momento las dos cosas a la vez? Quiero decir, tiempo y dinero.
-No creo.
-El dinero y el tiempo son las cargas más pesadas de la vida. Algo así dijo el autor del libro-, sentencia a modo de conclusión.
-¿Y qué significa?
-No lo sé. –Mario acaba de abrir la puerta de acceso al centro comercial y deja pasar a su compañero. Un aluvión de estímulos entran a través de sus sentidos y trata de esquivarlos para centrarse en la verdadera misión que los ha llevado a ese lugar.
-¿Por qué crees que no nos llamaron de aquí para trabajar? –Pedro, antes de formular la pregunta, repasa rápidamente las figuras de los chicos y chicas que se encuentran sentados en las cajas. También lo hace ahora con aquellos que atienden a los clientes detrás del mostrador. Mario le ha seguido la mirada. Dos chicas reponen género en una de las estanterías. Otra se desplaza con unos patines y lleva a las cajas bolsas con monedas.
-¿Tú crees que aquí nos darían trabajo? –Mario reflexiona en voz alta, hace un gesto a su amigo para que le siga y levanta la vista en busca de alguna señal que le conduzca hasta los libros. –Lo han vuelto a cambiar todo de sitio-. Desde el día en el que dejaron los currículos no habían regresado por aquel lugar.
-Vámonos. –Pedro realiza un nuevo intento de abortar la búsqueda-. No encontraremos nada. -Se muestra convencido de lo que está diciendo. Ha detenido a su compañero con un agarrón de la manga.
-Miramos por ahí un momento –Mario indica con el índice la ruta- y nos vamos.
-Esto no tiene sentido. ¿De verdad piensas que ese libro existe?
-Lo oí esta mañana en la radio, ya te lo he dicho. ¿No me crees?
-Sí, creo en lo que dices.
-¿No confías en mí?
-Mario sabes que sí, aunque estoy cansado de perder el tiempo buscando algo que no sé si es posible encontrar.
-Yo también me canso, ¿sabes? Debemos seguir.
Pedro agarra de la manga a su amigo. Le suelta y se dirige hacia la salida. Mario duda y le acompaña. En el camino, ve a una madre que le ordena a su hija pequeña que vaya donde ella se encuentra. Lo hace una, dos, tres veces. La madre, cansada, camina hasta la niña, la toma del brazo y le dice que, como puede comprobar, nunca se va a salir con la suya.
-Espera un momento. Enseguida vuelvo. –Mario corre en dirección al sitio en el que estaban situados los libros el día aquel que trajeron los currículos. Encuentra sillas, mesas y complementos para el jardín. Eleva la vista con la intención de escudriñar un indicativo allá en el techo. Nada. Pasa por la sección de fontanería y electricidad. Percibe un olor característico y gira por la siguiente calle. Allí está el material de papelería. A la espalda descubre los libros. Al igual que hizo a primera hora, comienza el minucioso repaso lomo a lomo. -Juan Luis Guerrero, Juan Luis Guerrero…-, repite en voz alta. En la primera estantería no se encuentra. –Buscar empleo, buscar empleo… Tiene que estar por aquí-. Pedro llega junto a su amigo.
-Vámonos, Mario.
-Es sólo un momento… ¡Aquí está! –Mario se lanza sobre un libro que ve en la parte superior de la estantería. En el lomo lee: Las mil y una formas de…Y el nombre del autor está claro: Guerrero Hidalgo, J.L. Se pone de puntillas y con el dedo índice trata de hacer presa en la zona de arriba del ejemplar.
-Los vas a tirar todos. –Pedro hace un ágil movimiento y captura en el aire un ejemplar cuyo irremediable destino era el suelo. El hueco dejado por el vecino de estantería es suficiente para que Mario se ayude del pulgar y, en un trabajo de equipo con el índice, atrape el objetivo.
-¡Lo tengo! Las mil y una formas de…-Mario se detiene y ofrece el libro a su amigo.
-Las mil y una formas de… Hacerse el muerto. –Pedro lee desilusionado el título al completo. Ojea el interior. –¡Existe, aquí está. El libro existe!-. Abre con toda su amplitud la obra y le muestra a Mario el descubrimiento. Se trata de una colección. Allí aparece, numerado con el 8, el título Las mil y una formas de… Buscar empleo. El autor coincide con el del volumen que sujeta en la mano.
–Quizá tengan por aquí lo que buscamos. -Mario reanuda la tarea. Repasa los ejemplares casi uno a uno. Pedro le pregunta a una de las chicas que atienden al público. No sabe nada.
-Vámonos. –Mario anda en dirección a la puerta. Pedro le detiene con un agarrón de la manga-. Vámonos. Tenemos que buscar en otra parte -insite Mario. Ambos permanecen atentos a cuantos estímulos les llegan de los expositores. Echan una furtiva ojeada a las cajas. Pedro abre la puerta de salida y deja pasar a su compañero. El sol les deslumbra hasta que acomodan la vista y el viento hace que las vestimentas flameen. 
-El libro existe, Mario, ¿te das cuenta? –La pregunta no encuentra más respuesta que una sonrisa triunfante.
Comienzan el camino de regreso. Ven a un joven de unos 30 años que conversa con un octogenario. Se reencuentran con el barrendero. Apoyado en la escoba y con uno de sus brazos en jarra observa una calle completamente moteada de hojas y papeles. La silueta del centro comercial se dibuja a sus espaldas. Mario ralentiza el paso y, con un golpecito en el trasero, su compañero le apremia. Pedro ve cómo uno de los luminosos de la academia cimbrea por la acción del viento. Mario desliza su mirada hasta un hombre que camina a paso ligero empujando un carrito con un bebé dentro. Padre e hijo se pierden por la esquina en la que está ubicado el local de un partido político.
-¿Tú crees que ahí encontraremos algo? –dice Pedro.
-Poco.
-¿Eso es una profesión, verdad?
-Como cualquier otra.
-¿Y habrá gente en paro?
-Depende del partido del que estemos hablando.
-¿Echamos ahí nuestros currículos? –El tono de Pedro es más parecido a la ironía que a una pregunta sincera.
-Mejor no. Creo que ahí se pide algo que no tenemos.
Detienen el paso atraídos por el aroma a comida casera que sale de la cocina del bar. Mario siente que el estómago reclama alimento. Pedro percibe cómo la boca se le hace agua. Ambos se miran y sonríen. Como si se tratase de un movimiento coordinado, los dos sacan las manos de los bolsillo arrastrando con estás su blanco fondo, casi vacío. Pedro exhibe unas monedas. Mario deja entrever un billete de 20 euros. –Es para el libro-, se apresura a decir ante la sugerencia que advierte de su compañero.
Una nueva ráfaga de viento casi hace perder el equilibrio a un hombre de unos 70 años que sale del bar con un par de bocadillos en las manos. El barrendero, que se afana en recoger hojas antes de que queden nuevamente esparcidas, ayuda al anciano a recobrar la postura. Murmura algo parecido a un “gracias” y desaparece.
-Podemos tomar una cerveza y una tapa. –Pedro se aventura con la propuesta. El intento es baldío. Mario se zafa de la presa que le agarra la manga de la camisa y retoma la vuelta. Pedro tropieza con un cartel que lleva el letrero “Se alquila”. Aguardan hasta que los coches dejan de pasar y cruzan la calle hacia la otra acera.

Una chica de mejillas sonrosadas echa el cierre. Mario cae en la cuenta de que tiene una mirada angelical. La avenida aparece larga y profunda. Bajan por ella hasta que llegan a un semáforo. Se encuentra en rojo y se detienen.
Sentado en un banco, el barrendero se fuma un cigarro. Una bolsa de plástico remonta el vuelo delante de sus narices. Mira para otro lado y allí se encuentra con los ojos de Pedro, que levanta la mano en señal de un saludo que cae en el vacío.
Cruzan la calle. Andan unos metros y Pedro da un tirón de la manga de Mario. Se han detenido bajo un gran letrero que pone ‘Librería’.
-Mañana será grande –pronostica Mario.
-Lo será –sentencia Pedro-. Encontraremos ese libro.
Los dos buscadores zanjan con un apretón de manos su aventura matinal. Uno marcha camino de alguna parte. El otro, Mario, se planta en una decena de zancadas frente al zaguán. Llama al timbre porque olvidó las llaves. Alguien abre. Sube las escaleras y encuentra la puerta de su casa de par en par. Huele a frito. Cierra y se topa con su mujer.
-¿Has encontrado algo? –Ella se aclara la voz.
-No ha habido manera. He estado toda la mañana buscando con Pedro y nada.
-Con Pedro. –No es pregunta, pero exige una respuesta.
-Sí, estuvimos en la librería de abajo, en la otra de más allá, en el nuevo centro comercial…
-¿No habías echado ya el currículo en ese centro comercial?
-Sí.
-¿Y qué?
-Hemos visto que algo hay, pero nada concreto. Mañana seguiré buscando en otro sitio.

El sol guarda su luz tras el horizonte. Mario lo ve desaparecer desde la ventaja. Se ducha. Cena. Se pone el pijama y regresa al salón junto a su mujer. Ella, armada con el mando a distancia, cambia de canal en la televisión. Mario comienza a ver una serie. Los ojos caen. Recompone el gesto, pero vuelve a sucumbir. Da las buenas noches y se marcha al dormitorio. Ella dice algo. Duerme.

-Mucho gusto. –Estrecha las manos de un hombre de unos 40 años. Lleva chaqueta, corbata y, bajo el brazo, cinco ejemplares de Mil y una formas de… Buscar empleo.
-Aquí le dejo mi libro. –El hombre extiende su mano con uno de los volúmenes y Mario lo coge agradecido. –En los tiempos que corren es muy importante disponer de la información necesaria para estar en el momento justo en el lugar apropiado, pero también resulta básico disponer de una publicación como esta. La escribí pensando en ustedes. No hay mejor manera de ser feliz que ayudando a hacerle la vida más llevadera a la gente. Un empleo, hoy por hoy, es fundamental.
-He estado buscándolo. –Mario pasa aceleradamente las páginas ayudado por su pulgar-. Fui incluso al centro comercial, pero no encontré nada.
-Se ha agotado. Estamos preparando una nueva edición porque ha sido un éxito. Aquí vienen todas las claves. –El hombre habla y golpea rítmicamente con el puño uno de los cuatro ejemplares que sostiene en la otra mano.- En primer lugar, evite quedarse en casa sin hacer nada. Escriba, vaya a la universidad, plantéese objetivos y luche por conseguirlos. Después, debemos cuidar nuestro currículo social. El rastro que dejamos en Internet habla mucho de nosotros. En la Red está el trabajo. Por otro lado, hay que preparar concienzudamente las entrevistas personales. No deje nada al azar. En el libro encontrará muchas más claves, pero considero que la más importante es…

El sonido del despertador sobresalta a Mario. Con los ojos entornados, ve a duras penas el reloj. Son las siete de la mañana. Siente cómo su mujer le clava el codo en la espalda en un innecesario gesto que utiliza para levantarse. Ella enciende la lámpara y comienza a vestirse con el uniforme de la oficina. Mario tiene los ojos cerrados, aunque ve la amarillenta claridad de la luz. Trata de acomodarse y volver al punto en el que lo había dejado, pero su mujer tropieza con algo y el sobresalto se manifiesta en su pecho. Un portazo indica que ella se ha marchado. Mario se incorpora levemente y apaga la luz. Cae a plomo. Abre los ojos. Apenas han pasado unos minutos. Cierra los ojos. Los vuelve a abrir. Son las nueve.
Se levanta precipitado. Hoy es el día que debe sellar en la oficina de empleo. Piensa que mientras antes llegue, mejor, así evitará largas colas. Enciende la radio y oye el mismo reclamo del día anterior. El locutor cuenta que unos pocos ejemplares de Mil y una formas de... Buscar empleo están aún disponibles en algunas librerías del centro de la ciudad. Mario se viste con premura y baja las escaleras al trote. Desayunará en el bar de la esquina –siempre hay una esquina con un bar abierto-. Con 15 euros en el bolsillo, pondrá rumbo hacia la oficina de empleo. Apenas habrá un par de personas en la cola. Le dará su carné de identidad al funcionario y este le devolverá la cartilla actualizada. Saldrá de la oficina y caminará hacia el otro lado de la ciudad, al centro. Visitará librerías hasta dar con el objetivo. Pagará doce euros por Mil y una formas de… Buscar empleo, con lo que aún tendrá tres para tomarse una copa. Leerá el libro acompañado por una cerveza, quizá dos, y descubrirá la clave principal para encontrar un trabajo. Antes de que cierren los comercios, dejará su currículo aquí y allá, incluso en aquellos lugares en los que ya lo hizo previamente. Regresará a casa y almorzará. Una llamada en el móvil interrumpirá su siesta. Al otro lado, una chica le pedirá que al día siguiente se presente en una entrevista de trabajo. Por la tarde, releerá el libro para no dejar cabos sueltos. Y después…
Mario ha llegado a la oficina de empleo. La cola no es muy larga. Sólo tiene delante a unas cincuenta personas. Oye conversaciones que se mezclan y enlazan unas con otras. Mira el reloj y calcula. No le va a dar tiempo de llegar al centro. La cola avanza. El hombre que le precede se gira e inicia una conversación.
-Aquí nos queda para bastante rato.
-Sí, por lo menos una hora.
-Menos mal que no tenemos otra cosa mejor que hacer.
Mario sonríe cortésmente, pero piensa que él sí tiene una tarea que realizar. Mira a su alrededor. Una señora resopla, la chica que le sigue escruta el reloj de forma nerviosa, un suramericano cambia el peso de un pie a otro sin ser capaz de mantenerse quieto. Incluso el hombre que le precede mira disimuladamente el reloj de pared que hay en la oficina.
-¿Lleva usted mucho en paro? –Parece que el hombre pretende hacer más soportable la espera por medio de la conversación.
-Dos años. Ahora se me acaba la prestación.
-No sé hasta dónde vamos a llegar.
Avanza la cola. La señora que resoplaba sale rápidamente de la oficina. La chica hace poco después lo mismo, no sin antes mirar el reloj y mover la cabeza negando en plena desesperación. El suramericano, vestido con un mono azul, pone pies en polvorosa. Entre los cristales, Mario ve cómo se mete en una furgoneta aparcada en doble fila, la pone en marcha y se va.
Tres pasos más y la fila mengua por delante, aunque crece por detrás. El hombre que le precede se gira y Mario desvía la mirada hacia otro lado. Se siente observado y recupera su posición natural para reencontrarse con el vecino.
-Parece que la gente tiene mucha prisa.
Mario sonríe de nuevo y piensa que quizá todos saldrán de allí a la caza de algún ejemplar de Mil y una formas de… Buscar empleo. Siente que se le han adelantado. Observa por encima del hombro del conversador y ve al funcionario que diligentemente escruta DNI y rostro antes de proceder a entregar la correspondiente cartilla.
Mario echa una ojeada nerviosa hacia el exterior. Regresa dentro, pero rápidamente devuelve la mirada más allá de los cristales. En la puerta, ve a un barrendero que amontona hojas y papeles. Toma el recogedor, la bolsa y echa toda la basura al interior. Hace un nudo y la deja al lado de la puerta de la oficina de empleo.
-El siguiente. –La voz suena cercana. Mario ve al hombre que le precede entregar el DNI en el mostrador. El funcionario analiza la situación. –Juan Luis Guerrero Hidalgo-, se dice a sí mismo a modo de confirmación. –Su tarjeta-.
Mario entrega el DNI. -¿Dónde habré oído yo ese nombre antes?-, piensa.

1 comentario:

  1. Bueno, has trabajado, pero el tema es demasiado directo. Yo creo que para hablar de esto sin que parezca insustancial hay que ponerlo como subtema de algo principal distinto. (Es sólo una opinión).
    Los personajes parecen más jóvenes de lo que luego vemos que pueden ser cuando nos damos cuenta de que uno al menos está casado.
    En los párrafos finales el ritmo de la narración (las texturas) se aceleran. Sobre todo desde que empiezan los verbos en futuro. Pero no se justifica estilísticamente.

    El narrador a veces, y sólo al principio (que es lo peor), no se mantiene neutral y dice cosas como:
    "Ese es el objetivo de Mario. Allá va."

    Y luego muestra ironía: "afortunadamente en verde para los peatones".

    "Tan sorprendida como diligente, teclea en el ordenador para averiguar el ciclo vital del ejemplar. Las mil y una formas de engañar al inventor, Mil maneras de hacer el amor –“interesante”, piensa Pedro-". Aquí no se entiende cómo ve el contenido del ordenador Pedro.

    Se dirigen ¿al canal?, ¿qué canal?

    Para haber estudiado sólo la FP hablar diciendo: "Tengo que regresar a casa" es un poco rebuscado. Y estar tan interesado en un libro y dominar terminología de Máster, etc. También es raro.

    Es raro: "Mario acaba de abrir la puerta de acceso al centro comercial". ¿Hay que abrir la puerta?

    "Mario sabes que sí": falta coma.

    "Buscar empleo, buscar empleo… Tiene que estar por aquí": ¿Habla en voz alta?

    Y el giro del final es peligroso porque lo convierte en un chiste. Sobre todo porque termine ahí. Si luego siguiera pensando sobre aquel tipo y la vida, etc. quizás se podría haber salvado.

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